Amalia Avia en Alcalá 31: el archivo de una no-realista
La pintora protagoniza la muestra El Japón en Los Ángeles. Los archivos de Amalia Avia, que acoge la sala madrileña hasta el 15 de enero. Son 113 piezas en total organizadas en tres bloques: Vida cotidiana, Ciudades vacías y Objetos encontrados. La comisaria, Estrella de Diego, dispone un recorrido a través del que redescubrimos a la que ha sido catalogada erróneamente como pintora realista.
La sala Alcalá 31 ha inaugurado la primera retrospectiva dedicada al trabajo de Amalia Avia (Santa Cruz de la Zarza, Toledo, 1930-Madrid, 2011) en 25 años. La exposición lleva el título de El Japón en Los Ángeles. Los archivos de Amalia Avia y contiene 113 pinturas que recorren toda su trayectoria.
Gracias a ellas, el visitante puede puede contemplar desde los comienzos de su trabajo, con los paisajes rurales, a sus vistas de Madrid y la atención que dirigió a los objetos inanimados. El comisariado ha corrido a cargo de la Académica de Bellas Artes y catedrática Estrella De Diego.
La muestra se divide en tres secciones: Vida cotidiana, Ciudades vaciadas y Objetos encontrados. Estos grupos temáticos surgen tras ignorar la lectura cronológica. Al privilegiar una visión de conjunto, se han revelado con fuerza los intereses y obsesiones de Avia.
La creadora ha sido considerada durante décadas como una más del grupo de los «realistas de Madrid» –junto con Esperanza Parada, Isabel Quintanilla, María Moreno o Antonio López–, pero ahora De Diego la saca de esta categoría: «En su obra hay un proceso más complejo, no usa la fotografía como un dibujo preparatorio, las cambia».
Esto concuerda con las declaraciones de la propia Amalia, que se diferenció de sus colegas cuando dijo que los realistas salían a la calle a pintar, pero que ella no. La manipulación fotográfica solo es el comienzo en cuanto a su distanciamiento del «mero» realismo.
El uso obsesivo de una paleta de tonos pardos e imprecisos, que la acompañó desde el principio; su experimentación con los materiales, en la que se servía de periódicos para imprimir texturas o incluso prendía fuego a la superficie de las pinturas; su huída de la figura humana, que solo aparece como volumen pero nunca con una identidad, todo esto nos habla de una personalidad creativa preocupada en algo más que en lo visible.
Así lo aseguraba la comisaria durante la presentación de la exposición: «No es realista, pero no tengo nombre para lo que es».
Todos estos factores han complicado su reivindicación en tiempos recientes. No obstante, El Japón en Los Ángeles no trata de un descubrimiento o de reparar un pasado injusto, Avia fue una artista con éxito comercial en vida. Solo la historiografía más reciente, que se ha preocupado de artistas más indescifrables a simple vista, la ha colocado en un segundo plano.
También ha podido ayudar cierta aversión por lo canónicamente estético. «No se lleva mucho decir que las cosas son bellas. Pero estos cuadros lo son» dijo Estrella de Diego.
No solo eso, también son algo melancólicos, aunque no fuese la intención de su autora. La planta baja de la exposición está dominada por vistas de Madrid, su ciudad fetiche, puertas de portales y cierres de negocios clausurados. Según su hijo, el escritor Rodrigo Muñoz Avia, «por muy melancólicos que sean los cuadros de Madrid, son fruto del amor. Ella amaba ese Madrid que estaba desapareciendo. Claro que a veces lo trataba con mucha ironía».
Sin duda, ese sarcasmo se puede percibir con mayor o menor intensidad a lo largo de las tres secciones. En la planta superior, en Objetos encontrados, no es necesaria la confirmación de la comisaria para que podamos entender que no son solo naturalezas muertas, son retratos de objetos. Una butaca colocada frente al espectador, vacía pero de las mismas dimensiones que tendría una efigie de un político o un miembro ilustre de una familia destacada, no deja mucho espacio para la ambigüedad.
También es permeable a través de las pinturas de los escaparates de comercios. No solo podemos encontrar una apreciación poco común de las tipografías –que, en el caso de la obra que da título a la muestra, Avia la pone en contraste con los garabatos de un grafiti– sino por la comicidad accidental de los rótulos. A El Japón en Los Ángeles se suman Solidez y Elegancia o La Nati.
Ese mundo que ahora nos parece pintoresco y que ella vivió como cotidiano es lo que trató de preservar. De esa manera el conjunto se convierte, tal y como argumenta De Diego, en un archivo: «Está muy presente la obsesión por el tiempo suspendido. Lo que está a punto de desaparecer. De ahí el aspecto brumoso de las pinturas, como si saliesen de un sueño». Héctor San José.