Yoshitomo Nara: popular, sencillo, profundo y singular
El Guggenheim de Bilbao presenta la primera gran exposición en solitario de la obra del japonés. La muestra, que completa la programación del museo para el verano, es una retrospectiva de 40 años que te adentra en el curioso universo, bajo la influencia del Ukiyo-e, de este creador que ha estado muy involucrado en adaptar sus obras a las salas del museo.
En la actualidad la mayoría de los artistas venden su arte a través del discurso, pocos son capaces de conseguir transmitir tan solo con el contenido de sus piezas; en el caso de Yoshitomo Nara (Hirosaki, 1959) esto fue inherente. Fue un joven que no pensó hasta acabar el instituto en su pequeño pueblo natal en dedicarse al arte, quería poder vivir una vida de universitario en la que pudiera divertirse y experimentar y, como le gustaba el dibujo, se dedicó a estudiarlo.
Tras licenciarse en su país decidió viajar a la ciudad alemana de Düsseldorf, para seguir formándose, donde la barrera del idioma le obligó a tener que comunicarse a través de sus obras, algo que tiene muy presente hoy en día y que ha hecho que cuando le preguntan qué expresan sus figuras conteste que no sabe explicarlo. Cada uno tiene la capacidad para absorber el mensaje que estas desprenden.
En la retrospectiva que ahora presenta el Guggenheim podemos observar la evolución y formación del autor. En sus obras más antiguas –fechadas a finales de los años 80– el gesto de los personajes es duro, rebelde, desafiante, desconcertado, pero a medida que paseamos por las salas esos personajes tornan su rostro a uno más sereno, en calma.
El arte de Nara maduró juntó con él, en su juventud era un volcán creativo, realizaba más de 100 obras anuales, en las que brotan sus miedos e inquietudes, la percepción del mundo y cómo los demás influyen mucho en su personalidad y en su arte. En esto se traduce las obras pesimistas que transmiten la soledad. Sin embargo, con el paso del tiempo su producción disminuyó (solo creó dos obras en 2023). Ahora piensa más al realizar una pieza y su madurez hace más solemnes sus temas y personajes.
Podemos decir que pasó de ser un adolescente con mucho ímpetu y con ganas de explorar a ser un adulto que comprendía más el mundo en el que vive. Esta evolución se hace visible en el recorrido de la muestra, comisariada por Lucía Agirre, quien explicó que en la obra del japonés reverberan la soledad, el aislamiento, la convivencia de la naturaleza con el ser humano y su gusto por la música.
Esto último es la piedra angular de la exposición, que presenta los lienzos a diferentes alturas, creando una partitura donde las piezas son notas que hay que seguir para escuchar la melodía que nos propone el artista.
Su estilo de dibujo, que conjuga la influencia de autores italianos como Piero della Francesca, el Ukiyo-e, técnica de grabados que aprendió en su país y sus propias experiencias vitales, comenzó siendo extraño, de puro instinto.
Poco a poco la experiencia fue refinando sus trazos, que calaron en la gente, aunque muchos de ellos los tomaron como algo superficial. Sin embargo, las figuras de niñas cabreadas ya características de este creador japonés, expresan sus miedos, sus inseguridades, su evolución vital y la singularidad de su pueblo natal.
Esta sensibilidad con la que envuelve todo Nara hace que sea sencillo entrar en su obra. Y la aparente sencillez de los lienzos animan a los visitantes a explorar y tratar de buscar el fondo del mensaje que expresa de forma genuina.
En el recorrido están representadas todas las temáticas que ha tocado el artista hasta el momento, desde su sentimiento antibelicista, su conexión con la naturaleza, su fanatismo por la música punk y rock, el profundo arraigo al lugar de origen y la consternación ante los desastres naturales ocurridos en Japón en el año 2011.
De la amplía selección de piezas que forman la retrospectiva, destacan Mi habitación de dibujo (2008), que representa a la perfección la personalidad tanto de su creador como de su arte e influencias. Esta rústica cabaña, guarda en su interior un sinfín de folios garabateados en el suelo; encima de ellos, en las estanterías y baldas, se encuentran diferentes objetos que representan las inspiraciones que tuvo el japonés y un radiocasete que envuelve la obra con la música que le ayudaba a crear.
También cabe subrayar la Fuente de la vida (2001, 2014, 2022), una escultura perteneciente a la colección del artista. Representa una taza de té de la que salen varias cabezas apiladas junto con un chorro de agua y es una creación fascinante que recuerda a ese imaginario que creó Hayao Miyazaki para las películas de animación del Studio Ghibli.
Esta muestra patrocinada por la Fundación BBVA y que estará abierta al público hasta el 3 de noviembre, sintetiza el universo creativo de Yoshitomo Nara, un artista esencial dentro de la contemporaneidad artística, que esconde tras la amabilidad de sus figuras la historia de su vida y las experiencias que le conmovieron. Roberto Ponce López