‘Teje el cabello’: el pelo como material artístico
El Museo del Romanticismo toma el cabello masculino y femenino como hilo conductor de una exposición que repasa la moda de rizar, sujetar y decorar los cabellos a lo largo del siglo XIX, a través de 90 piezas entre objetos decorativos, miniaturas, grabados y pinturas firmadas por Esquivel, Madrazo y Tegeo, entre otros.
- También se exhiben algunas piezas que están hechas con pelo y demuestran hasta qué punto este elemento adquirió valor sentimental durante el Romanticismo y se convirtió en un componente más para crear.
Cuando Duchamp o Schwitters comenzaron a utilizar materiales de toda índole –lanas, cordones, botones e incluso aire– en sus revolucionarios ready-mades, quizá no recordaron que un siglo antes ya se había usado pelo humano para fabricar joyas, dibujar escenas artísticas o bordar pañuelos.
Efectivamente, en los años que cubren desde la Revolución Francesa hasta el Desastre del 98 se popularizó el uso del cabello en el arte y, aunque en este caso la motivación era más sentimental que otra cosa, lo cierto es que proliferaron los guardapelos –se conserva uno de Mariano José de Larra Fígaro–, los collares o pendientes hechos con cabello de la persona amada y las miniaturas que contenían pelo de familiares ya fallecidos.
Algunas de estas curiosas composiciones se exhiben ahora en el Museo del Romanticismo en Teje el cabello una historia. El peinado en el Romanticismo. La muestra, comisariada por Carolina Miguel Arroyo, se compone de 90 piezas entre pinturas, abanicos, miniaturas, dibujos y objetos relacionados con el peinado que se reparten entre la sala de la planta baja dedicada habitualmente a las exposiciones temporales –ámbito femenino– y la estancia XXV de la colección permanente (apartado masculino).
Los mencionados cuadros de pelo y las singulares joyas que se presentan aquí son el principal reclamo para el espectador más curioso. Pero la visita ofrece también un recorrido histórico por el retrato decimonónico, cuya mirada se centra en la evolución de los peinados masculinos y femeninos de la época (fundamentales a la hora de determinar la condición social del personaje).
La visita ofrece un recorrido histórico por el retrato decimonónico, cuya mirada se centra en la evolución de los peinados masculinos y femeninos de la época.
Esta historia del peinado en el siglo XIX comienza algún año antes con la pomposa peluca que luce María Luisa de Parma en el cuadro de Maella. Con el cambio de siglo y el estallido de la Revolución Francesa, este elemento se desterrará por completo, para dejar paso a adornos como lazos, flores e incluso turbantes (resulta espectacular el que lleva María Teresa Orsini, princesa Doria inmortalizada por Valentín Carderera).
En la década de 1830 se ponen de moda los grandes bucles y recogidos altos –por ejemplo, el peinado de jirafa–, mientras que en los años siguientes las damas prefieren seguir la moda francesa y peinarse en dos partes, tapando las orejas. El moño, elemento recurrente de aquellos años, va paulatinamente bajando de volumen y de posición, hasta acabar en la nuca durante la década de 1860.
Diversos retratos de la alta aristocracia pintados por José y Federico de Madrazo, Antonio María Esquivel o Rafael Tegeo, del que se exhiben dos lienzos de reciente donación, ilustran esta evolución del peinado. El cabello de los hombres también sufrió cambios, como se aprecia en la sala XXV de la colección permanente, donde se muestran diferentes modas de peinados, bigotes, patillas y barbas.
Teje el cabello una historia. El peinado en el Romanticismo está compuesta íntegramente por fondos del propio museo y podrá visitarse hasta el 12 de abril. Sol G. Moreno