Un edificio con nombre propio
Los arquitectos Jorge Gabaldón y Néstor Montenegro escriben su segundo artículo sobre la icónica construcción situada en Gran Vía. En esta ocasión, aluden al valor «simbólico» y «publicitario» del Edificio Telefónica, una denominación incluida por el propio arquitecto Ignacio de Cárdenas en sus escritos sobre este proyecto. Ambos autores estudian, asimismo, las reformas aplicadas al interior de la construcción durante el último tercio del siglo XX, hasta la apertura del Espacio Fundación Telefónica.
El icono en que quiso convertirse Telefónica comienza en la propia lona publicitaria que protegió a los viandantes de las obras durante su construcción, y evoluciona hasta el nuevo modelo de símbolo –de anuncio, por tanto–, que ha resultado tras los cambios en su interior en los años posteriores.
El edificio se levantó en dos fases y se reformó en varias ocasiones. La primera etapa del proyecto, oficialmente concluida el 1 de enero de 1930, se construyó insólitamente en algo menos de tres años. Entonces se edificó únicamente una parte del solar, aquella cuyo alzado principal da a la calle de Gran Vía (quedando en su parte trasera un pequeño volumen de dos alturas que servía de central telefónica mientras se concluía la construcción).
Entre 1951 y 1955, tras el desmonte del edificio auxiliar, se procedió a la conclusión del proyecto previsto por Cárdenas. La distancia de años entre esta segunda fase y la anterior se debe a la Guerra Civil y al tiempo dedicado a reparar la construcción, dañada durante el sitio de Madrid. En ese sentido, es importante señalar que el arquitecto no pudo llevar la dirección de la obra en este segundo momento, ya que estaba exiliado en París. Fue Fernández del Amo quien, siguiendo el proyecto original, se ocupó de finalizarlo.
Durante las décadas posteriores –1987, 1992 y 2012– se llevaron a cabo diversas obras de rehabilitación, especialmente en el interior y en las plantas baja y primera. Se realizaron cambios importantes en las instalaciones y se cambiaron las carpinterías, anteriormente de guillotina, por otras de un carácter similar pero de tipo fijo, acorde con el nuevo sistema de climatización. La última reforma dio lugar al espacio que hoy en día conocemos como Espacio Fundación Telefónica, punto de unión entre el edificio y la ciudad, además de centro cultural de referencia en Madrid.
Sin embargo, la condición comunicadora del edificio no se ha debido tanto a estas reformas de su interior –circunscritas a las modas y estilos propios de los años en que se realizan–, sino a la capacidad de todo lo que ha permanecido. Mientras la fachada principal del Edificio Telefónica mantiene un carácter inmovilista, aquello que la rodea y que convierte la obra en el icono que es, ha estado en constante cambio y ebullición.
Hablamos, efectivamente, de la Gran Vía. Esta no solo cambió de nombre – desde Avenida de Pi i Margall o de la CNT, hasta Avenida de Rusia, de la Unión Soviética, también conocida popularmente como ‘de los obuses’–, sino también su aspecto y la manera en que los madrileños hacían uso de ella.
En el transcurso del siglo XX la Gran Vía fue ‘conquistada’ por infinidad de locales de restauración, de comercios y tiendas de lujo, cines y teatros, especialmente en el tramo de Callao a Plaza de España. Los carteles luminosos abarrotaban los establecimientos en las plantas bajas de los edificios y todo esto hacía de dicha calle un lugar para el viandante, a pesar de las grandes dimensiones de los carriles de vehículos frente a las aceras. Los bajos abiertos al público, la irregular geometría de la calle y las construcciones que por su privilegiada posición destacaban por encima del resto –como el Hotel España o el Edificio Carrión–, habían dejado a Telefónica en un segundo plano.
Este edificio quedó igualmente relegado a un discreto lugar en los servicios de la compañía, que se trasladó al Distrito Telefónica (2008). Sin embargo, y a pesar de todo, aún mantiene su importancia en la ciudad. Y es precisamente ese simbolismo, ese carácter icónico, el que mantiene el interés de la multinacional española por potenciar su presencia y su representatividad. Así como otras grandes empresas buscan mantener en el centro de Madrid su nombre sobre edificios emblemáticos –un claro ejemplo es el BBVA de Oiza–, Telefónica explota a través de la gestión cultural de la Fundación Telefónica implantada en la construcción de Cárdenas, la imagen de un edificio que siempre tendrá nombre propio.
La reforma acometida en 2012 es un ademán de abrirse al ciudadano. Se trata de hacer accesible un edificio emblemático e histórico, en el que tradicionalmente se han realizado funciones de gran calado para el desarrollo tecnológico de la sociedad. El gesto es en sí una nueva acción publicitaria, que retorna la condición del edificio a sus orígenes: ser elemento comunicador de los valores de la empresa aprovechando el valor simbólico de la arquitectura.
Este último gesto transforma estratégicamente la relación con el público, que ya no se define desde la aportación de una tecnología, sino desde la voluntad de convertirse en activador cultural de calado, utilizando el Espacio Telefónica para volver a ubicar en el mapa el nombre propio de la compañía como agente fundamental de transformación de la sociedad madrileña. Jorge Gabaldón y Néstor Montenegro