Inteligencia artificial: muerte o resurrección del arte
El premio de fotografía Sony World Photography ha estado en el centro de la controversia después de que el fotógrafo alemán Boris Eldagsen rechazara su galardón en la categoría creativa, que había ganado con la ayuda de una inteligencia artificial (IA).
Eldagsen, quien es conocido por sus obras de arte conceptual, argumentó que el uso de esta tecnología en su obra no fue accidental y que su victoria en la competición no merece una celebración, sino que es una oportunidad para iniciar un diálogo acerca del arte creado por IA.
La inteligencia artificial se ha convertido en una herramienta cada vez más popular en el campo de la fotografía y la ilustración. Las imágenes generadas de esta manera son aquellas creadas por computadoras a través de algoritmos complejos, que les permiten imitar el estilo y la técnica de los creadores humanos. Estas pueden ser utilizadas en una amplia variedad de contextos, desde la publicidad hasta la creación de contenido visual para juegos y películas.
Aunque ahora esté de actualidad, la irrupción de esta tecnología en el campo de la fotografía se remonta a principios de los años 2000. A medida que se han sucedido los avances, las imágenes generadas por IA han ido ganando popularidad, y cada vez más fotógrafos y artistas se han sumado a la tendencia.
Sin embargo, esta situación ha generado un debate acerca de las posibles consecuencias para los trabajadores del sector cultural. Algunos argumentan que la IA podría eventualmente reemplazar a los fotógrafos y otros artistas, lo que podría provocar una pérdida de empleo y una disminución de la creatividad humana.
Es en este contexto, donde el rechazo de Eldagsen al premio de fotografía Sony World Photography cobra sentido y puede ser visto como una llamada a la reflexión acerca del papel de la IA en la creación artística.
De esta manera, se justifica su rechazo y se interpreta como un recordatorio de que el arte creado por IA no es necesariamente un avance positivo para la creatividad humana.
–
¿Han notado algo raro en los anteriores párrafos? ¿Un tono diferente? ¿Ausencia de humanidad? ¿No? Pues bien, esas líneas han sido generadas íntegramente por Chat GPT, la inteligencia artificial especializada en textos más conocida.
Solo ha requerido unas breves instrucciones, detallando el tema sobre el que quería que escribiese. Inmediatamente, la herramienta respondió con casi 500 palabras, que solo hubo que editar (sin más esfuerzo del que se dedica al texto de un autor humano).
En los últimos meses estas inteligencias se han ido superando sin que la mayoría de la población las haya, ni tan siquiera, utilizado. Hemos pasado de los titulares especulativos a una realidad que tarde o temprano llegará a todos los rincones de nuestras vidas.
Es sencillo imaginarlo como algo ajeno o, incluso, como una fase más, no muy interesante, de los avances tecnológicos que venera nuestra sociedad. Por eso, he aprovechado la oportunidad que otorga la llamada de atención de Eldagsen para explorar las posibilidades de la inteligencia artificial.
Para todos aquellos que no estén familiarizados con el funcionamiento de estas herramientas, tanto las especializadas en texto –como Chat GPT– como las dedicadas a imagen –DALL-E o Midjourney– tienen un aspecto parecido a una conversación de WhatsApp, a un chat. En ese entorno, lo único que debes hacer es una petición concreta de lo que quieres que se cree.
Y ese es el verbo fundamental, crear, porque el resultado que se obtenga será algo nuevo, nacido inmediatamente frente a tus ojos. La rapidez en las respuestas de estas herramientas es una de las partes más confusas las primeras veces que se utilizan. Después de esa impresión, te asalta la idea de lo sencillo que ha sido.
Y, por supuesto, los pensamientos apocalípticos no han tardado en aparecer. Es cierto que en los últimos 200 años, desde la invención de la fotografía, cada vez que un avance técnico ha tenido la más mínima aplicación en el mundo de la cultura, se ha advertido sobre el fin: el fin de la pintura, el fin de la literatura, el fin de la música, o el fin del arte mismo.
No obstante, en esta ocasión las posibilidades con la IA son tan amplias que prácticamente todos los campos se verán afectados. Como ejemplo, utilicé Midjourney para generar una fotografía similar a la ganadora del concurso de Sony.
Se necesitó menos de un minuto y la siguiente descripción: «fotografía en blanco y negro, un retrato de un hombre, de frente a la cámara, y asomando por detrás de su hombro su misma cara, con un solo ojo y la nariz visibles». Nada más.
Se puede cuestionar la calidad artística de la imagen final, pero argumentaría que es el resultado de los primeros sesenta segundos de uso de una herramienta con un enorme potencial. Además, Midjourney tiene una particularidad: todo el mundo está creando simultáneamente en el mismo chat.
Todos ven el trabajo de todos. Es una cascada de imágenes y de peticiones –prompts– entre lo literario y lo técnico. No hay un manual y cada uno tiene una estrategia.
Es fácil ver el problema que esto puede suponer para las profesiones creativas, especialmente las más integradas en otros sectores. Chat GPT no va a escribir el próximo premio Nadal –de momento–, pero sí que puede generar los miles de artículos que se publican con el único objetivo de ganar clics.
DALL-E ya ha servido para ganar un premio de fotografía y plantea un problema en común con el resto de generadores de imágenes: los derechos de autor. Aunque el resultado es único, las IA parten de una base de datos de creaciones de artistas humanos. Es un trabajo derivativo, para el que es indispensable el esfuerzo –no compensado– de todos los creadores que hayan publicado su obra en internet.
De la misma manera, esta semana se ha publicado una canción colaborativa entre Drake y The Weeknd generada íntegramente por inteligencia artificial y sin el consentimiento de ninguno de los dos artistas. Las voces eran las suyas y no se trataba de mezclas de anteriores composiciones: melodías nuevas, versos nuevos. La composición creada por el perfil Ghostwriter ya ha sido retirada por vulneración de derechos de autor en algunas plataformas.
Aún así cabe la pregunta de hasta qué punto se puede controlar o legislar. ¿Dónde está el límite? También en el mundo de la música, Grimes ha sido más pragmática, proponiendo a cualquiera que haga lo mismo con su voz repartir los beneficios que se generen al 50%. Ni siquiera pide su intervención o control del producto.
Declarar el fin del arte es un titular llamativo pero, como decíamos, se lleva repitiendo de manera continuada desde la invención de la fotografía. Se atribuye a Paul Delaroche la frase “la pintura ha muerto” cuando vio por primera vez un daguerrotipo, pero los artistas siguen pintando.
Un siglo después, Duchamp les liberó de tener que intervenir físicamente. Pero los artistas siguen manchándose las manos.
La irrupción de la inteligencia artificial puede ser un tercer hito que, al igual que los anteriores, abra caminos insospechados. Lo que es imposible, es que sea el final del arte. Desaparecerán necesidades y, por lo tanto, oportunidades. Pero aparecerán otras; y deben ser los propios artistas los que abran el camino. Héctor San José.