Dignidad y talento de Anna Ajmátova
La Colección del Museo Ruso de San Petersburgo en Málaga acoge hasta el 1 de marzo de 2020 una exposición emotiva: Anna Ajmátova. Poesía y vida, dedicada a una de las grandes escritoras rusas de los años centrales del siglo XX. Comisariada por Yevguenia Petrova, vicedirectora del Museo Ruso de San Petersburgo reúne una decena de piezas, entre pinturas, poemas, libros y objetos, que ilustran de una forma evocadora a una de la damas de la mejor literatura rusa y al contexto histórico político al que le tocó enfrentarse, revelando una dignidad, talento y madurez en uno de los momentos más trágicos de la historia de su pueblo.
Anna Ajmátova (Odesa, Ucrania, 1889- Domodedovo, Rusia, 1966) está considerada junto a su primer marido Nicolái Gumiliov y a Osip Mandelshtam una de las figuras del acmeísmo en un período conocido como la Edad de Plata de la literatura rusa en las primeras décadas del siglo XX. Hija de un entorno familiar noble, Anna Ajmátova viajó por Francia e Italia entre 1910 y 1912, visitando París en un par de ocasiones, donde conoció a Amedeo Modigliani, que llegó a retratarla. Como escribió su gran amigo unos años después Joseph Brodsky, Premio Nobel de Literatura: «Su sola mirada te cortaba el aliento. Alta, de pelo oscuro, morena, esbelta y ágil, con los ojos verdosos de un tigre polar, durante medio siglo la ha dibujado, pintado, esculpido en yeso y mármol, fotografiado un sinnúmero de personas, empezando por Modigliani. Los versos dedicados a ella formarían más volúmenes que su obra entera».
Ajmátova se casó tres veces, la primera con el citado Gumiliov, la segunda con Vladímir Shileiko y la tercera con el historiador Nikolái Punin. Su magnetismo enamoró al Premio Nobel Boris Pasternak pero ella le rechazó.
Tanto su vida como su poesía, que están íntimamente unidas, estuvieron muy condicionadas por el terror que desarrolló Stalin durante tres décadas. Mientras su voz más juvenil se caracterizó por su hedonismo, un sentido marcado de la musicalidad, unido a un ensimismamiento, que quizás vislumbraba un futuro solidario para el ser humano. Esa etapa fue un período de acumulación de experiencias, de ejercer la seducción y en suma de disfrutar de estar viva, lo que junto a una voz fresca le llevó a atraer a otros escritores y artistas en un período muy pasional.
Sin embargo, los avatares y desarrollo de la revolución y la guerra con el fusilamiento de Gumiliov, el arresto de su tercer marido e incluso el de su hijo iban a condicionarla totalmente, tornándose una voz más solidaria y doliente, por fuerza, que tomaba la distancia que podía sin abandonar por un sentido de la dignidad muy elevado a sus seres queridos. Compartió muchos momentos en las colas de los campos de concentración con otras madres, esposas o hijas de presos que, con el tiempo, se transformaron en un poemario triste pero luminoso titulado Réquiem, gran homenaje a las víctimas de comunismo y que nos legó un friso de por dónde no debían volver a caminar los destinos de la humanidad: la falta de libertad y el hostigamiento que sufrieron cientos de miles de personas en los gulags de la antigua Unión Soviética.
Sus versos fueron admirados por otros poetas y poetisas como Marina Tsvestáieva que escribió sobre ella: «¡Oh musa del llanto, la más bella de las musas!/ Oh loca criatura del infierno y de la noche blanca./Tú envías sobre Rusia tus sombrías tormentas/ Y tu puro lamento nos traspasa como flecha.» Y esa fascinación también la ejerció con pensadores como Isaiah Berlín y pintores como Natán Altman, Kuzmá Petrov-Vodkin, Kazimir Malévich y Piotr Miturich, todos ellos maestros de la pintura rusa de los primeras décadas del siglo XX o el ya comentado Amedeo Modigliani. Julián H. Miranda