Edmund Peel, un británico enamorado de España
Con gran pesar hemos recibido desde los Cotswolds (Inglaterra) la noticia del repentino fallecimiento de Edmund Peel II a los 75 años. Era una leyenda del mundo del arte. Galerista, subastador, marchante, dealer, comisario de exposiciones y asesor cultural. Texto: RAFAEL MATEU DE ROS.
Edmund Peel fue el fundador de Sotheby’s en España y su alma mater durante años. Experto consumado en el arte español del siglo XIX y principios del XX, él se definía modestamente como «ojeador de cuadros» (labor en la que contó con el apoyo de José de Paz). Ese era su verdadero oficio, como confesaba en la entrevista publicada en el número 35 de ARSS Magazine. Vino a España con su padre –igualmente galerista– a los 10 años y, como otros hispanistas británicos, se enamoró del país. Conocía como pocos la historia de muchos de los cuadros que han protagonizado las noticias de los últimos 40 años en nuestro país. A finales de la década de los 60 del pasado siglo, el mercado del arte se estaba despertando con fuerza en España y Peel puso los cimientos de un próspero negocio de recompra de los cuadros de autores españoles que, en décadas anteriores, habían abandonado el país con destinos dispares como Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Argentina o Cuba.
Era una época en que algunos museos americanos y muchos coleccionistas extranjeros pusieron a la venta cuadros de Sorolla, Gutiérrez Solana o Blanchard. Entre esas obras, estaban El Lechuga y su cuadrilla de Solana, conservado en el Carnegie Institute de Pittsburgh y hoy perteneciente a la colección de la Fundación Banco Santander, San Pedro en lágrimas de Murillo de la Fundación Focus de Sevilla, o el Calvario de Juan de Flandes (actualmente en el Prado).
También un buen número de las pinturas adquiridas por su admirado Pedro Masaveu Peterson, como el Bodegón de los besugos de Luis Egidio Meléndez, Naturaleza muerta de María Blanchard, Mi mujer y mis hijas en el jardín de Sorolla o dos lienzos magníficos de Isidre Nonell: Gitana y Casi una Cariátide.
De la mano de Peter Wilson, presidente de la firma, comenzó en 1969 la exitosa actividad de Sotheby’s España. La condición era que el negocio tuviera continuidad porque, a raíz del fiasco de la fallida venta del Retrato del Duque de Lerma de Rubens –actualmente en el Museo del Prado–, varios miembros de la casa londinense eran reacios a trabajar en España. La puesta de largo de Sotheby’s en nuestro país fue la subasta del Quexigal, en 1979. Era la herencia de los Hohenlohe y se habían puesto en contacto con Wilson para celebrar la venta en la propia finca. Fue la primera gran cita site specific celebrada dentro de nuestras fronteras y en ella Peel intervino como un joven main bidder. Masaveu Peterson adquirió entonces la tabla de la Adoracion de los Magos, una obra superlativa de Fernando Gallego.
A partir de las reformas fiscales de la democracia, la ley de Patrimonio Histórico de 1985 y, sobre todo, de la entrada de España en la Unión Europea, el mercado nacional se dinamizó y se liberalizó parcialmente. Edmund, como representante de Sotheby´s en una primera etapa y por su cuenta después, fue uno de los principales protagonistas de ese auge, así como de la formación y apertura al arte moderno de algunas de las más importantes colecciones españoles de carácter privado. Una vía efectiva de recuperación del patrimonio histórico diseminado por el mundo.
En los años venideros, participaría en múltiples iniciativas como aglutinador de los intereses de coleccionistas, galeristas y anticuarios. Fue siempre un defensor objetivo de la fórmulas de equilibrio entre libertad y regulación, y de la necesidad de ampliar la liberalización del sector mediante la armonización de nuestra legislación con las de la mayoría de los países europeos en los que no existe la tasa de exportación y en los que solo los verdaderos tesoros artísticos pueden ser declarados inexportables (y aun en tales casos, el Estado dispone de un plazo para que esas obras sean adquiridas para el patrimonio público a precio de mercado, transcurrido el cual se pueden vender libremente).
Mi último recuerdo de Edmund se remonta a hace pocas semanas. Conversador ameno –con el recuerdo vivo y la nostalgia de las grandes transacciones de arte en las que intervino–, amante de la buena mesa y de las carreras de automóviles clásicos, me confesó en un amigable almuerzo que, tras descartar la primera idea de venderla, se había llevado a su casa de la isla de Man una bellísima tablita de Aureliano de Beruete –una vista abocetada de Madrid– dedicada a la hija del gran coleccionista Henry Clay Frick. Era el recuerdo de sus largos años en nuestro país. España siempre presente en su corazón. Otro gran amigo británico que se ha ido.