Una miniatura firmada por Antonio Ricci
Aparece en el comercio europeo un pequeño retrato doble de las hijas de los duques de Villahermosa, rubricado por el pintor italiano afincado en España.
El retrato en miniatura fue uno de los géneros más demandados durante la Edad Moderna. Lo practicaron con asiduidad grandes artistas de la talla de Antonio Moro, Sofonisba Anguissola o Velázquez. A pesar de ello, a día de hoy resulta de un campo de estudio muy complejo, pues son escasos los ejemplares firmados que se han conservado. A esta nebulosa de atribuciones viene a poner algo de luz la reciente aparición de una miniatura firmada por el pintor de origen italiano Antonio Ricci (Ancona, hacia 1560–Madrid, hacia 1635).
La galería suiza Rob Smeets acaba de publicar un estudio (ver aquí) sobre un doble retrato de Juana e Isabel de Aragón y Pernstein, un pequeño óleo sobre cartón de 5,5 x 9,2 cm. Más allá de la calidad sobresaliente de la pieza y de la peculiaridad del formato, su interés radica sobre todo en lo que aparece en el verso de la pieza, pues es ahí donde, con una grafía propia del XVI, aparecen no sólo los nombres de las retratadas sino, sobre todo, la firma del artista bajo el anagrama «A. R. fat.».
Las retratadas son las hijas de Fernando de Aragón y Gurrea, V duque de Villahermosa, y de Juana de Pernstein y Manrique de Lara, hija primogénita del gran canciller imperial en Bohemia y dama de honor de la emperatriz María de Austria. Por la edad que presentan las niñas y por su vestimenta –visten saya de raso rojo y cuello de lechuguilla sobre arandela de plata con pinjantes–, la miniatura ha de fecharse hacia 1598-1599. Se trata a todas luces de un encargo de Juana realizado en Madrid y destinado seguramente a su madre, María Manrique de Lara, que residía en Praga. El artista tomó como punto de partida los dobles retratos de Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela pintados por Alonso Sánchez Coello entre 1568 (Patrimonio Nacional, Monasterio de las Descalzas Reales, Inv. 00612070) y 1575 (Madrid, Museo del Prado, P1138).
Antonio Ricci, conocido también en los documentos como «Antonio de Ancona», llegó a España en 1586 en el séquito de artistas que rodeaban a Federico Zuccaro con el fin de decorar al fresco el monasterio de El Escorial (véase aquí). El fracaso de esta empresa hizo que sólo él y Bartolomé Carducho permaneciesen en la Península para desarrollar sus carreras en solitario. Si de Carducho es mucho lo que sabemos, a Ricci apenas se le conoce como copista y como padre de dos de las figuras más destacadas del panorama artístico madrileño del Siglo de Oro: fray Juan Andrés y Francisco Ricci.
Ricci practicó fundamentalmente el retrato. Además de la serie de efigies regias pintadas entre 1592 y 1599 para el arzobispo valenciano Juan de Ribera, hoy en el Colegio del Patriarca, y de los soberbios retratos de los marqueses de Ciriza del convento de Agustinas Recoletas de Pamplona –firmado y fechado el del marqués en 1617–, poco más se conocía hasta la fecha. La aparición de esta miniatura permite ahora ratificar la atribución que en su día se hizo del retrato de la reina Isabel de Borbón del Museo del Prado (P1037). También lo equipara, por su cualidades pictóricas, con los pinceles del gran retratista del primer tercio del siglo XVII, Juan Pantoja de la Cruz (1551-1608). A este último se han atribuido varias miniaturas que a partir de ahora deberán estudiarse y compararse con la firmada por Ricci.
Al abordar el campo de la miniatura dentro de la tradición española, el primer nombre al que hacen referencia las fuentes antiguas –es decir, tratadistas como Francisco Pacheco, Jusepe Martínez o Antonio Palomino– es Diego de Arroyo (1498-1551), artista vinculado a la emperatriz Isabel de Portugal y a su hijo Felipe II. Ninguna miniatura segura de su mano ha llegado hasta nosotros, como tampoco de Antonio Moro (hacia 1520-1578) o Alonso Sánchez Coello (1531-1588), por más que se le vengan atribuyendo algunas piezas en función de las similitudes estilísticas con sus retratos de gran formato. Sí conocemos por el contrario obras seguras de Sofonisba Anguissola (hacia 1535-1625) y sólo una, esta sí, firmada, de Felipe de Liaño (hacia 1550-hacia 1600), al que se le llegó a denominar como «el pequeño Tiziano». Se tarta del retrato de Cristóbal Mosquera de Figueroa (1586. Colección Jiménez Carlé).
Durante la primera mitad del siglo XVII, brillaron Pantoja de la Cruz, Bartolomé González, Juan Bautista Maíno y el propio Velázquez. Nada seguro se conoce de ellos –desde luego, nada firmado–, a pesar de que al sevillano se le viene atribuyendo con cierta seguridad el retratito del Conde Duque de Olivares que conserva Patrimonio Nacional. También se ha querido asociar a sus pinceles –así como a los de Maíno– un supuesto retrato en miniatura del cardenal infante don Fernando de Austria que compareció en Alcalá Subastas (20 de diciembre de 2018, lote 1174) como escuela española.
Entre tanta confusión, el doble retrato de Juana e Isabel de Aragón y Pernstein permite incluir a partir de ahora a Antonio Ricci entre los grandes retratistas del Madrid del primer tercio del siglo XVII. También a reatribuir, a partir de su comparación y estudio, algunas de esas excelentes piezas anónimas que esperan «re-conocer» al artista que les dio vida.