Brancusi revoluciona París
París vive esta primavera el frenesí de engalanarse para sus Juegos Olímpicos del verano y se inauguran magníficas exposiciones. La del Centro Pompidou tiene como protagonista a Constantin Brancusi (1876-1957) con una retrospectiva de más de 200 esculturas entre fotografías, dibujos, películas, herramientas y mobiliario de su estudio.
En la sexta planta reciben al visitante tres de sus inmensos Gallos de escayola, cuya simbología asociada a Francia –patria del artista nacido en Rumanía– evoca también la idea de comienzo que impregna todo el arte de Brancusi.
Algo más atrás descansa sola, a la altura de nuestros ojos y en su urna de cristal, La musa dormida con su cabeza de bronce pulido, moño bajo, sin cuello ni hombros; su mejilla es la que se apoya sobre el pedestal, reducida a la esencia de su belleza.
Otra sala, amplia y tenuemente iluminada, es presidida por la gran puerta de una granja de Olténie a la que acompañan diversos utensilios de artesanía que evocan el trabajo en madera de Brancusi y sus fuentes rumanas. Está rodeada por obras iniciales del autor, junto a las de otros artistas y estilos que explican sus raíces: piezas cicládicas, figurillas íberas o una cabeza infantil de Rodin que emerge de un trozo de mármol.
Aquí destaca la serie Cabezas de Niño de Brancusi en las que, de una en una, fue depurando los rostros a través de ojos, nariz, labios y cuello; hasta dejarlas reducidas a un huevo o una célula. Son metáforas del nacimiento, a la vez que de la renovación de las formas.
La ruptura con la tradición habitual de usar una modelo al natural para reinventar la figura de memoria se manifestó muy pronto en el tratamiento que el autor hizo del retrato. La mencionada Musa dormida o Mademoiselle Pogany representaban a la baronesa Frachon y Margit Pogany respectivamente, pero su parecido es ya lejano, quizá porque el escultor trataba de ir más allá de sus rasgos, buscando una abstracción innovadora.
En 1920 su Princesa X fue retirada del Salón de los Independientes por considerarse pornográfica, un escándalo que supuso un duro golpe para él. A partir de entonces, decidió no exponer más que en su atellier, que se convirtió en un lugar para la innovación y la búsqueda de la mejor manera de exponer las esculturas sobre pedestales producidos expresamente para cada pieza.
Este estudio de Brancusi –lugar de trabajo, de su existencia cotidiana y de fiestas a la que acudían compañeros y curiosos atraídos por este laboratorio del arte moderno–, es el corazón de esta exposición parisina; aunque hoy ya no están las ventanas altas con sus manchas de humedad abiertas de par en par a la hiedra que trepaba por el pequeño edificio frente a estudio del Impasse Ronsin.
Tampoco vemos la piña que recogió una mañana el autor y que había dejado en la mesa de escayola, después de haberle dado decenas de vueltas admirando sus oquedades. Sin embargo, su espíritu está en el aire y sus palabras resuenan entre sus obras: “Yo no hago pájaros, hago vuelos”. Marina Valcárcel