Dora Maar. Picasso de pie trabajando en el Guernica en su taller de Grands-Augustins (detalle). París. Museo Nacional de Centro de Arte Reina Sofía. © Dora Maar. VEGAP. Madrid. 2017.
COMPASIÓN Y TEMOR EN EL CAMINO DE PICASSO AL GUERNICA
Cuando está a punto de cumplirse el 80 aniversario de la presentación en el Pabellón Español de la Exposición Universal de París de 1937 de la simbólica obra de Picasso, Guernica, pintada por el genio malagueño por encargo de Josep Renau, director general de Bellas Artes del Gobierno de la República, pocos días después del bombardeo aéreo que asoló la ciudad vizcaína el 26 de abril de ese mismo año por parte de la aviación alemana durante la Guerra Civil española. Esta pintura de dimensión mural representa como pocas los sufrimientos y la devastación que las guerras infligen a las víctimas civiles.
Ahora el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía presenta una exposición Piedad y terror en Picasso. El camino a Guernica, inaugurada hoy por los Reyes Juan Carlos y Sofía y comisariada por Timothy J. Clark y Anne M. Wagner, y cuyo proyecto ha sido dirigido por Rosario Peiró y Manuel Borja-Villel, por parte del Reina Sofía. En la exposición han colaborado la Comunidad de Madrid, Acción Cultural Española (AC/E), Adif, y también contado con el apoyo de Abertis. Permanecerá abierta hasta el 4 de septiembre. Una versión más reducida de la misma, que incluirá dibujos preparatorios de Guernica, algunas pinturas relacionadas con la obra de los fondos del Reina Sofía, la maqueta del Pabellón Español y material documental y facsimilar, viajará por Colombia, México y Estados Unidos, gracias a la colaboración entre el Reina Sofía y AC/E.
Esta muestra reúne alrededor de 180 obras, entre óleos, dibujos, esculturas, grabados, fotografías y documentos de época que ayudan a comprender mejor la evolución artística personal de Pablo Picasso (1881-1973) en un contexto histórico muy convulso como fueron los años 20, 30 y 40 del siglo pasado, e intentar saber por qué compuso de ese modo ese alegato contra la guerra en una pintura mural tan extraordinaria como el Guernica. Para llevar a cabo esta exposición de tesis como la calificó en la presentación el director del Reina Sofía Manuel Borja-Villel han contado con la generosidad de préstamos excepcionales de los grandes museos y colecciones privadas de todo el mundo: el Museo Picasso y el Centre Pompidou de París; los museos de Düsseldorf y Colonia; la Tate de Londres; el MoMA, el MET y el Guggenheim de Nueva York; la Fundación Beyeler; las colecciones Nahmad y de Menil, entre otros prestadores, que han cedido obras capitales para tejer un discurso innovador sobre la transformación artística que experimentó Picasso a mediados de los años 20 y su evolución hasta los años 40 con su obra cumbre en 1937, el Guernica.
Este formidable conjunto de obras, entre las podrían destacarse todo el grupo de obras del Museo Reina Sofía junto con piezas como Tres bailarinas, 1925, procedente de la Tate Modern de Londres; Desnudo sobre fondo blanco, un óleo de 1927, Cabeza de mujer, escultura en hierro de 1929/1930 y Mujer en el jardín de blanco, una escultura en hierro, los tres procedentes del Museo Picasso de París, que entablan un deslumbrante diálogo con otra escultura en bronce titulada Mujer en el jardín, 1930-1932, que pertenece al Reina Sofía, cuando Picasso trabajó con Julio González; Mujer peinándose del MoMA, óleo de 1940; Desnudo de pie junto al mar, 1929, del MET, también en fecunda interacción con otro óleo del Reina Sofía, Figuras al borde del mar, 1932; Mandolina y guitarra, 1924, del Guggenheim de Nueva York; o los óleos Cabeza de mujer, 1944, de la Fundación Beyeler de Basilea o Mujer con alcachofa del Museo de Colonia, por citar algunas de las joyas de la exposición que nos hacen reflexionar sobre la metamorfosis que sufrió Picasso desde su optimismo en las fases cubistas, cercano a la intimidad hasta la búsqueda personal, en un contexto cambiante, para expresar lo bello y lo monstruoso.
La década de los años 30 vieron el surgimiento y afianzamiento de movimientos totalitarios como el fascismo italiano y el nazismo, así como el conflicto armado de la Guerra Civil española, preludio de la II Guerra Mundial. Hasta mediados de los años 20 Picasso creaba espacios cerrados, íntimos y muy personales, en sus composiciones cubistas y a partir de ese momento abre su imaginación a paisajes abiertos, imposibles, en ocasiones violentos, como los que encarnaban los surrealistas. Su iconografía empieza a transformarse y la representación deriva hacia la violencia, cuerpos y rostros exaltados y cada vez más volcado al mundo exterior: la belleza y la monstruosidad son dos ejes que reflejan su nuevo lenguaje a los cambios de la sociedad moderna, tanto por sus dudas personales como por la coyuntura política y de crisis internacional de ese período histórico.
Los comisarios del proyecto expositivo, Timothy J. Clark y Anne M. Wagner, con la colaboración de Rosario Peiró, han estructurado la exposición en diez salas, con un epicentro como el Guernica pero que permite visualizar con rigor la evolución y el tránsito que experimentó Picasso antes y después de crear su famosa obra que según Clark se ha convertido “en la escena trágica de nuestra cultura”. Y, sobre todo, como una denuncia de lo que traen las guerras, al introducir el dolor de personas civiles anónimas y eso le ha hecho ser un alegato moral contra el terror que siembran los conflictos modernos que no solo destruyen vidas sino también la identidad del ser humano. Al final los observadores de esta magna obra experimentan varias cosas en su contemplación, pero creo que podrían resumirse en dos: piedad y terror, una mezcla contradictoria que alumbra una esperanza: la defensa del humanismo.
En la primera sala El mundo es un cuarto se pueden ver algunas naturalezas muertas y de interiores del período 1924-25, que revelan cercanía y un mundo de objetos cálido: guitarras, botellas, fruteros, a base de colores intensos, pero donde se deja entrever un espacio menos seguro que en otras composiciones de años precedentes, que da paso a la sala dedicada a Belleza y terror, donde cuelga una obra clave en el devenir plástico de Picasso, Tres bailarinas, 1925, que supuso un punto de inflexión en sus formas, al introducir la oscuridad y la pérdida de la armonía plástica con figuras angustiadas, el terror que emana de las mujeres retratadas como si estuvieran sufriendo castigo y que chillan en un cuarto cerrado. Y de ahí pasamos a Caras y fantasmas, donde los rostros y las figuras humanas se van transformando y expresando maldad, alegría o tristeza. En Monstruos y monumentos podemos admirar un grupo de composiciones monumentales como Figuras al borde del mar, óleo y carboncillo de 1932, junto a Desnudo de pie al borde del mar, pintada tres años antes, del MET, o las dos esculturas citadas anteriormente. Sus criaturas en esos óleos pasaron a ser gigantescas, casi sin escenografía, salvo una caseta de baño, el cielo y el mar.
En la quinta sala, ¿ Qué sucede con la tragedia?, encontramos su capacidad para verter el horror en sus cuadernos de bocetos con trozos desmembrados, una crucifixión, y otras escenas, en las que Picasso desveló que para él la crueldad era un rasgo humano muy característico. El resto de las salas se centra en el período posterior al bombardeo de Guernica, una fase en la que las mujeres pasaron a primer plano como fuerzas activas del mundo cotidiano de la guerra. En la sexta sala, titulada Mater dolorosa, vemos la rebeldía de las mujeres en esa situación extrema: las lágrimas, las lenguas o sus pechos son instrumentos de defensa frente a la barbarie, ejemplos de resistencia y de desesperación, que da paso a Las cosas se desmoronan, con el propio Guernica en el centro y donde coexisten la frágil intimidad que existe en esas cuatro paredes y el terror que se intuye al poner en tela de juicio esa supuesta seguridad. Son de gran interés los estudios preparatorios de Guernica, un dibujo que dedicó a su amigo Paul Eluard, El lápiz que habla, y una serie de dibujos del taller El pintor y su modelo.
En las tres últimas salas hay una serie de piezas que recogen la influencia de Guernica hasta mediados de los años 40. En Memento Mori hay una honda reflexión de la postura de Picasso ante la muerte, aunque nunca fuera partidario de afrontar la mortalidad, pero que está muy presente en esas naturalezas con calaveras como la que compuso en homenaje a su amigo Julio González en 1942, Naturaleza muerta con cráneo de buey, mientras que en Máquinas de sufrimiento, todavía está presente el hechizo del Guernica, con algunos retratos de Dora Maar, que también es protagonista en la sala décima, Medianoche en el siglo, en Mujer peinándose, un óleo de principios del verano de 1940 y procedente del MoMA, donde Picasso vertía toda su angustia al fijar a su amante con el eco que le llegó en Royan cuando supo que los alemanes se acercaban a París en junio de 1940. En todo el recorrido de la exposición late la solidaridad del ser humano en momentos de gran dolor. Julián H. Miranda