Fotografía: David Campos.
RETRATOS DE PABLO PICASSO EN BARCELONA
Hoy se abre al público la exposición Picasso.Retratos, organizada por el Museo Picasso de Barcelona –sede de la muestra hasta el 25 de junio– y por National Portrait Gallery de Londres, donde se exhibió con gran éxito de público. Comisariada por Elisabeth Cowling, catedrática emérita de Historia del Arte en la Universidad de Edimburgo, esta exhibición reúne más de 80 obras, entre pinturas, esculturas, dibujos y grabados, procedentes de colecciones públicas y privadas, que ponen de manifiesto la extraordinaria importancia que tuvo este género para Pablo Picasso (Málaga, 1881- Mougins, 1973) en su fecunda trayectoria plástica, no sólo por los soportes utilizados sino porque cultivó el retrato en todos los periodos creativos. Además la muestra incluye fotografías y documentos que ayudan a comprender mejor cómo Picasso abordó el género.
La exposición explora los parámetros establecidos del retrato que Picasso fue redefiniendo a lo largo de su vida y el lugar e importancia que ocupó la caricatura en sus retratos. Mientras que en los caricaturistas profesionales de la primera mitad del siglo XX y aún más adelante los objetivos solían ser personajes públicos muy conocidos, en el caso del genio malagueño optó por su entorno de amigos, familia y muchas de las mujeres que tuvieron incidencia en su vida. Y en el recorrido vamos encontrando a intelectuales y creadores como Guillaume Apollinaire, Jean Cocteau, Max Jacob, Igor Stravinsky, Jaume Sabartés o Erik Satie, pero también a Dora Maar, Nusch Éluard, Françoise Gilot, Lee Miller, Fernande Olivier, Jacqueline Roque, Olga Khokhlova y Marie-Thérèse Walter. En el retrato el autor de Guernica se sentía con libertad para interpretar a los modelos que fijaba en sus telas y papeles, ya que casi ninguno de ellos obedecía a encargos de los personajes que representaba.
Pablo Picasso desde sus comienzo siempre tuvo un don capaz de sugerir carácter y humor y, a la vez, representar de manera fidedigna los retratados. A pesar de su originalidad, Picasso se mantiene siempre en diálogo constante con el arte del pasado, utilizando formatos y posturas con sutiles alusiones a obras de los grandes maestros europeos y sobre todo de la escuela española. Durante los más de tres meses que estará abierta la exposición en el Museo Picasso de Barcelona se han programado diferentes actividades paralelas, desde lecturas teatrales para ahondar en los personajes retratados por Picasso hasta talleres familiares y también la inclusión de la música porque Picasso contó entre sus amigos a músicos como Stravinsky o Satie, entre otros.
La exposición se estructura en siete salas, a través de las cuales se puede hacer un recorrido por la evolución del retrato picassiano, desde el último lustro del siglo XIX hasta algunas obras de las décadas de los 50 y 60. En esa galería de dibujos podemos admirar su facilidad para cambiar de tono y la forma imprevisible de captar a los personajes que retrató.
En la primera sala cuelgan retratos de su padre y de su tía Pepa cuando el pintor sólo tenía 15 años, donde ya revelaba una sensibilidad precoz, unido a una versatilidad para el dibujo con ese conjunto fe dibujos de principios del siglo XX que recogían la influencia del impresionismo, el modernismo y el simbolismo, así como la admiración que tuvo a la figura de El Greco, que da paso a la sala segunda con los retratos de Bibi-la-Purée y Gustave Coquiot, algo inspirados en Toulouse-Lautrec. De ese período destacan su modo de fijar la imagen de amigos como André Salmon, Apollinaire o Cocteau, caricaturas hechas con ingenio, sin dejar de mencionar el retrato de su querido Jaume Sabartés, pintado en 1904, en un tono monocromo de su período azul, que desprende melancolía.
En la sala siguiente sobresalen los retratos de Fernando Olivier, en su romántica mirada al circo, que comenzó en 1905 y se alargó hasta 1912 cuando se dedicó a la fase analítica del cubismo, o los que hizo de sus marchantes. Luego entró en escena su primera esposa, la bailarina ucraniana Olga Khokhlova, del que cabe mencionar sobre todo un óleo de 1923 de su periodo clásico en la que se ve a Olga con porte aristocrático y mirada ausente. En la cuarta estancia cuelgan retratos de Max Jacob y Ambroise Vollard, junto a otros muy refinados de Stravinsky y Faure, junto a la sensualidad voluptuosa que proyectó de Mari-Thérèse Walter, con ese modelado delicado; un retrato de Nusch Éluard, a base de formas planas; y un retrato de Dora Maar que refleja la volatilidad de la relación entre el pintor y la modelo.
En la quinta sala volvemos a un elegante retrato de Nusch Éluard o el de Lee Miller, fotógrafa y musa de numerosos artistas en el período de entreguerras. La Guerra Civil española en plena relación con Dora Maar hizo que distorsionara el rostro y cuerpo de Dora Maar, fruto de la angustia de un período convulso. Y también cabe resaltar el retrato de su hija Maya, con dos años, donde Picasso parodió el estilo del arte infantil.
En las dos últimas salas cuelgan dibujos y pinturas de su amigo Sabartés, piezas que ilustran el diálogo que mantuvo Picasso con sus grandes maestros: El Greco, Rafael, Degas, Rembrandt, entre otros. Nuevamente plasmó en litografías toda la belleza de Françoise Gilot, en un claro guiño a Velázquez, algo que volverá a retomar cuando pinta a Jacqueline Roque, su última esposa. Y además un serie de pinturas y dibujos en torno a Las Meninas o su particular homenaje a Matisse. En todo el recorrido late la espontaneidad de Picasso para innovar y representar de múltiples maneras a sus modelos. Julián H. Miranda