Las Magdalenas de Caravaggio se descubren en París
El Museo Jacquemart-André reúne por primera vez, en una exposición única en la capital francesa, las dos mejores versiones de la Magdalena en éxtasis que el pintor llevaba consigo poco antes de morir en Porto Ércole.
Caravaggio es, y seguirá siendo, un reclamo de primera línea para cualquier museo que pretenda –o pueda permitírselo– organizar una exposición sobre su figura. Por ello, la muestra Caravaggio. El período romano: amigos y enemigos, que desde el pasado 21 de septiembre puede visitarse en el Museo Jacquemart-André de París, se ha convertido en una de las grandes citas culturales de este otoño. Comisariada por dos especialistas en la materia como Pierre Curie y Francesca Cappelletti, tiene el aliciente de reunir diez obras maestras del maestro, entre las cuales se encuentra El tañedor de laúd del Hermitage (1595-1596), pintura que se exhibe por primera vez en Francia.
Junto a los originales de Caravaggio, también pueden contemplarse pinturas de artistas contemporáneos como el Cavallero de Arpino, Annibale Carracci, Orazio Gentileschi, Giovanni Baglione o nuestro José de Ribera, a través de los cuales se aprecia la asimilación de la nueva corriente naturalista que tanto éxito tuvo en la Roma de finales del siglo XVI y principios del XVII.
Pero si por algo queremos destacar ahora la exposición, es porque permite contemplar, por primera vez juntas, dos de las versiones de la célebre Magdalena en éxtasis de Merisi, un cuadro cuyo original siempre ha estado envuelto en conjeturas. Para explicar el por qué de su importancia, debemos retrotraernos al origen mismo de la pintura. El 18 de julio de 1610 fallecía Caravaggio en Porto Ércole en su infructuoso viaje de regreso a Roma para conseguir el perdón papal. Once días después, el obispo de Caserta y Nuncio papal en Nápoles, Diodato Gentile, escribía al cardenal Borghese informándole de la muerte del artista y que con él viajaban tres obras: dos representaciones de san Juan Bautista y una Magdalena en éxtasis.
Los cuadros fueron devueltos a Nápoles y quedaron al cuidado de Constanza Colonna mientras se entregaban al cardenal Borghese, verdadero destinatario de los mismos. La romana Galleria Borghese conserva una de esas pinturas, que sí llegó a su destinatario (ver aqui). Por su parte, la Magdalena permaneció en Nápoles, donde la copió hacia 1612 Louis Finson, pintura que hoy se conserva en el Museo de Bellas Artes de Marsella. Del original se perdió la pista hasta que, en 1951, Roberto Longhi, el redescubridor de Caravaggio, presentó una versión en una colección particular de Palermo. Este mismo historiador dio a conocer, en la década de 1970, una nueva versión que, hasta hace pocos años, pasaba por ser la mejor de las ocho conocidas, llegándose a especular incluso con que fuese el codiciado original perdido.
Denominada como Magdalena Klein en honor a uno de sus últimos propietarios, desde el año 2014 compite con un nuevo ejemplar que fue dado a conocer con todos los honores por Mina Gregori en el diario italiano La Repubblica (ver aquí). Dos años después se expuso por primera vez en el Museo de Arte Occidental de Tokio en la exposición Caravaggio y su tiempo: amigos, rivales y enemigos. Gregori no dudó en calificarlo como el original perdido, fundamentándose además para ello en la existencia de una nota pegada al bastidor del cuadro donde aparece escrito, en italiano y en letra del siglo XVII, «para el Cardenal Borghese de Roma». Pero como casi todo en Caravaggio, dicha atribución no acaba de convencer, no sin razón, a parte de la comunidad científica (como muestra, un botón de las distintas opiniones que ha suscitado el cuadro, aquí).
Ahora, la exposición del Jacquemart-André permite contemplar por primera vez juntas la Magdalena Klein y la Magdalena Gregori. Y a pesar de que en el catálogo que acompaña a la muestra no discute la atribución de ambas a Caravaggio, lo cierto es que su comparación pone de manifiesto luces y sombras en las dos versiones; máxime si se incluye en el debate la copia de Finson, que posee ciertos detalles compositivos que en principio invalidarían como original la Magdalena Klein. Aún con todo, ninguna parece resistirse a la comparación con los originales seguros de Caravaggio presentes en la muestra como el San Jerónimo de la Galleria Borghese (hacia 1605), el San Francisco del Palazzo Barberini (1606) o la Cena de Emaús de la Pinacoteca di Brera (1606).
Así las cosas, habrá que esperar a que, tras la oportunidad única que ha propiciado la exposición al reunir ambos lienzos, la comunidad científica vuelva a pronunciarse sobre un tema tan complejo y espinoso como el de ratificar la autoría de un cuadro a uno de los pintores más importantes de todos los tiempos.