Humor, sátira y caricatura en el siglo XIX
El Museo del Romanticismo presenta una exposición que aborda el tema de la caricatura y las ilustraciones satíricas como arma política o de crítica social. Por una sonrisa un mundo se compone de 42 obras entre estampas, acuarelas, viñetas y lienzos que ilustran cómo era el humor hace dos siglos.
En tiempos convulsos, la risa –sana– es una medicina necesaria para la sociedad. Lo es ahora, con todos los frentes sociales, económicos y políticos que tenemos abiertos en pleno siglo XXI y lo fue hace casi 200 años, cuando la revolución de la Gloriosa consiguió exiliar a Isabel II, si bien más tarde regresó la monarquía de la mano de Amadeo de Saboya. En aquel periodo –segunda mitad del siglo XIX– proliferó un humor ácido, certero y mordaz. No utilizaba el insulto ni la descalificación, pero se clavaba como un dardo envenenado en monarcas, políticos y todo tipo de figuras sociales: el romántico flacucho con tendencias suicidas, el orondo y acomodado clasiquino, el censor implacable de prensa e incluso los trenes de supuesta «gran velocidad» que te hacen envejecer durante el viaje.
El soporte recurrente de estas creaciones era el papel impreso, especialmente la prensa. Como ha ocurrido históricamente, la censura iba de la mano de estos «papeluchos», pero eso no impidió que maestros como Federico de Madrazo, Leonardo Alenza o Francisco Ortego se burlasen de los monarcas e hiciesen mofa de las costumbres locales, los avances científicos o las modas en el vestir.
Azorín escribía en 1913 que «la marcha de un pueblo está en la marcha de sus humoristas». Eso es precisamente lo que trata de ilustrar Por una sonrisa un mundo. Caricatura, sátira y humor en el Romanticismo, una muestra que recupera ahora parte de ese legado en forma de viñetas y obras gráficas.
Su comisaria, Mónica Rodríguez Subirana, ha reunido un total de 42 obras con el sano propósito de provocar las risas del público y hacer un recorrido por la historia del humor del siglo XIX. «Hemos querido poner el foco en un asunto raro para el Romanticismo como es la risa, porque es en este momento cuando se sientan las bases de la sátira y la ironía gracias a la representación del humor gráfico», explica.
Efectivamente, La Gloriosa de 1868 trajo consigo una fiebre caricaturesca que proliferó en la prensa escrita, gracias a cabeceras tan ocurrentes como La Posdata, El Garbanzo –ese «periódico de primera necesidad, una indigestión cada 15 días»– o La Flaca (hecho en cuatricromía). Aunque el rey de los pasquines fue, sin duda, Los Borbones en pelota, uno de los más erótico-festivos e irreverentes, firmado bajo el pseudónimo de SEM. Un par de las acuarelas –de las más ingenuas, hemos de admitir– del centenar que componen esta serie las ha prestado la Biblioteca Nacional. La misma institución ha cedido también Lady Macbeth, un dibujo donde Valeriano Domínguez Bécquer critica los chismes y cotilleos dentro del hogar.
Como él, otros grandes artistas del momento exploraron la sátira, la caricatura y el chiste mordaz. Baste mencionar a Leonardo Alenza –imposible resistirse a sus Sátiras del suicidio romántico–, o Francisco Lameyer, cuya producción gráfica fue más humorística que sus escenas pintadas de historia o de género.
De esta fiesta del humor también participó Federico de Madrazo, como demuestran las dos litografías expuestas, El pastor clasiquino entre ellas. Y no podía faltar Francisco Ortego, quien partiendo de las Bellas Artes desembocó en la ilustración hasta convertirse en el primer artista gráfico español.
Una obra publicada en La Flaca llama nuestra atención. Muestra un cartel que anuncia «se colocan reyes», en alusión a todos aquellos que habían ostentado o pretendido el trono de España antes de la llegada de Amadeo de Saboya. Eso sí, el autor advierte que «no se responde de las averías».
Capítulo aparte merece el apartado referente a la situación de la mujer, que en el siglo XIX solo podía ser esposa o prostituta. Para dejar constancia de esa pobreza de opciones, una ilustración de El Garbanzo presenta con sorna a una caterva de caballeros, a cada cual más grotesco, con la siguiente invitación: «¡¡¡Muchachas, a escoger!!!».
El recorrido por las obras se completa con un cuidado montaje que trata de evocar aquellas publicaciones decimonónicas, así como la tipografía de sus cabeceras. Frases pintadas en la pared y pequeños textos explicativos acompañan la selección humorística, procedente en su mayoría de los fondos de la colección de prensa histórica del Museo del Romanticismo.
La evolución del género se observa a través de un par de fotografías que son caricaturas de Eugenia de Montijo y Mesonero Romanos. Culmina con un ingenioso invento óptico: la linterna mágica. Las escenas grotescas que se observan en el biombo con placas de ese aparato parecen el antecedente del cine de Méliès. Solo falta la música de Charlot. Humor inteligente y decimonónico. No dejen de visitarlo antes del 26 de febrero. Sol G. Moreno