El arte moderno belga llega al Museo Carmen Thyssen Málaga
El impresionismo y el arte belga hasta mediados del siglo XX tuvo una cierta correspondencia entre creadores belgas y españoles, con artistas como Darío Regoyos y Theo van Rysselberghe, James Ensor y Gutiérrez Solana o más próximos en el tiempo Magritte y Paul Delvaux, dos surrealistas belgas que irradiaron su influencia a pintores españoles. Ahora el Museo Carmen Thyssen Málaga presenta desde mañana y hasta el 5 de marzo la muestra Arte belga. Del impresionismo a Magritte. Musée d’Ixelles, que reúne cerca de ochenta obras de 53 artistas, entre los que destacan entre otros los mencionados anteriormente, abarcando un largo período temporal. La muestra permanecerá abierta hasta el 5 de marzo de 2023.
Comisariada por Claire Leblanc, directora del Musée d’Ixelles, cuenta con el patrocinio de Fundación Unicaja y de McArthurGlen Málaga, y en la selección de obras se puede contemplar la evolución de las principales corrientes artísticas belgas, que incluye el impresionismo, el realismo o el surrealismo, sin olvidar el influjo de las vanguardias que buscaron la modernidad. En este caso los artistas buscaron la innovación, la libertad creativa, un color sugerente y un cierto enigma de la atmósfera de un país que poéticamente definió el compositor y cantante Jacques Brel en una canción titulada El país llano. Los creadores belgas supieron impregnarse de las corrientes innovadoras del cercano París pero conservando una idiosincrasia local, donde por un lado se tendía a reflejar la realidad pero también se daba rienda suelta a la imaginación.
A la presentación han asistido el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, acompañado de Noelia Losada, concejala de Cultura; de Lourdes Moreno, directora artística del Museo Carmen Thyssen Málaga; de Claire Leblanc, comisaria; y de Cristina Rico y Javier Mendizábal, responsables de la Fundación Unicaja y McArthurGlen, patrocinadores de la muestra.
Claire Leblanc y el equipo del Museo Carmen Thyssen Málaga han optado por presentar de un modo cronológico, más comprensible para el espectador, una exposición dividida en cuatro secciones: el realismo y los orígenes del paisaje naturalista; el impresionismo y sus derivaciones; el simbolismo y las vanguardias fauvista y expresionista; y el surrealismo.
En la primera parte del recorrido se incluyen composiciones que tuvieron la influencia de pintores como Courbet o la Escuela de Barbizon, que inspiró una corriente del arte belga que se centró en aspectos de la vida moderna, ya sea en la ciudad o en el campo. Poco a poco los artistas fueron tendiendo hacia un realismo social a finales del siglo XIX, visible en las pinturas de Constantin Meunier, Charles Degroux o Eugène Laermans. En otro sentido el modo de abordar el paisaje tendió a plasmar al naturaleza en calma, interpretando la percepción que de ella tenían como se desprende al contemplar Dunas de Louis Artan, un claro ejemplo de la modernidad en este género. Muchos de los cuadros definen un sutil dominio de la luz y del color, gracias a una pincelada suelta y flexible.
La evolución del realismo en el paisaje se entrelaza con el movimiento de los impresionistas belgas, que como los franceses también se entregaron a pintar del natural en la penúltima década del siglo XIX, siempre atentos a las variaciones ambientales. Sabían elegir con libertad aquello que deseaban pintar, usando empastes para subrayar su tendencia a la materialidad de la pintura. En esta sala se encuentran las innovaciones de James Ensor, la voluptuosidad de Van Strydonck, el toque sutil de Van Rysselberghe, muy amigo de Regoyos, o las vibraciones impactantes de Wystman, sin dejar de mencionar a un pintor luminista intenso como Èmile Claus.
El simbolismo fue una corriente importante en las postrimerías del siglo XIX, donde se dio un repliegue intimista y un cierto retorno a un paraíso perdido tanto en la literatura como en la pintura, frente al realismo imperante, al introducir la duda ante la incertidumbre de los cambios en la sociedad. En las composiciones de Fernand Khnopff, llenas de sutileza hasta crear un mundo propio, de Félicien Rops o de Léon Spilliaert late un modo diferente de contemplar la vida. Y en esa parte también encontramos ejemplos fauvistas en las pinturas de Wouters, Thévenet o Paerels, plenas de colorido, junto a los experimentos expresionistas de Gustave de Smet, Van den Berghe o de artistas valones como Louis Buisseret.
Por último, la cuarta sección tiene como eje principal el surrealismo, un credo que huía del control de la razón y de cualquier precepto estético, en el que adquirieron protagonismo lo onírico y el inconsciente para desarrollar juegos creativos que ayudaban a que la imaginación se desbordara. Los dos artistas más conocidos y bien representados son René Magritte y Paul Delvaux, dos artistas que partiendo de ‘su realidad’ sabían conferir a sus obras una proyección ilusionista para que el espectador de esas obras pudiera interpretar desde su óptica y su conocimiento la escena representada como se desprende en El donante feliz, un óleo de Magritte de 1966, donde el pintor juega con el vacío en ese paisaje contenido en la silueta de un hombre con bombín, en la que caben un cielo azulado con luna, una casa con las ventanas iluminadas y rodeada de árboles y zona boscosa en un paisaje imaginario que exige la complicidad de quien mira esa nueva construcción de la realidad. O las inquietantes imágenes femeninas de Paul Delvaux.