Aislamiento, sororidad y abstracción
Esta semana, el museo Guggenheim de Bilbao inaugura Mujeres de la abstracción una exposición en la que se visibiliza el papel de las mujeres artistas en la partida de la figuración. Desde el espiritualismo del siglo XIX hasta las luchas feministas de la década de 1970, se subraya la importancia de las más de cien creadoras incluidas. La muestra está patrocinada por la Fundación BBVA y la han organizado el Centre Pompidou de París en colaboración con el Museo Guggenheim de Bilbao.
El Museo Guggenheim de Bilbao inaugura esta semana Mujeres en la abstracción, una exposición que reúne más de 400 obras de más de 100 artistas mujeres en una reivindicación de la contribución que tuvo su género desde las primeras tentativas en el abandono de la figuración a mediados del siglo XIX.
Si ha habido en la contemporaneidad un género pictórico asociado a lo masculino, occidental e individualista, ese fue la abstracción. Esto ocurrió principalmente en lo que respecta al Expresionismo Abstracto, con Clement Greenberg y el resto de la intelectualidad de la Guerra Fría construyendo un mito de artista americano hombre, heterosexual, blanco, hiper-masculino e individualista frente a un enemigo –la U.R.S.S.– asociado con el oriente y la idea decimonónica de femineidad asiática y colectivismo.
No es la primera vez que el Guggenheim rompe con esa concepción, ya dedicó una exposición a Lee Krasner, quien estuvo en el centro de la escena artística estadounidense sin recibir el adecuado reconocimiento. No obstante, en esta ocasión no solo se destaca un nombre, sino que los esfuerzos se vuelcan en crear un panorama amplio tanto en cronología como en geografías e intenciones.
Las comisarias –Christine Marcel, Chief Curator del Centre Pompidou; Carolina Lewandowska, Directora del Museo de Varsovia y Curator de Fotografía; en colaboración con Lekha Hileman Waitoller, Curator del museo Guggenheim Bilbao– no describen a las creadoras de Mujeres de la abstracción como seguidoras de una corriente ajena a ellas, sino que las definen como autoras de pleno derecho y «cocreadoras de la modernidad y su legado».
De esta manera, la muestra no solo permitirá el acceso de los visitantes al trabajo de artistas que en contadas ocasiones han aparecido –si lo han hecho– en las salas de un museo de primer nivel; sino que pone el dedo en la llaga y desvela el proceso de invisibilización activa que las ha apartado de los relatos tradicionales de la Historia del Arte.
Esta tendencia de vindicación lleva décadas en marcha, aunque con una tracción limitada. Uno de los textos fundamentales en este aspecto, Abstract Expressionism: Other Politics de Ann Eden Gibson, ya puso de manifiesto en 1997 los mecanismos de exclusión que solo comenzaron a desmoronarse –muy tímidamente– a partir de la inclusión de Lee Krasner en la exposición de 1978 Abstract Expressionism: The Formative Years.
Sin embargo, la manera en la que el museo ha cogido el testigo no crea una alternativa totémica a la lectura tradicional, sino que reconoce los diferentes enfoques de sus protagonistas (como por ejemplo en el enfoque en clave de género de las artistas, mientras que unas buscaron una identidad alejada esas consideraciones otras se volcaron en el desarrollo de un arte «femenino». Un debate muy activo también en la actualidad).
De la misma manera, la exposición es inclusiva en cuanto a técnicas fuera de la pintura –artes decorativas, arte textil, danza, fotografía y cine– y a contextos no europeos o norteamericanos con la vista puesta también en Latinoamérica, Oriente Medio, Asia y otros colectivos ignorados por la corriente mayoritaria, como el de las mujeres afroamericanas.
Durante la presentación, el director del museo, Juan Ignacio Vidarte, ha destacado el hito que supone esta muestra: «Va a ayudar a reflejar una nueva Historia del Arte. Es una exposición con una tesis importante. No está solo para contemplarla, sino para absorber los nuevos conocimientos que descubre sobre la contribución de las mujeres en la cultura del siglo XX».
La Fundación BBVA, patrocinadores del evento, se ha alegrado de que su contribución ponga de relieve «las aportaciones específicas de cada una de estas creadoras, independientemente del reconocimiento que hubieran recibido hasta la fecha». También han destacado la «alegría de volver a la tradición anual de colaborar con el Guggenheim. Ejemplo del éxito de la participación público-privada cuando es un esfuerzo continuado».
Por su parte, Lekha Hileman Waitoller, una de las comisarias, ha querido poner de relieve la presencia de las artistas españolas Aurèlia Muñoz y Elena Asins. De la primera sobresale una instalación de papel fuera de las salas de la propia exposición, mientras que Asins se sitúa casi al final del recorrido como pionera del arte asistido por ordenador.
Christine Marcel, la comisaria procedente del Centre Pompidou se ha centrado en una cuestión clave que afecta a todo el recorrido: la definición y los límites de la abstracción. Desde la primera artista –cronológicamente–, Georgiana Houghton, existe una tensión entre la ausencia de la figuración en lo formal pero con la intención de representar una idea o concepto concreto. En este sentido, muchas de las obras más tempranas son, estrictamente, anatemáticas y no puramente abstractas.
Pero según recorremos las salas y nos sumergimos en las diferentes historias del centenar de creadoras representadas, nos damos cuenta de que el nexo que las une tiene más que ver con su invisibilización y expulsión de los círculos de pintores abstractos tradicionales. Sin embargo, tanto en su papel –asumido o no– de artistas mujeres, o su interpretación e intención con sus obras, demuestran una conciencia individualista y personal. Mujeres de la abstracción consigue transmitir esa realidad caleidoscópica con infinitos matices pero, aún así, con conexiones inesperadas. Héctor San José.