El canibalismo de Picasso, devorador de imágenes

El canibalismo de Picasso, devorador de imágenes

El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza clausura el Año Picasso con una muestra compuesta por 40 obras, la mitad del malagueño, que ahondan en la voracidad del artista a la hora de ver, aprender y fagocitar las iconografías de culturas pasadas para configurar su propio lenguaje. Lo sagrado y lo profano trata de poner frente a frente a Picasso con sus maestros mediante emparejamientos concretos (unos más afortunados que otros).

Picasso es, con el permiso de Sorolla, el artista de moda este 2023, año en que se celebra el 50 aniversario de su muerte. En la exposición del Thyssen dialoga –otra palabra de moda que cada vez gusta más a los museos– con sus maestros clásicos; pero no en conversación colectiva, sino de manera individual. De uno en uno. Así lo ha querido Paloma Alarcó, comisaria de Lo sagrado y lo profano.

La muestra –patrocinada por Telefónica– puede visitarse desde hoy en la primera planta del museo, en tres salas que condensan parte del microcosmos del artista malagueño, desde sus retratos y bodegones, hasta representaciones religiosas, rituales o tradicionales como la tauromaquia. Por cada obra suya hay prácticamente otra que le responde como un eco.

Maestros clásicos como Ribera, Velázquez, Zurbarán o Goya conversan con el artista, en un recorrido que pone de manifiesto la singularidad y las paradojas de Picasso, así como su personal reinterpretación de la tradición española (también europea).

Pablo Picasso. La crucifixión, París. 1930. Óleo sobre contrachapado. Musée national Picasso- Paris, dación Pablo Picasso, 1979. © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid.

Lo cierto es que el autor del Guernica fue un devorador de imágenes con una memoria visual prodigiosa. Esculturas ibéricas, objetos rituales de culturas africanas, pinturas del Siglo de Oro, maestros franceses del XIX y coetáneos le sirvieron para configurar su propio lenguaje, que bebe de multitud de fuentes. Una vez asumidas todas esas imágenes de las que se alimentaba en museos como el Prado, el Louvre o Trocadero, Picasso regresaba a su estudio para conjugar tradición y modernidad, ritos religiosos y festividades paganas, el ámbito sagrado y el profano.

Pablo Picasso. Arlequín con espejo, París. 1923. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional Thyssen- Bornemisza, Madrid. © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid.

“Paloma ha elegido lo mejor de nuestra colección para lidiar con ese canibalismo de Picasso”, afirmó Guillermo Solana en la presentación, quien destacó la capacidad de la comisaria para “crear emparejamientos impredecibles como el San Jerónimo de Ribera y Mujer sentada en un sillón rojo de Picasso, que funciona admirablemente bien”.

O Arlequín y Retrato de un joven como san Sebastián de Bronzino, dos pinturas del museo que hasta ahora nunca se habían colgado juntas. No tienen nada que ver pero, en su caso, la comparativa atiende a otro motivo: “el bronzino entró en la colección a cambio de un Picasso”.

Esta idea de hacer hablar al artista con cada uno de sus maestros es un proyecto que Alarcó ya se había planteado desde hacía tiempo, aunque en principio la propuesta se reducía a los fondos de la propia colección Thyssen. Luego llegó el acuerdo entre España y Francia para la Celebración Picasso, con un ambicioso programa internacional que le ha permitido sumar 14 préstamos y ampliar esos emparejamientos.

Agnolo Bronzino. Retrato de un joven como san Sebastián. 1533. Óleo sobre tabla. Museo Nacional Thyssen- Bornemisza, Madrid.
De izquierda a derecha: El Greco. Cristo abrazando la cruz. Hacia 1587- 1596. Museo Nacional Thyssen- Bornemisza, Madrid; Pablo Picasso. Hombre con clarinete. 1911-1912. Museo Nacional Thyssen- Bornemisza, Madrid. © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid.

“A Picasso se le puede declinar de muchas formas”, según la comisaria. La suya ha sido mediante la confrontación individualizada: Cristo abrazando la cruz de El Greco junto a un retrato de formas cubistas; otra cabeza cubista de largos cabellos junto a Maria de Austria de Velázquez; Santa Casilda de Zurbarán y Mujer en un sillón de Picasso…

Hay comparaciones que funcionan, como los bocetos del Guernica junto a los Desastres de la Guerra de Goya, o La Virgen y el Niño con santa Rosa de Viterbo de Murillo y una Maternidad picassiana, pero otras resultan algo más complicadas.

El Ecce Homo de Pedro de Mena llegado de Valladolid es espectacular, aunque tiene difícil encaje con el resto de obras de alrededor, por mucho que sean crucifixiones y corridas de toros. Eso sí, compite por la atención del espectador con una pintura que resulta igualmente impactante, una extrañísima Crucifixión pintada por Picasso en 1930 que nunca llegó a vender.

Arte, vida e historia se combinan en Picasso, lo sagrado y lo profano, que podrá verse hasta el 14 de enero de 2024. Sol G. Moreno