Budapest ‘empapela’ el Guggenheim con dibujos de Durero, Rafael y Rembrandt
El centro bilbaíno da la bienvenida a 150 obras maestras sobre papel procedentes del Museo de Bellas Artes de Budapest. Autores clásicos se exhiben junto a Goya, Picasso o Vasarely en una exposición en el Guggenheim que recorre siete siglos de bocetos, dibujos y estampas.
En el interior de la monumental estructura de Frank Gehry cuelga la cabeza de un hombre con unas dimensiones no más grandes que la palma de una mano adulta. Con su mandíbula desencajada de carboncillo y los ojos bien abiertos, parece quejarse a su compañero decapitado de la escena explícitamente sexual que está teniendo lugar tres obras más a la izquierda. Entre ellos, un ángel aparta la mirada, no sabemos si disgustado por el erotismo o harto de los gritos.
Cuando Leonardo Da Vinci realizó Estudios de cabezas (hacia 1504-1505), Giulio Romano su Dos amantes (hacia 1525-1528), y Rafael la composición de Cabeza de un ángel (hacia 1519-1520), no imaginaron que algún día estos dibujos se exhibirían juntos en una especie de conversación a tres bandas.
Pero esto es, precisamente, lo que ocurre a gran escala con las 150 piezas de Obras maestras sobre papel de Budapest, la exposición que el Museo Guggenheim Bilbao presenta en colaboración con el centro que presta dichos tesoros.
A lo largo de cuatro salas que comprenden siete siglos de historia –desde el XV hasta el momento actual–, un extenso repertorio de dibujos y estampas intercambia comentarios que atraviesan tanto el tiempo como el espacio.
Las obras maestras del Renacimiento italiano debaten con las del norte de Europa sobre las centenarias tradiciones de los géneros. Al mismo tiempo, se escuchan voces de otros artistas discutiendo en torno a las representaciones religiosas, amorosas o mitológicas, para llegar a la conclusión de que todos perseguían un mismo objetivo: el mayor realismo posible en sus estudios anatómicos.
El montaje cronológico de la muestra pone de manifiesto la diversidad técnica, ya que encontramos desde dibujos al carboncillo, al clarión, a la acuarela, a tinta china o a lápiz, hasta otros realizados con las últimas tecnologías digitales de impresión.
Además, profundiza en las diversas funciones de estos papeles, pues podían servir como bocetos o estudios preparatorios, piezas individuales con valor en sí mismas o series.
El recorrido arranca en el siglo XV, periodo en el que la proliferación de molinos de papel facilitó la creación de dibujos. Estos comienzos se caracterizan por el anonimato de sus creadores y el uso de talleres artísticos, así como por la producción con fines religiosos y seculares (como los naipes o las cartas del tarot).
En esta misma sala se muestra, paralelamente, la influencia de los grabados de Durero en contemporáneos suyos –Hans Baldung Grien y Lucas Cranach el Viejo, entre ellos– y el interés por el paisaje, que empieza a florecer de la mano de estos artistas alemanes.
La culminación de las escenas urbanas y naturales llega de la mano de Pieter Brueghel el Viejo, de quien se puede observar Paisaje con Tobías y el Ángel (hacia 1595).
Damos un salto hasta los Países Bajos en el siglo XVII para apreciar el carácter naturalista de los maestros neerlandeses, quienes observaron con gran minuciosidad las particularidades del rostro humano y la topografía paisajística. Como ejemplo, tenemos el retrato de perfil que Rubens dibujó de su hijo Albert o la vista de una Granja holandesa entre luces y sombras de Rembrandt.
La selección de obras que cuelgan en la sala 207 –la tercera del recorrido– pone de manifiesto la importancia que el dibujo tuvo para los realistas y los impresionistas, ambos obsesionados con la observación de su entorno. Autores como Courbet, Degas y Pissarro se dedicaron a capturar la atmósfera y los sentimientos del momento presente; Van Gogh y Munch exploraron las pulsiones del alma humana; mientras que Klimt, Schiele y Kokoschka se decantaron por la psique y la sexualidad.
Basta con comparar El jardín de la casa parroquial de Nuenen en Invierno, de Van Gogh, y las Dos mujeres abrazadas de Schiele para ilustrarlo. Mientras que el pintor neerlandés se interesa por captar la emoción y la esencia momentánea del paisaje, reflejada en esos árboles desnudos que casi parecen mecerse con el viento; el austriaco está más pendiente de retratar con poses antinaturales una profundidad psicológica que va más allá del erotismo.
La última galería acoge dos secciones enmarcadas antes y después de 1945. Por un lado, se explora el enfoque experimental que tuvieron movimientos como el Expresionismo alemán, el Dadaísmo o el Constructivismo. De esta primera mitad del siglo XX sobresalen Composición (Diseño para la composición de un vitral: cabeza femenina) de Theo van Doesburg y la hipnótica Escenario mecánico-Revista abstracta de Andor Weininger.
Por otro, se enfatiza la evolución del dibujo y el grabado hacia prácticas más complejas, trascendiendo su función tradicional e incorporando tecnologías innovadoras. Aquí cabe destacar Verano II de Franz Gertsch y Bañera/suelo verde de Iris Schomaker.
La muestra también despliega un amplio repertorio de obras de artistas húngaros, entre los que cabe mencionar a Lajos Gulácsy con su Paolo y Francesca, y Dóra Maurer con su delicada 13 trazos. Para esta última, la artista registró durante 30 días el rastro que dejaba al despertar por la mañana y convirtió en dibujo los pliegues de la sábana, los trazos de las arrugas y la huella del movimiento del cuerpo.
En este apartado, además del anteriormente citado Andor Weininger, también cabría hacer hincapié en Mihály Munkácsy, Vilmos Aba Novák y Sándor Bortnyik.
De este modo, el visitante que acuda a Obras maestras sobre papel de Budapest no solo asistirá a un extenso recorrido por la historia del dibujo que arranca con Santa Margarita de Antioquía, sino que también podrá conocer los tesoros de creadores húngaros que durante tantos años ha custodiado la colección de la familia Esterhazy. Nerea Méndez Pérez