El ‘Biombo de la Conquista’, ya en el Prado
Como aperitivo de la exposición Tornaviaje, que tendrá lugar en el Prado el próximo otoño, el museo expone ya, recién restaurado, el Biombo de la Conquista de México, una de las obras maestras conservadas del arte virreinal.
La obra refleja muy bien el sincretismo de las élites criollas de la Nueva España que unían su buena relación con la Monarquía Hispánica a sus tradiciones: su conversión a la nueva fe con las liturgias que recordaban su pasado y también un respeto por su historia y cultura, aunque sin olvidar una decidida apuesta por el futuro.
Los biombos, originales de China y Japón, se utilizaban en las habitaciones para crear espacios de intimidad y dividir los espacios de las viviendas. La mayoría estaban decorados con asuntos profanos y, ya en el siglo XVII, se impusieron los temas de carácter histórico, mitológico y literario; con alegorías de las estaciones y los sentidos, además de con escenas de la vida cotidiana.
Este magnífico biombo, que debió realizarse en el último cuarto del siglo XVII, pudo ser un regalo del ayuntamiento de México al virrey al asumir el gobierno de la ciudad. Sus diez hojas cuentan, por un lado, la conquista de Tenochtitlán y, por otro, muestran una gran vista de la ciudad.
El haz de la conquista incluye escenas ocurridas en distintos lugares y momentos, incluso años, ofreciendo la visión de los conquistadores y sus descendientes criollos, desde el recibimiento de Cortés por Moctezuma hasta la toma de Tlatelolco, último bastión indígena. La escala es libre y los personajes destacan tanto por su indumentaria como por las acciones que realizan. La luz y el colorido refuerzan también el tono de la narración, de suerte que la recepción de Cortés es más luminosa que la escena que está debajo, la llamada Noche triste, cuando sus tropas españolas fueron derrotadas por las de Moctezuma.
En el extremo izquierdo, una cartela identifica 12 escenas y escenarios mediante letras. Los nombres de algunos personajes indígenas como Moctezuma –escrito Motectzoma–, Malintzin o Cuauhtémoc –Quaugtemoz– se añaden para identificarlos, lo que no ocurre con los españoles. La ubicación de las escenas se corresponde aproximadamente con el lugar donde ocurrieron y las zonas lacustres ayudan a delimitarlas.
El otro haz del biombo recorre la “muy noble y leal ciudad de México” y se deleita en una planigrafía ordenada. A diferencia de otros biombos con vistas de la ciudad, solo en este aparecen sus habitantes: mujeres, indígenas, frailes, clérigos, hombres elegantes y trabajadores; así como algunas escenas cotidianas, por ejemplo una pelea de espadas, unos bañistas, el toreo de vaquillas afuera del rastro, un demente con grilletes en el patio del hospital o unos niños volando una cometa.
El haz de la conquista incluye escenas ocurridas en distintos lugares y momentos, incluso años, ofreciendo la visión de los conquistadores y sus descendientes criollos
Delante del palacio vemos al Virrey en su coche, reconocible por el tiro de seis mulas que lo distinguía. Las cartelas identifican hasta 66 edificios ligados a la vida religiosa y civil, incluido el palacio virreinal, el cerro de Chapultepec, el paseo de la Alameda o las principales calzadas.
La lectura del conjunto es bastante evidente: tras la victoria española sobre el Imperio azteca se estableció un nuevo orden social y político, representado por la grandeza de la ciudad de México.
El Biombo ha sido magníficamente restaurado en los talleres del Prado por María Álvarez Garcillán y quiere ser también, según los responsables del museo, la plasmación de los esfuerzos de la Comisión de arte virreinal creada en 2018 dentro del Patronato Internacional de la Fundación de Amigos, que reúne a un grupo de mecenas, principalmente mexicanos, futuros donantes del Prado. “Una apuesta para que el museo abra sus colecciones a nuevas geografías, singularmente las americanas”, según Miguel Falomir, director del Prado. Fernando Rayón