Descripción
MECENAZGO PRIVADO
La colección de Serguéi Shchukin se ha expuesto hasta hace unos días en la Fundación Louis Vuitton del magnate Bernard Arnault. Ninguno de los museos franceses fue capaz de asumir los costes de una muestra que Le Monde calculó entre 10 y 13 millones de euros. Hace apenas dos años, la misma Fundación Vuitton ya había reunido El grito de Munch y La danza de Matisse en una exposición sin precedentes que tuvo un éxito similar a la de la colección Shchukin. El gran atractivo de este centro privado es una manifestación de lo que está cambiando el mundo de los museos y exposiciones.
Hasta hace unos años nadie hubiera pensado que una institución privada podría competir en la gestión económica y visitas a sus instalaciones. Pues bien, el momento no solo ha llegado sino que ya está cambiando el panorama de las grandes muestras internacionales. En España este éxito tiene nombre de empresas y fundaciones. Alguna como la Juan March lleva décadas de prestigio con sus muestras. Otras, como BBVA, Telefónica o Mapfre se han incorporado con determinación a este futuro. No es una novedad. Pero lo que ahora cambia es precisamente la capacidad y agilidad de estas instituciones para enfrentarse a grandes proyectos que antes solo podían acometer los prestigiosos museos nacionales. Pero hay algo más. El millonario François Pinault, rival empresarial de Arnault, ya ha anunciado que abrirá su propia fundación en Les Halles en 2018; mientras que en nuestro país algunos mecenas como Juan Abelló o Cristina Masaveu también se han referido al futuro de sus colecciones, pensando en nuevas instituciones que no solo alberguen sus obras sino que también las estudien y pongan en relación con otras obras en el extranjero.
Efectivamente, la iniciativa privada se está moviendo. Entre estos movimientos hay que incluir la exposición que Alicia Koplowitz y Omega Capital están llevando a cabo en el Museo Jacquemart-André de París. La colección –a la que prestamos especial atención en las páginas de este número– no solo resulta atractiva por los nombres que incluye, sino porque responde a unos criterios que, aunque puedan parecer subjetivos, han despertado un enorme interés de público y crítica. La oferta del museo francés tiene también su importancia, pues supone una colaboración entre instituciones públicas e iniciativa privada. Anuncia, en esta Europa sin fronteras, las posibilidades infinitas que colecciones como la Shchukin o Koplowitz ofrecen cuando hay interés por parte de los países que las exponen y del público que las demanda.
El coleccionismo privado se está movilizando con éxito. Es quizá la justa recompensa a una labor de mecenazgo tantas veces incomprendida y que, es justo reconocerlo, se ha llevado a cabo carente de todo tipo de ayudas y respaldo.
Por Fernando Rayón