El viaje de Anna-Eva Bergman hacia la abstracción
La pintora abstracta se reinventó como artista en la década de 1950 y en las siguientes tuvo una carrera internacional de éxito, que ya tiene su hueco en la historia del arte noruego. Ahora, una exposición del Museo Nacional de Oslo –que se puede ver hasta el 24 de noviembre– propone un viaje a través de sus pinturas monumentales para explorar la naturaleza de Bergman.
Llegar a ser o convertirse en alguien. Bajo esta premisa ha configurado el Museo Nacional de Oslo la exposición Becoming Anna-Eva Bergman. ¿Y quién era ella? Una mujer nacida en 1909 en Estocolmo. ¿En quién se convirtió? En una figura relevante dentro del movimiento de la abstracción en la historia del arte noruego.
La pintora dijo una vez que el camino hacia el arte pasa por la naturaleza y muestra actitud hacia ella”. Y así es cómo debemos acercarnos a la obra de Bergman: como si fuera un camino de piedras que nos guía por distintos paisajes, desde Noruega hasta Francia, con una breve parada en España.
Como en cualquier viaje, hay que comenzar por la primera parada. En sus inicios, su obra está influenciada por el estilo de artistas de la Nueva Objetividad, como Otto Dix o George Grosz. Las décadas de los años veinte y treinta fueron un momento de experimentación para la autora, de búsqueda de lo que será posteriormente su estilo. En esta primera etapa encontramos trabajos figurativos –muy cercanos a la caricatura– en tinta y acuarela, con líneas muy simples y colores primarios.
Su estilo comienza a tomar forma a partir de 1932, año en el que se asienta en Menorca junto a su marido, el también pintor Hans Hartung. Aunque la estancia en la isla fue breve –casi tres años–, fue suficiente para que desarrollara una fascinación por el paisaje. Además, las pinturas y acuarelas de esta época demuestran un mayor interés por la geometría y las formas simples arquitectónicas, dos motivos que se convertirán en su seña de identidad.
Tampoco resulta trivial mencionar que, durante su estancia en España, la autora conoció a Joan Miró, ya que en las primeras pinturas de la década de 1950 se intuye el influjo del artista catalán. Una inspiración que se observa, por ejemplo, en algunas de las composiciones de 1951 expuestas en el museo noruego.
Es precisamente en estos años cuando Bergman alcanza su madurez pictórica. En Francia las composiciones ya son completamente abstractas. Sus obras se vuelven más minimalistas y elegantes, llenas de formas geométricas que brillan con luz propia debido a la utilización del pan de oro, plata o cobre.
Aquí Anna-Eva Bergman «llega a ser» y el paisaje se convierte entonces en la referencia esencial de su obra. A esto se añade un componente aún más filosófico, ya que la artista no pintaba las escenas in situ, sino que lo hacía de memoria y desde lo percibido. Sus cuadros son, por tanto, el recuerdo de los acantilados, las rocas, los fiordos, los astros, las montañas o el desierto.
Detenerse ante una de sus pinturas no es abrir una puerta al exterior, sino hacia el interior de quien observa. Su obra hay que vivirla de forma experiencial, igual que lo hizo ella. Una idea que guarda relación con el trabajo de otros autores abstractos, como Adolph Gottlieb, Ad Reinhardt o Mark Rothko (del que, por cierto, el Museo Nacional de Oslo tiene una exposición también en este momento).
Aunque en sus viajes la artista noruega realizó un gran número de fotografías que utilizaba como inspiración para sus pinturas, su objetivo no era reproducir la naturaleza de forma exacta. Ella buscaba más bien resaltar los sentimientos que evoca el paisaje: las sensaciones que nos produce mirar el mar, si nos perdemos al observar el horizonte de las montañas o si apartamos los ojos cegados por la luminosidad de un astro.
Becoming Anna-Eva Bergman es un ejercicio de reflexión que conduce al visitante por la etapa de plenitud de la autora, la más abstracta; al mismo tiempo que supone un viaje introspectivo por las emociones humanas. ¿Qué siente al ver su obra? Nerea Méndez Pérez