Picasso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando
Hoy se abre al público en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando la exposición Picasso. Rostros y figuras, comisariada por Estrella de Diego y por Raphaël Bouvier, organizada por la Academia y la Fundación Beyeler, con la colaboración del Ayuntamiento de Madrid. La muestra, que permanecerá abierta hasta el 15 de mayo, reúne 58 piezas, entre pinturas, esculturas, dibujos y grabados procedentes de las dos colecciones.
En el acto de presentación del proyecto, en el que se recordó la figura del profesor Francisco Calvo Serraller, que estuvo en la génesis del mismo, intervinieron el director de la Academia, Tomás Marco, y el director de la Fundación Beyeler, Sam Keller. Ambos subrayaron la importancia de poner en relación las pinturas y obras maestras que atesora la Beyeler, que ha prestado un conjunto de obras significativo de las piezas que atesora, junto a los dibujos y estampas de la Real Academia de San Fernando, así como la importancia y pasión del dibujo que siempre manifestó Pablo Picasso, quien ingresó en 1897 en la Academia cuando solo tenía 16 años. La Fundación Beyeler de Basilea posee uno de los mejores conjuntos de obra picassiana, con más de una treintena de piezas, entre pinturas y esculturas. Tanto la Galería Beyeler como posteriormente la Fundación- cuyo edificio diseñó Renzo Piano para albergar la colección de Ernst y Hydy Beyeler, como afirmó Sam Keller, ha dedicado más de una docena de exposiciones monográficas dedicadas a Picasso, las más recientes la de la época surrealista y la de los períodos azul y rosa, que tanto éxito tuvieron en Basilea y París.
Por su parte, Estrella de Diego, catedrática de Arte Contemporáneo de la Universidad Complutense, académica y comisaria de la muestra, junto a Raphaël Bouvier, conservador de la fundación suiza, valoró que este proyecto expositivo pone de manifiesto, una vez más, que no hubiera sido posible sin un gran esfuerzo colectivo en el que han participado muchas personas para hacerlo realidad. Además añadió que supone el retorno a la Real Academia de Pablo Picasso, una especie de vuelta a casa, porque ahora cuelgan sus obras al lado de las estancias en las que Picasso copiaba del natural en las salas de esculturas, de los vaciados y de cómo el retratista que fue Picasso durante varias décadas del siglo XX se reinventaba constantemente. La contemplación de las pinturas, dibujos, esculturas y grabados en una especie de suite musical nos ayudan a establecer el vínculo de los afectos entre estas dos colecciones para seguir atrapando la mirada de los amantes del arte.
La exposición Picasso. Rostros y figuras, se articula en torno a variadas y expresivas representaciones de cuerpos, semblantes y apariencias en un selecto conjunto de obras de Picasso, ofreciendo una perspectiva ejemplar de su producción, desde el protocubismo hasta sus creaciones tardías como ese óleo de 1972, un año antes de su muerte. Próximo a cumplirse el aniversario de los cincuenta años de su muerte, la figura de Pablo Picasso sigue manteniendo el mismo interés, la misma fuerza y la sorpresa creativa que mostró desde muy temprano en su carrera.
Dispuesta en tres salas, la primera de ellas acoge siete piezas magníficas, desde ese óleo de 1907, titulado Mujer (época de ‘Las señoritas de Avinón’), que forma parte del proceso de búsqueda sostenido en el tiempo, desde el otoño de 1906 hasta la primavera de 1907, cuando logró plasmar esa obra maestra: Las señoritas de Aviñón. Hay algo inacabado en esta obra y eso le confiere una gran expresividad a través del trazo, que recuerda a las máscaras africanas, y a una paleta de colores sobria usada por Picasso. A su derecha, un bronce de 1908, Cabeza de mujer (Fernande), obtenido a partir del original en terracota, con su forma rotunda; y cerca Mujer sentada en un sillón (1910), como ejemplo del cubismo analítico, con esa figura sedente disgregada en una escala de marrones y grises, que supone para Raphaël Bouvier «un modo de percepción temporal y un desarrollo de la figura en el espacio pictórico completamente nuevos, lo que acabaría por constituir la seña de identidad fundamental del cubismo».
Y continúa la primera sala con cuatro estampas de la propia colección de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, entre los que cabría destacar Cabeza de hombre, un aguafuerte de 1912, La danza bárbara, ante Salomé y Herodes, una punta seca de 1905; y sobre todo La comida frugal (1904), un aguafuerte muy potente dentro de la Suite de los Saltimbanquis, que tiene una gran significación en la creación gráfica de Picasso.
Dentro de este museo imaginario, resulta muy interesante observar con detenimiento la segunda sala en la que vamos a ir encontrando buenos ejemplos del magisterio de Picasso con el dibujo y con su versatilidad en el grabado en dos series de gran simbolismo en sus obra. Por un lado, las doce estampas de La Obra maestra inacabada, con el modo picassiano de interpretar esa historia inmortal que escribió Honoré Balzac y que Picasso conocía muy bien. El autor de Guernica reflejó la vida del artista en el estudio, la relación con la modelo, el simbolismo del toro y el caballo, el escultor modelando, el pintor ante su caballete o recogiendo su pincel, casi siempre trabajando para cuando llegara la inspiración.
Y algo más adelante Ambroise Vollard, a comienzos de la década de los años 30, le encargó otra nueva suite, que entonces bautizó con el nombre del marchante francés, en la que Picasso volvió a demostrar su dominio del dibujo, de la técnica del aguafuerte, en ese diálogo entre el escultor o pintor con su modelo, el reposo del creador con sus musas, el culto a la belleza del cuerpo humano, escenas báquicas con minotauro y dos modelos femeninas. Son escenas con gran pulso vital y así hasta llegar a otras aguatintas que fijan una paloma blanca sobre fondo negro, entre otras.
Procedentes de la Beyeler y de la Anthax Collection Marx, que se halla en préstamo permanente en la Fundación suiza, cuelgan en esa sala esculturas tan relevantes como Cabeza de mujer (Dora), un bronce de 1941; y Cabeza de mujer, una plancha de hierro cortada, doblada y pintada, con un dibujo inciso, fechado por Picasso en 1961; un carboncillo Escultura de una cabeza (Marie-Thérèse), que data de 1932; una Cabeza de mujer (1944), un óleo con formas escultóricas en varios planos geométricos; ese Busto de mujer con sombrero (Dora), pintado en 1939; y La mujer que llora, fechado en 1937, en la que la nuevamente Dora Maar derrama sus lágrimas como expresión de sufrimiento y martirio, sin olvidar la gestualidad y ritmo de Cabeza de hombre (1972), una pintura hecha un año antes de su muerte cuando Picasso ya tenía más de 90 años.
Y en la última sala dos litografías con esa troupe de actores, tres mujeres y torero, un aguatinta del picador herido, dos linograbados de tema taurino, un pastel con fauno sonriente que dedicó al fotógrafo Juan Gyenes, todas piezas de la década de los años 50. Al final como dice Estrella de Diego es una pequeña retrospectiva en un espacio donde Picasso pasó algunos momentos esenciales de su formación porque «las figuras y los rostros, el cuerpo y el retrato, son leitmotiv en Picasso, siempre obsesionado por el pintor y la modelo».