La compleja cuestión de las devoluciones de obras de arte
En las últimas semanas Países Bajos ha copado titulares y extensos artículos después del informe emitido por su Consejo de Cultura. En él se apoya la devolución de hasta 100.000 objetos sustraídos en época colonial sin el consentimiento de las poblaciones indígenas que los produjeron. Este paso, que debe ahora ser refrendado por el gobierno neerlandés, es uno decisivo a la hora de legitimar las peticiones de devoluciones formuladas por los países agraviados por las potencias europeas.
Que Europa está teniendo dificultades para asimilar su papel colonial no es noticia. Prácticamente desde el momento en el que se perdieron los territorios de ultramar las distintas naciones que habían sido superpotencias mundiales comenzaron a enfrentar no solo la transformación de su sociedad y su economía tras la pérdida de las que habían sido grandes fuentes de ingresos, sino que debían reconciliar su discurso oficial hasta el momento, que los situaba como los pacificadores, los civilizadores y los evangelizadores del mundo, frente a las posiciones de unos subalternos que por primera vez tenían voz y que disentían de esta narrativa eurocéntrica.
Esas tensiones, la de una Europa que despertaba del sueño de la gloria y el orgullo para encontrarse señalada como la fuente de la tiranía y la vergüenza, aún nos acompañan. En el último año estamos viendo cómo una mayor sensibilización frente a la discriminación racial también reabre el debate sobre las colecciones artísticas procedentes de las antiguas colonias. Una serie de acontecimientos han desembocado en el histórico informe que ha emitido el Consejo de Cultura de Países Bajos, donde recomendaba encarecidamente la devolución de hasta 100.000 objetos sustraídos de los territorios que controlaron en Asia, África y el Caribe.
Dentro de este informe, se insta al Ministerio de Cultura neerlandés a que proceda a la devolución de aquellas piezas que perdieron las antiguas colonias de forma involuntaria, siempre y cuando este factor pueda ser demostrado. Este es un punto determinante, uno que divide incluso a los partidarios de estas devoluciones, el de si las acciones se deberían limitar a los objetos que fueron sustraídos contra la voluntad de sus primeros poseedores.
No obstante, es un paso adelante frente a la posición que tomaron las instituciones culturales la última vez que este debate tomó la misma importancia a finales de la década de 1970, cuando los museos fueron los principales agentes en contra de cualquier medida en la línea de la devolución incondicional.
Y es que ese es otro punto de fricción: la restitución completa o aquella que es el resultado de depósitos temporales o mediante contrapartidas. Con respecto a esto, el informe sigue abriendo camino, considerando que hay que evitar una postura paternalista por parte de Países Bajos, una que pudiese ser interpretada como una tutela neocolonialista en la que una auto-atribuida superioridad moral justifique una negociación desequilibrada. En este sentido, se encuentran interrogantes como si es responsable la devolución de piezas de tanto valor artístico e histórico a zonas que podrían ser inestables políticamente. A esta premisa contestaba esta semana Dan Hicks, el autor de The Brutish Museums (Los Museos Brutales), en el diario ABC: “Es de una arrogancia horrenda creer que los países de origen no pueden cuidar de sus propios objetos, es racista decirlo. Esto es parte de la idea equivocada que tenemos de África”. En sus declaraciones, el profesor de Arqueología Contemporánea de la Universidad de Oxford y conservador de Arqueología del Museo Pitt Rivers –también de la universidad– se refería en concreto al caso de los bronces de Benin, un tesoro nigeriano expoliado violentamente a finales del siglo XIX y disperso por varios museos de occidente (entre ellos el Pitt Rivers).
Hicks explica en su libro que los agentes que durante tanto tiempo nos han parecido pasivos y neutrales en esta contienda, los museos, fueron durante los momentos más oscuros del colonialismo los escaparates de los tesoros de guerra, arrebatados por la fuerza a un enemigo considerado menor. Museos como el British habrían sido clave a la hora de establecer la supremacía de la cultura que había podido sustraer y reunir tan magnífico conjunto. Si pensamos en la falta de contextualización en el pasado de estas obras, es difícil eludir la cuestión de que se trataban como meros trofeos.
Aunque hoy en día esta propaganda no se alimenta voluntariamente, queda el poso de aquellos momentos. Solo a través de la investigación de las colecciones se pueden resignificar, y esta vez muchos museos parecen querer cooperar, con el Rijksmuseum y el Museo Nacional de Culturas del Mundo en Países Bajos refrendando el informe y apuntando que solo a través de un mayor conocimiento de sus fondos se puede hacer justicia. La investigación de la procedencia de las colecciones y su mejor comprensión parecen ahora requerimientos de obligado cumplimiento para cualquier museo, pero la última vez que se expresaron tan abiertamente las preocupaciones por la devolución de objetos adquiridos de manera irregular estos no fueron tan comprensivos.
Como hemos mencionado, a finales de la década de 1970 hubo otro periodo en el que se plantearon las mismas iniciativas de devoluciones y, sin embargo, entonces los museos fueron los principales detractores. Bénédicte Savoy, una historiadora del arte francesa, fue la coautora del Informe Sarr-Savoy, que en 2017 proponía la vuelta de artefactos extraídos por la fuerza en las colonias que controlaba el país vecino en África (ese mismo año, Emmanuel Macron anunció que el estado francés devolvería el patrimonio africano).
Savoy denunció en una entrevista a The Art Newspaper una “amnesia colectiva” acerca de estos debates que ya ocurrieron hace más de 40 años: “Se dieron pasos muy relevantes en la política, pero finalmente la iniciativa falló”. Recuerda también como los museos en aquel entonces recomendaban que no se hiciesen inventarios detallados en lo que respecta a la procedencia de las colecciones sensibles de ser reclamadas ya que “solo provocarían más codicia”.
Muchos de los implicados en el proceso de devoluciones –Savoy y Hicks entre otros– coinciden en que el movimiento de Black Lives Matter ha sido un catalizador para dar más visibilidad a estas cuestiones, que han estado subyacentes pero ignoradas por la mayoría del público. Las imágenes de brutalidad policial contra poblaciones racializadas –aquellas susceptibles de acciones discriminatorias en función de su categoría racial o étnica– en Estados Unidos durante este 2020 han desencadenado protestas a nivel mundial en contra del racismo institucional y social, y han puesto de relevancia las voces procedentes de países anteriormente colonizados.
Una petición que también ha tenido relevancia este octubre ha sido la del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, al gobierno austríaco con respecto al conocido como penacho de Moctezuma. A través de la visita de Beatriz Gutiérrez Müller, presidenta del Consejo Honorario de la Memoria Histórica y mujer de López Obrador, al presidente austríaco, Alexander Van der Bellen, se ha trasladado la voluntad de México de contar con la pieza para la celebración del 200 aniversario de su independencia en 2021.
No obstante, los esfuerzos han sido inútiles, ya que el museo en el que se encuentra depositado ha dictaminado que el penacho se encuentra en un estado de conservación demasiado delicado como para poder soportar el viaje. Esta resolución coincide con la que publicó el comité mexicano-autríaco que restauró la pieza en 2012. La solución técnica ha restado importancia a las consideraciones históricas y ha atajado –aunque no concluyentemente– el debate sobre si esta pieza única debería encontrarse en México, donde ilustraría la historia del país para sus propios habitantes.
En este caso se ha optado por la vía diplomática, pero no siempre ha sido así. En los años ochenta el abogado José Luis Catañeda robó el Códice Tonalamatl de Aubin de la Biblioteca Nacional de París con el único motivo de devolverlo a su lugar de origen. La reacción de México fue la de ensalzar al ladrón confeso como a un héroe nacional, con los medios de comunicación dándole las gracias por su acción y con la justicia dejándole en libertad al “no existir documentación probatoria del delito” y por tratarse de un códice “que pertenece a México, de donde fue extraído ilegalmente”.
También este año hemos sido testigos de esta clase de actos. En junio cinco activistas robaron un bastón funerario de la cultura Bari del Museo Quai Branly en París y en septiembre otros cinco fueron arrestados por la policía holandesa mientras retransmitían por YouTube el robo de una estatua congoleña del Museo Afrika. En el vídeo, titulado Recuperando nuestra herencia, se pueden escuchar sus gritos de “Viva África libre”. La justificación en ambos casos ha sido que esas piezas habían sido robadas por los europeos en un primer lugar.
Aunque estas acciones cuentan con la aceptación de buena parte de la opinión pública –al menos en sus postulados ideológicos– no todas las antiguas potencias coloniales están en sintonía con Francia o Países Bajos. Portugal fue testigo de cómo después de que Joacine Katar Moreira, nacida en Guinea-Bisau y única diputada del partido Livre, reclamase “una estrategia nacional para la descolonización del conocimiento y de la cultura”, André Venture, único diputado del partido Chega, le respondiese por redes sociales que lo que él proponía era “que la propia diputada sea devuelta a su país de origen”.
También nos encontramos con países que se sitúan a medio camino, como el nuestro. Por un lado, con las reclamaciones colombianas sobre el tesoro de los Quimbayas del Museo de América, y por otro, con nuestras propias peticiones de devoluciones a países como Reino Unido. El retablo gótico de San Jorge, ahora en el Museo Victoria & Albert, ha sido reclamado por la Comunidad Valenciana, y no necesitamos demasiada imaginación ni memoria para recordar otros ejemplos.
Todas estas cuestiones se relacionan con el concepto de herencia cultural, que puede ser desdeñada para otros pueblos, ajenos a nosotros, pero que en el caso de tratarse de algo que nos afecta, vemos claramente el daño. El argumento esgrimido por muchos, según el cual las devoluciones son inviables porque no terminaríamos de reparar agravios ya pasados, quizá debería atemperarse. No se trata de un “todo o nada”, sino de estudiar caso por caso, y entablar una conversación con los otros implicados como iguales. Héctor San José.