Vincent van Gogh. El sembrador. 1888. Van Gogh Museum, Amsterdam (Vincent van Gogh Foundation).
VAN GOGH Y MUNCH: LA PINTURA COMO TERAPIA
El Museo Munch ahonda en las afinidades de ambos artistas, que encontraron en el arte la mejor arma para alejar sus fantasmas
Vincent van Gogh y Edvard Munch nunca llegaron a conocerse, pero sus vidas siguieron caminos paralelos. Apasionados, expresionistas y angustiados hasta el delirio, ambos encontraron en la pintura el refugio perfecto para olvidar sus traumas y neurosis. Tanto el artista holandés como el noruego comenzaron su carrera en 1880, viajaron a París para conocer a los impresionistas, fueron temporalmente recluidos en un sanatorio y adoptaron el color como seña de identidad. Aunque solo uno triunfó en vida: Munch. El museo que lleva su nombre cede ahora parte del protagonismo al autor de Los girasoles.
Van Gogh+Munch plantea un diálogo entre ambos pintores, a través de un centenar de obras sobre lienzo y papel que recogen lo más destacado de sus respectivas producciones. La muestra partió de un estudio realizado en el Museo Van Gogh. “Nos sorprendió que el público echase en falta obras emblemáticas como La noche estrellada, el autorretrato con la oreja vendada y… El Grito”, explica Magne Bruteig, comisario noruego de la exposición. La confusión de autoría con respecto a este último cuadro inspiró a los comisarios hace cinco años este proyecto, que analiza las conexiones entre ambos pintores.
Afines pero no iguales, cada uno de ellos cuenta con espacio propio en las salas. Munch diseccionó como ningún otro el alma humana con sus personajes solitarios y angustiados, mientras que Van Gogh se decantó más por el paisaje y la vida campestre. Sin embargo, hay lugares donde la mirada de ambos confluye. Así se aprecia, al menos, en La casa amarilla de Van Gogh y La enredadera roja de Virginia de Munch. También en sendas noches estrelladas que pueden contemplarse juntas. Estas comparativas presentan los intereses comunes de ambos artistas: una gama de colores vibrante, una pincelada personal y composiciones poco convencionales.
Otro de los nexos de unión entre Van Gogh y el autor de El grito lo encontramos en la concepción colectiva de sus obras. Este último creó una serie que tituló El friso de la vida, ciclo que aglutina una veintena de lienzos –entre ellos La danza de la vida, Madonna o Celos– que calificó como “un poema de vida, amor y muerte. Van Gogh también trabajó en un proyecto de gran envergadura que llamó Décoration.
La última parte de la exposición se concentra en las cartas y escritos de ambos artistas, fundamentales para comprender su trayectoria, así como algunos episodios personales rodeados de leyenda. Entre ellos, la automutilación de una oreja por parte de Van Gogh o el disparo, supuestamente fortuito, que le hizo perder a Munch dos falanges de la mano izquierda. En 1933, el pintor noruego dedicaba estas palabras a su homólogo holandés: “Durante su corta vida, Van Gogh no permitió que su llama se apagase. Igual que él, yo tampoco lo haré, dejaré que queme mis pinceles hasta el final”. Resulta irónico que hoy ambos ‘pinceles’ hayan alcanzado cifras récord en el mercado del arte.
Van Gogh+Munch podrá visitarse en el Museo Munch hasta el 6 de septiembre. Después, viajará al Museo Van Gogh de Ámsterdam para conmemorar el 125 aniversario de la muerte del artista. Sol G. Moreno @solgmoreno