Josefa Tolrà y Madge Gill: dos artistas unidas por «la mano guiada»
El Museo Nacional de Arte de Cataluña homenajea en su última exposición a dos mujeres visionarias cuyo trabajo estuvo fuertemente vinculado a creencias esotéricas y espirituales, así como a técnicas que tradicionalmente se han relacionado con lo femenino como el bordado.
Los paralelismos entre Josefa Tolrà y Madge Gill son abrumadores. Las dos nacieron bajo el signo de capricornio –con dos años de diferencia–, tienen un corpus artístico poblado de presencias extrañas y tuvieron una vida marcada por la pérdida y el duelo. Cada una tuvo tres hijos y ambas perdieron a dos de ellos, lo cual las sumió en estados depresivos a los que hicieron frente de idéntica forma: mediante el arte y sensibilidades laicas que estaban en boga en su época, como el espiritismo, la teosofía o el antropocentrismo.
Josefa y Madge, por tanto, iniciaron sus carreras ya en la edad adulta. Utilizaron técnicas místicas en su creación –como el péndulo o el tarot– con la convicción de que su obra era una herramienta para conectar con criaturas místicas y con la voluntad de sanar sus respectivas pérdidas.
Además de estas herramientas, una de las técnicas más utilizadas por ambas autoras –que da título a la muestra– es la de mano guiada. Consiste en conectar con entidades extracorpóreas que dirijan la mano del artista, dirigiendo sus trazos sobre el papel y dando como resultado un dibujo o texto que no parte de el propio autor, sino del ser con el que ha entrado en comunión.
Por eso no extraña que, a menudo, tanto Josefa como Madge hiciesen referencia en sus trabajos a la colaboración con los que ellas denominaban «seres de luz».
Gill, por ejemplo, solía firmar sus obras como Myrninerest, ya que este era el nombre de la entidad que controlaba sus trazos. Tolrá, por su parte, afirmaba que además de comunicarse con este tipo de presencias que movían su mano era capaz de hablar con los muertos y que conversaba, por ejemplo, con Santa Teresa de Jesús o con el poeta Jacint Verdaguer.
Tal vez por eso ninguna de las dos artistas se preocupó nunca por conceptos como la autoría. Tampoco concibieron sus obras como un trabajo consciente, sino como meras herramientas en su labor mediúmnica. Por ello nunca planeaban lo que iban a dibujar ni realizaban correcciones después.
Otras de las características principales que ambas compartían era la de entregarse a técnicas que a menudo se han asociado con el mundo de la mujer –como los bordados o los dietarios– y el carácter íntimo, casi cotidiano, de muchas de sus obras: poemas o dibujos garabateados en pequeñas libretas, anotaciones detrás de postales, todo ello sin voluntad comercial, sino únicamente sanadora y espiritual.
A pesar de encontrarse alejadas del mundo académico y de no haber recibido formación artística ni educación superior, ambas estuvieron muy interesadas por los avances científicos de la época, en los que se adentraban de forma autodidacta. Algunos de ellos les sirvieron de inspiración para obras en las que muchas veces aparecían mapas y referencias al espacio exterior o los planetas.
Siguiendo con la estrecha línea de coincidencias entre ambas mujeres, cada una de ellas vivía con su único hijo superviviente. En ambos casos fueron los hijos los que se encargaron de cuidarlas y facilitar que se entregaran a sus experiencias espirituales y creativas hasta que fallecieron. Las dos a la misma edad, como no podía ser de otro modo.
La mano guiada. Josefa Tolrà (1880-1959) Madge Gill (1882-1961). Mujeres visionarias puede visitarse hasta el próximo 5 de noviembre. Busca poner de relieve la figura de dos artistas poco conocidas que, lejos del típico arte de vanguardia del siglo XX, reflejaron la espiritualidad de su época y la tradición femenina, utilizando todo ello como una herramienta para sanar. Sofía Guardiola