El espíritu de Anna Pávlova irradia en la Colección del Museo Ruso de Málaga
La Colección del Museo Ruso de Málaga ha abierto al público el miércoles 21 de mayo la exposición Anna Pávlova: Una vida sin fronteras, que rinde homenaje a una de las figuras más célebres e influyentes de la historia del ballet. La muestra, que permanecerá abierta hasta finales de mayo de 2026, permite un recorrido por la vida y el legado de la legendaria bailarina rusa, cuya pasión, dedicación y talento transformaron el panorama de la danza a nivel mundial.
En Anna Pávlova: Una vida sin fronteras se exhiben alrededor de 90 piezas entre programas de mano de los teatros más remotos, recortes de prensa de la época y fotografías, que han viajado desde Australia, Inglaterra, Estados Unidos, México y otros países hasta la Colección del Museo Ruso de la mano del coleccionista Dmitry Yusov. Muchos de estos documentos testimonian cómo Pávlova logró convertir el ballet en un arte verdaderamente global, un vehículo para el entendimiento cultural y la emoción universal.
A la presentación de la nueva exposición, en la que colabora Fundación ”la Caixa”, asistieron Francisco de la Torre, alcalde de Málaga; Mariana Pineda, concejala delegada de Cultura y Patrimonio Histórico; Luis Lafuente, director de la Agencia Pública para la Gestión de la Casa Natal de Pablo Ruiz Picasso y Otros Equipamientos Museísticos y Culturales; el coleccionista y comisario de la muestra Dmitry Yusov; Juan Carlos Barroso, responsable territorial en Andalucía, Ceuta y Melilla de la Fundación ”la Caixa”; y Antonio Caballero, director de Área de Negocio de CaixaBank.
Anna Pávlova nació en San Petersburgo en 1881 y se formó en la prestigiosa Escuela Imperial de Ballet bajo la tutela del aclamado Marius Petipa. Aunque falleció con 50 años en 1931, desde muy joven Anna Pávlova desafió desde joven los cánones establecidos gracias a su precisión técnica y a una expresividad inigualable. Su papel decisivo en La muerte del cisne, con coreografía de Michel Fokine, se convirtió en una pieza emblemática que cautivó al público por su conmovedora belleza y su profundidad emocional.
La muestra destaca el carácter pionero de la bailarina, quien en 1910 formó su propia compañía y emprendió una ambiciosa misión artística: llevar el ballet a los rincones más remotos del planeta. Recorrió más de 40 países y ofreció más de 9.000 presentaciones, desde los grandes teatros de Europa hasta plazas de toros en América Latina, escenarios improvisados en Asia o auditorios en Oceanía. En cada país, la artista procuraba asistir a las presentaciones de los bailarines locales y, en algunos lugares, como México o Argentina, incluso aprendió danzas tradicionales locales que incorporaba en sus espectáculos.
En Japón, sus presentaciones inspiraron haikus; en América Latina, las multitudes abarrotaban las calles para verla llegar; en Australia, su compañía sentó las bases de una tradición de ballet estable.
En 1920, tras una ausencia de más de cinco años, Anna Pávlova regresó a los escenarios de Inglaterra. Aunque ya había realizado giras extraordinarias y había participado en la película La muda de Portici en Hollywood, la bailarina se mostraba inquieta ante la acogida del público británico, cuyos gustos habían evolucionado tras la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, sus temores se disiparon rápidamente. Tras su actuación, el periódico The Times publicó «Madame Pávlova sigue siendo Pávlova, la incomparable. Hay otros grandes bailarines. Pero Pávlova solo hay una».
España ocupa un lugar especial en esta muestra. Pávlova dejó una huella imborrable en ciudades como Madrid y Barcelona, donde actuó en espacios tan emblemáticos como el Teatro Real o el Gran Teatre del Liceu. Admiradora confesa de la danza española, integró elementos del flamenco y otras formas autóctonas en algunas de sus coreografías de ballet clásico, como puede apreciarse en piezas como La noche de España o sus interpretaciones de Carmen.
Además la exposición revela los desafíos logísticos de sus giras, ya que Pávlova viajaba acompañada por músicos, técnicos, sastres y bailarines, dispuestos a transformar cualquier espacio en un escenario. Su convicción de que «el milagro de la danza no conoce fronteras» se ha convertido en el eje narrativo de esta exposición, que conecta pasado y presente a través de una figura que supo romper barreras geográficas, culturales y artísticas.