Los tesoros del barón Thyssen se reúnen en su centenario
El Museo que lleva su nombre acoge en las salas superiores de la colección permanente una veintena de piezas de orfebrería, nácar y cristal de roca, además de un par de pinturas y esculturas procedentes de los fondos de la familia Thyssen-Bornemisza. La muestra, que contribuye a una visita más enriquecedora de los fondos habituales, se inaugura justo hoy, día en el que Hans Heinrich hubiese cumplido 100 años.
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Es un viaje al pasado, pero también a la forma de entender el arte de un coleccionista que dejó una profunda huella en España. Cuando el Museo Thyssen abrió sus puertas en 1992 con aquella primera selección de maestros antiguos y modernos, el barón quiso que además se sumasen 170 piezas de artes decorativas, porque pensó que así se contextualizaría mejor cada periodo estilístico.
Naturalmente, aquel préstamo excepcional volvería a manos del barón y, posteriormente, se repartiría entre sus descendientes. Los mismos que ahora se han puesto de acuerdo para volver a reunir parte de esas joyas únicas, con motivo del centenario de su padre.
Tesoros de la colección de la familia Thyssen-Bornemisza muestra una veintena de aquellas piezas expuestas en la década de los noventa, aunque de un modo diverso. “Presentamos 10 obras de orfebrería vinculadas al Renacimiento y el Barroco, cuatro pinturas de la escuela holandesa, dos esculturas, un baúl y tres objetos de cristal de roca. Todas estuvieron presentes en 1992 salvo las tres últimas, que visitan Madrid por vez primera”, explica Mar Borobia, comisaria de la muestra.
Tal vez por eso, son las joyas más llamativas de la exposición (también las que más brillan). La quimera y los dos aguamaniles tallados en cristal de roca y esmaltados en oro, procedentes de una escuela de Milán, sorprenden al visitante en la galería Villahermosa, justo enfrente de la santa de Caravaggio.
«Se sacrificó la colección para mantenerla unida tras la herencia de mi abuelo, aunque la orfebrería heredada por mi tío Stephan se perdió en Cuba durante la Revolución», Francesca Thyssen.
Otra pieza que acapara muchas miradas, por su volumen y por su singularidad, es el baúl del siglo XVIII lleno de utensilios para un servicio de mesa de viaje. Platos de porcelana, jarras, bandejas y soperas de plata integran el conjunto de 66 accesorios, obra de Christian Winter. En este caso, podríamos hablar de una pieza medio inédita, si tenemos en cuenta que tras viajar a Madrid en 1992 no pudo exponerse por falta de espacio debido a sus dimensiones (47 x 97 x 69 cm).
El montaje de las vitrinas diseminadas por las salas de la segunda planta resulta tan atractivo como su ubicación. Por ejemplo, la presencia de las copas alemanas en las estancias de pintura germana de los siglos XV y XVI permite contemplar, juntas, la Copa Ràkóczy y la Ninfa de Lucas Cranach. De igual forma, se pueden comparar las escenas bíblicas representadas de forma minúscula en la Copa de coco realizada por Wolf Brussel con las que aparecen en el Tríptico del Rosario pintado por Kulmbach.
En la sala anterior, la talla de estuco Virgen con el Niño y cuatro ángeles de Agostino de Duccio descansa junto a pintores italianos del siglo XV. También la estancia holandesa recibe a un invitado de excepción: Flores en un jarrón de cristal de Cornelis Jansz. de Heem, cuya presencia completa el estilo familiar (se exhibe junto al lienzo de su padre, Jan Davidsz, de la colección permanente).
Se trata, por tanto, de una ocasión excepcional para repasar la pasión coleccionista del barón, que desde 1961 reunió uno de los mejores conjuntos europeos de pintura, escultura y, por lo que ahora descubrimos, también de artes decorativas (aunque fue una pasión heredada de su padre y de todo cuanto vio en Villa Favorita).
Cuenta Francesca Thyssen, prestadora de la mayor parte de las obras, que su padre puso mucho empeño en reconstruir el conjunto de piezas decorativas atesoradas por su abuelo. “Se sacrificó la colección para mantenerla unida tras la herencia, aunque toda la orfebrería heredada por mi tío Stephan se perdió en Cuba durante la Revolución. Cuando yo tenía seis meses mis padres me llevaron a Jamaica, ellos viajaron a La Habana para rogarle a mi tío que se marchase de allí, porque el régimen de Batista iba a acabar y deseaban que volviese a un lugar seguro. Él se negó y muchos de sus tesoros se perdieron”, ha relatado en la rueda de prensa.
Afortunadamente, el resto de joyas se ha mantenido en la familia. Por eso ahora podemos disfrutar de una pequeña selección, cedida expresamente para celebrar el primer centenario del barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza (1921-2002). Tanto sus familiares como el museo, en colaboración con la Comunidad de Madrid, se han puesto de acuerdo para rendirle homenaje en un año cargado de actividades en torno a su figura (en realidad el Año Heini comenzó en 2020 con la muestra de Expresioniso alemán). “Fue un hombre generoso y es nuestro deseo recordarle no solo como coleccionista sino también como el gran humanista que fue”, defiende Evelio Acevedo.
Tesoros de la colección de la familia Thyssen-Bornemisza podrá visitarse desde hoy, cumpleaños del barón, hasta el 23 de enero de 2022. Una celebración que se completa con miniconciertos -tanto hoy como el fin de semana (inscripción previa)-, un simposium en octubre y una exposición en torno al Joven caballero de Carpaccio restaurado, que estará acompañado a partir de mayo de varias obras procedentes de la colección italiana que tiene en préstamo en el MNAC. Todo por recordar a uno de los coleccionistas más importantes para nuestro país. Sol G. Moreno