Las fotografías anónimas y enigmáticas de Michel Frizot
Son imágenes de vacaciones en el mar, de niños pequeños, de fiestas de cumpleaños y de paisajes contemplados desde la habitación de hotel. Instantáneas que, en la mayoría de los casos, no fueron hechas para ser expuestas ni publicadas. Sin embargo así ha sido cuando, separadas de sus dueños y de los recuerdos asociados a ellas, han perdido su contexto y se han convertido en misterios. ¿Quién y por qué sacaría esas fotos? ¿Qué significado les podemos dar ahora?
Mientras estudiaba Historia del Arte, Michel Frizot adquirió la costumbre de rebuscar entre los montones de fotografías anónimas que se vendían en los mercadillos de antigüedades y rastrillos. Lo que lo llevaba a escoger una fotografía y no otra era la incomprensión. Le gustaba llevarse aquellas que le suscitasen intriga, que tuviesen un contexto atípico o misterioso, aunque sin abandonar por ello su estética de foto casera, amateur y cotidiana.
Con el tiempo fue reuniendo una buena colección de instantáneas extrañas, aunque él no se considera coleccionista, sino recolector. Según afirma, no tiene un objetivo definido. «Yo compraba lo que encontraba y buscaba lo inédito en fotografías que me sorprendían y me planteaban más interrogantes que evidencias». En 2016 llevó a Barcelona buena parte de sus fondos, exponiéndolas en Foto Colectania bajo el título Toda fotografía es un enigma.
Entre las obras expuestas, pudo verse por ejemplo una en la que dos mujeres contemplan –o vigilan– a un gran grupo de niños tumbados en el césped, todos en la misma posición, con los ojos cerrados. En otra, vemos cómo otro menor sostiene frente a la cara de un amigo una extraña máscara blanca.
Se trata de trabajos que despiertan nuestro interés, aunque no sabemos muy bien por qué. Frizol, en cambio, llegó a sus propias conclusiones: «Toda la fotografía es un enigma. Y este no se origina por un efecto, un estilo o por un talento concreto; al contrario, es un elemento esencial del propio acto fotográfico».
Sin embargo, en mi opinión lo fascinante de todas ellas no está solo en la imagen en sí ni en el acto de tomarlas, sino en el hecho de que no sepamos nada de ese momento preciso. ¿Quién tomó esa fotografía? ¿Por qué? ¿En qué contexto? ¿Qué pretendía?
A medida que avanzó el siglo XX la fotografía se fue abaratando y, en consecuencia, se volvió más democrática. Por ello, la cantidad de imágenes que se conservan aumenta considerablemente con respecto a los primeros años de la disciplina y no es infrecuente ver lotes de obras anónimas en subastas online o mercadillos.
En la mayoría de los casos la información sobre estos trabajos anónimos no ha trascendido, sobre todo porque esa nunca fue la intención. Seguramente, muchos de ellos fueron creados con voluntad lúdica o de uso privado y sus autores ni siquiera pensaron en el futuro de sus creaciones.
El hecho de que el contexto se haya perdido hace que además de poder disfrutar de su estética, sea posible inventar historias y hacerse preguntas, alentadas por la unión de imágenes que no terminamos de comprender con un aire sumamente cotidiano. Las acciones quizá corrientes se vuelven extrañas al ser descontextualizadas.
ORTOLANO, OTRO ‘RECOLECTOR’ DE MOMENTOS ANÓNIMOS. Una historia similar esconden los 141 rollos de película de una familia holandesa que compró Pierluigi Ortolano, un obrero aficionado a la fotografía.
Encontró el lote por casualidad en una web de subastas y con él ha creado la exposición Randstad 1969, que durante los últimos años ha viajado por distintas ciudades italianas. El nombre de la muestra fue tomado de la fecha y el lugar escritos en la hoja de periódico con la que el fotógrafo había protegido sus carretes, que pudieron revelarse perfectamente a pesar de llevar caducados desde 1971.
En su momento Ortolano pidió ayuda a Franco Glieca para convertir los rollos de película en imágenes impresas y ambos se encontraron con unas instantáneas cotidianas que, al mismo tiempo, tenían algo inquietante.
En una de ellas, tres niñas aparecían junto a una mujer adulta contemplando un cementerio de la Segunda Guerra Mundial; en otra podía verse un coche vacío y completamente abollado en su parte delantera (tras haber sufrido un accidente de tráfico).
Aunque en este caso, el comprador logró –tras años de búsqueda– conocer la identidad del fotógrafo a través de sus nietas en septiembre de 2022. El artista resultó ser Otto Verkuyl, un pequeño propietario de tierras y agricultor que, como aficionado, se había dedicado a la fotografía durante toda su vida. Incluso aparecía en una de las imágenes reveladas.
La exposición Ranstand 1969 se acompañó de actividades paralelas, como un concurso de relatos inspirados en fotografías de la colección que Ortolano organizó para obtener respuestas, cuando aún creería que no conseguiría encontrar al autor de las instantáneas.
MÁS CASOS. El cineasta Lee Shulman también cayó bajo el influjo de las fotografías anónimas, comprando por pura curiosidad una caja de diapositivas –utilizadas durante la década de los 40 y los 50– de alguien a quien no conocía. En su caso, sin embargo, nunca le interesó demasiado encontrar a los dueños de aquellos recuerdos, pero siguió comprando y fundó The Anonymous Project con la voluntad de darles una segunda vida y de conservarlas. Sus químicos se deterioran con los años, por eso el proyecto se dedica a digitalizar esta cantidad ingente de memorias que ahora pasarán a ser colectivas.
Tal y como reza la web del proyecto, «The Anonymous Project se ha convertido en un esfuerzo artístico que busca dar sentido a estos recuerdos una vez olvidados y crear nuevas formas de interpretación y narración que cuestionan nuestro lugar en el mundo actual.» Para ello han organizado exposiciones, mostrado algunas de las fotografías en el tejido urbano de diversas ciudades e impulsado la creación de multitud de foto-libros, algunos en colaboración con grandes autores como Martin Parr.
Con todo ello, la iniciativa juega con el ya mencionado halo de misterio que tiene todo aquello que desconocemos, dándoles una segunda vida mediante la creación de nuevas narrativas que sustituyan a las originales, que son ya irrecuperables. Sofía Guardiola