La inteligencia artificial se queda sin derechos de autor
El dictamen de un tribunal de Estados Unidos sobre la imposibilidad de reclamar derechos de autor sobre un texto, imagen, audio o vídeo generados por inteligencia artificial coincide con la decisión de OpenSea, la principal plataforma de compra y venta de NFTs, de terminar con los pagos a los artistas digitales en la reventa de sus obras. El panorama de las nuevas tecnologías en el arte sigue cambiando a un ritmo acelerado, pero en direcciones inesperadas.
Seguimos inmersos en un momento de cambio radical. Las nuevas tecnologías ganan terreno y su potencial para transformar el mundo aumenta. Que este cambio sea positivo o negativo depende de las decisiones que se tomen en los próximos años. Si los legisladores se duermen en los laureles, un día podemos despertarnos en el Lejano Oeste digital.
Los avances de los que estamos siendo testigos en inteligencia artificial –y de los que ya hablamos en un artículo anterior– han puesto en jaque al sector creativo, hasta tal punto que sigue en pie la huelga de guionistas y actores que ha paralizado Hollywood. La amenaza de que Chat GPT reemplace a los escritores y que mediante un escaneo 3D los intérpretes pierdan los derechos de sus propias facciones es real.
A pocos días de que el paro de la capital del cine occidental cumpla dos meses, un tribunal de Estados Unidos se ha pronunciado sobre estas nuevas tecnologías generativas: si no hay intervención sustancial de una “mano humana”, no pueden reclamarse derechos de autor.
Es decir, las imágenes generadas en Midjourney con una vaga descripción por parte del usuario, no le pertenecen. No puede monetizarlas, venderlas o, ni siquiera, decir que es su autor. De momento, a ojos de los tribunales, nadie lo es.
Aunque la cuestión de si es arte o no lo que producen estos programas va más allá del copyright, no es la primera vez que el país norteamericano recurre a esta modalidad de legislación para intentar ordenar el mundo digital.
En 1998 Estados Unidos aprobó el Digital Millennium Copyright Act (DMCA) que puso coto al uso de la propiedad intelectual ajena en un internet incipiente. Aunque la norma, que sigue vigente, está lejos de ser perfecta, tiene en común con esta nueva resolución que para justificar una nueva autoría –en caso de aprovechar la creación de un tercero– debe haber una transformación considerable del material original. Es decir: intervención sustancial de una mano humana.
Hasta qué punto se pueda determinar esta condición, o si producirá un cambio sustancial en la tendencia de despidos masivos de creativos –como los que ha llevado a cabo Buzzfeed, Sports Illustrated o los que planeaban los estudios de cine antes de que los guionistas se rebelasen– solo lo dirá el tiempo. Pero si la intención de los legisladores es proteger a escritores, artistas, actores y demás profesiones creativas –en lugar de a las corporaciones que los emplean–, quizá el futuro no sea del todo apocalíptico.
Pero estas buenas noticias se han visto empañadas por la decisión de OpenSea –la principal plataforma de compraventa de NFTs– de interrumpir los pagos a los artistas por la reventa de sus obras. Hasta ahora, cada vez que una pieza tokenizada cambiaba de manos, el creador se llevaba un porcentaje de beneficio. Esta fue una de las pocas iniciativas positivas de la tecnología de los Non Fungible Tokens, que ahora el jugador más importante de ese mercado interrumpe.
Los propios defensores de lo crypto han protestado ante esta decisión, ya que cuando antes discutían con un opositor, siempre podían recurrir al argumento de la democratización de los beneficios en el arte (una asignatura pendiente del mercado tradicional).
Un paso hacia delante y otro hacia detrás, este parece ser el ritmo con el que estamos explorando el mundo de posibilidades digital. Aún es pronto para poder imaginar su desarrollo en las siguientes décadas, pero si lo que está ocurriendo en Hollywood es ejemplo de algo, es de que los creativos tendrán que hacer valer sus derechos. Héctor San José.