Victor Erice instala en Bilbao una obra de videoarte en homenaje a Oteiza

Victor Erice instala en Bilbao una obra de videoarte en homenaje a Oteiza


El museo bilbaíno organiza con la Fundación BBVA un programa de Videoarte y Creación Digital que se ha instalado en la sala 32 del museo. El artista invitado es el cineasta español Víctor Erice, que con su obra Piedra y cielo hace un homenaje a Jorge Oteiza.


Piedra y cielo es una instalación audiovisual creada por este autor que toma como motivo el monumento dedicado al compositor y musicólogo Aita Donostia (José Gonzalo Zulaika; San Sebastián, 1886–Lekaroz, Navarra, 1956). Situado en la cima del monte Agiña (Lesaka, Navarra), es obra del escultor Jorge Oteiza y del arquitecto Luis Vallet. Fue llevado a cabo a instancias de la Sociedad de Ciencias Aranzadi e inaugurado el 20 de junio de 1959, y consta de dos elementos: una estela funeraria creada por Oteiza y una capilla levantada por Vallet.

El propio Erice describe así su trabajo: “Situadas [la estela y la capilla] frente a la cámara de video […] han sido sometidas en Piedra y cielo a un proceso de cinematización donde la luz, el sonido y el tiempo desempeñan un papel esencial. La visión diurna […] establece un contraste con la nocturna. La primera ofrece unas imágenes donde la naturaleza convive con las huellas de la historia […] la segunda intenta captar algo de la dimensión metafísica del escenario iluminado por la luna […]. En definitiva, los elementos propios de lo que Oteiza identificó como la ‘Cultura del Cielo’. El cielo fue para él su propósito […]”.

La videoinstalación consiste en dos proyecciones de grandes dimensiones (ancho de proyección: 8 m), denominadas Espacio Día (11’03’’) y Espacio Noche (6’35’’). El sonido incluye una pieza emblemática en la producción de Aita Donostia –Andante doloroso, su última composición para piano, fechada en 1954– interpretada por uno de los mejores conocedores de su obra, el pianista Josu Okiñena (San Sebastián, 1971).

El alto de Agiña (618 m) es de gran importancia más allá de su belleza como paisaje. Depósito de unas señas de identidad, forma parte de una estación megalítica que cuenta con ciento siete crómlech, once dólmenes, cuatro túmulos y un menhir, hitos asociados a espacios y ritos ancestrales que le otorgan una especial significación. La principal teoría existente acerca de su sentido es que se trata de enterramientos, o una representación de estrellas y constelaciones, constituyendo las huellas de una religión astral precristiana.

El escritor José de Arteche, que acompañó a Oteiza en su primera visita a Agiña, ha contado la reacción de su amigo al ver los crómlech allí reunidos: «Oteiza se arrodilló con los brazos en cruz, diciendo que deseaba recibir las emanaciones telúricas. Parecía un niño. Vallet le ayudó a levantarse. Hacía frío… Oteiza derramó sobre el paisaje una mirada ansiosa. Otra vez parecía que entraba en trance: ‘Es preciso -dijo- llenar nuestro paisaje de estelas funerarias, de señales encendidas estratégicamente dispuestas en esta larga noche de la que no queremos despertar’».

Víctor Erice junto a la Estela de Jorge Oteiza. Memorial a Aita Donostia, alto de Aguiña (Lesaka, Navarra) Febrero 2019. Fotografía: Valentín Álvarez
Memorial a Aita Donostia, alto de Aguiña (Lesaka, Navarra) Febrero 2019. Fotografía: Valentín Álvarez

Situadas frente a la cámara de video, observadas por ella día y noche, la estelaescultura y la capilla del Memorial han sido sometidas en Piedra y cielo a un proceso de cinematización donde la luz, el sonido y el tiempo desempeñan un papel esencial. La visión diurna, presidida por el sol (Eguzki) desde que nace hasta que muere, establece un contraste con la nocturna. La primera ofrece unas imágenes donde la naturaleza convive con las huellas de la historia (la obra de los hombres: los crómlech, la estela de Oteiza deteriorada, la capilla de Vallet); la segunda intenta captar algo de la dimensión metafísica del escenario iluminado por la luna (Ilargi, es decir, la luz de los muertos). En definitiva, los elementos propios de lo que Oteiza identificó como la «Cultura del Cielo».