Imaginación a la venta gracias a la Inteligencia Artificial
Ante la premisa de que el arte como acontecimiento es intrínseco al ser humano, sería inconsistente dar la espalda a la producción artística de un individuo, por muy reprochables que hayan sido sus acciones a lo largo de su vida. Esto es el debate en torno a la división entre el artista y su obra. Ahora bien, y si en vez de ser un individuo, ¿el creador fuera un algoritmo?
En 2018, Christie’s Nueva York subastaba el Retrato de Edmond de Belamy del colectivo francés Obvious, una pieza creada por Inteligencia Artificial (IA) que alcanzó los 432.500 dólares tras unos seis minutos de pujas en sala y al teléfono. Seis años después de causar sensación al vender la primera obra de arte generada por una IA, la casa de subastas vuelve a repetir la fórmula con Sweet de Stagnant Elixir (2024), la última obra impresa del grupo francés que se ha vendido por 35.280 dólares.
La idea surge de la nueva serie de Obvious, “IMAGINE”, que explora cómo la IA puede construir visualmente lo que está en nuestra mente o, de otra forma, en nuestra imaginación. El arte generado por un algoritmo es ya tan accesible como escribir una instrucción en un generador de texto a imagen. Sin embargo, lo que plantea el colectivo francés es: ¿Qué pasaría si un algoritmo pudiera leer la mente humana y producir imágenes basadas en cualquier cosa que podamos imaginar? La hipótesis es tan atractiva como aterradora.
Para nosotros, esta nueva forma de creación permite dar un paso más en el surrealismo, con la creación de imágenes directamente desde la mente”, expresó el colectivo en mayo de 2024.
Respecto al estilo de Sweet de Stagnant Elixir, sí que tiene un sello marcadamente surrealista. De hecho, recuerda a las pinturas de Dalí. Representa un terreno veteado de tonos terrosos y naturaleza foránea, todo ello bajo un cielo amarillo y con nubes arremolinadas. Para su creación se combinaron escáneres de imágenes por resonancia magnética con sistemas de aprendizaje automático. Los resultados de esta investigación se publicaron en un estudio en abril de este mismo año.
El mundo del arte ya no es ajeno a esta realidad y son varios los que se atreven a afirmar que la IA será el gran movimiento artístico del siglo XXI. Las investigaciones sobre estos métodos comienzan en las últimas décadas del siglo pasado, pero el asunto ha ganado popularidad por las ventas de los últimos años en las casas de subastas. Está el mencionado caso de Christie’s en 2018 y ahora en 2024, pero también se subió al carro no hace tanto Sotheby’s con Memoria de los transeúntes I (2019) de Mario Klingemann. En este sentido, no sería insensato afirmar que parece haber un mercado para el arte generado por IA.
Aun así, entre los principales inconvenientes que surgen al hablar del arte realizado con este método está el cuestionamiento de la autoría, un concepto íntimamente ligado con la creatividad, el talento o la genialidad humana. Por eso, cabe preguntarse: ¿La autoría de una obra de arte es del creador de la idea o de quien la ejecuta? Y también valorar si estamos ante un nuevo concepto de autor en el derecho de la propiedad intelectual.
Esta misma pregunta se la formuló la justicia francesa en julio de 2022, cuando el escultor Daniel Druet reclamó que se reconociera su autoría en las obras del artista conceptual Maurizio Cattelan, con quien colaboraba. El creador italiano le había encargado en numerosas ocasiones, y con unas instrucciones muy detalladas, unas figuras de cera que acabaron formando parte de varias de sus obras más aclamadas. De ahí, que el artista francés lo demandara. Finalmente, el fallo del tribunal francés desestimó esta demanda porque considera que el autor de una obra es el artista que la concibe y no el que la ejecuta.
Este es un terreno resbaladizo por el que conviene andar con pies de plomo, porque afecta a algunos de los principios fundamentales de la concepción del arte y derechos vinculados con la creatividad y la originalidad humana. Dos cualidades, en principio, difíciles de replicar. El reconocimiento de la autoría de una obra en el caso de un producto generado por IA plantea la pregunta de quién es el verdadero creador, ¿el humano o la máquina? Al mismo tiempo que se cuestiona si un algoritmo podría ver reconocidos sus derechos de autor y copyright.
La respuesta a todas estas interrogantes es sencilla si se considera que tales derechos solo son aplicables a los seres humanos. No obstante, es posible que en un futuro próximo y distópico las máquinas también disfruten de este reconocimiento. Hasta entonces, el arte generado por IA siempre será el resultado de un diseño y programación íntegramente humanas. Nerea Méndez Pérez