El papel social del artista: Immendorff en el Reina Sofía
El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía acoge desde hoy y hasta el 13 de abril la exposición retrospectiva de Jörg Immendorff (Bleckede, Alemania, 1945-Düsseldorf, Alemania, 2007), titulada La tarea del pintor, organizada por el Haus der Kunst de Múnich con la colaboración del Museo Reina Sofía y comisariada por Ulrich Wilmes. Este artista ha sido uno de los más destacados talentos alemanes y gracias a él podemos comprender mejor la época que le tocó vivir. La selección de casi un centenar de obras, entre pinturas, esculturas, dibujos y collages, abarca desde los años 70 y los años 80, orientados a redefinir el papel del artista en la sociedad y cómo acercar el arte a la gente, hasta las composiciones de las últimas décadas del siglo XX y primeros años del siglo XXI, en los que alternó los grandes lienzos. El montaje sigue más que un itinerario cronológico un recorrido temático porque esa representación le conectaba con sus preocupaciones en un contexto histórico preciso.
En la presentación de la retrospectiva, el director del Reina Sofía, Manuel Borja-Villel dijo que Immendorff apostó por una obra utópica, popular, alejada del pop y del expresionismo para estar cerca de la gente en la estela de Brecht y añadió que su pintura era muy narrativa cuando reflejó la historia de su país, que estaba dividido en dos. Por su parte, el comisario, Ulrich Wilmes, destacó que su obra gira en torno a dos ideas, la primera el papel del arte en general y la segunda, la reflexión sobre la existencia del artista y del pintor más en concreto. Y apostilló que su telón de fondo fueron los sucesos históricos que le tocó vivir y su postura crítica frente a muchos de ellos.
Ya en el recorrido pueden verse las primeras obras del artista de los años 60. Immendorff estudió en la Academia de Arte de Düsseldorf, donde estableció un estrecho vínculo con Joseph Beuys (1921-1986), basado en el aprecio mutuo. Cuando empezó creía que la actividad artística podía modificar la realidad. Era espontáneo y sincero y en su cuadro de 1966, Dejar de pintar, dejó planteada parte de su intención.
Observador y crítico, Immendorff reaccionó contra la guerra de Vietnam y pintó unas imágenes de unos bebés “regordetes” y “mofletudos” y se las dedicó a “todos los amores del mundo”. De este modo apeló al instinto pacífico de la humanidad y a una inocencia infantil que se revelaba también en el diletantismo radical de las llamadas “acciones LIDL” (palabra inventada por Immendorff, que a él le recordaba el sonido del sonajero del grupo de pinturas que conforman la instalación La ciudad-Lidl cobra forma, 1968.
Todo ese proceso de cambio se va reflejando en las siguientes salas. Su expulsión de la Academia de Arte de Düsseldorf por subversivo en 1969 le llevó a acentuar su activismo político, ya fuera como profesor de arte o por su compromiso como miembro de la sección maoísta del Partido Comunista de Alemania. En La columna de opinión,1971, o en Debate sobre una pancarta, 1972 hacía referencia al método didáctico de la vida cotidiana en la escuela y al diseño junto con los alumnos de una clase orientada a proyectos.
En la década de los setenta, el lenguaje visual de su pintura fue también una expresión de su compromiso socio-político. Las vistas urbanas de Frankfurt/Main , de 1973, o Colonia, de 1976, constituyeron una representación de su lucha contra la guerra de Vietnam y fueron firmadas con el eslogan “Todo por la victoria del pueblo vietnamita en lucha”.
En 1976, Immendorff participó en la Bienal de Venecia mediante la presentación de folletos que atacaban la “privación de la libertad personal” en la República Democrática Alemana y que eran un llamamiento a la cooperación artística internacional como medio para superarla. En 1978 Immendorff comenzó la destacada serie Café Deutschland, en la que declaraba su posición crítica con respecto a la política alemana de posguerra, ejemplificada en una obra en la que aparece la esvástica entre las garras del águila de la Alemania Federal. Concluidas en 1982, las diecinueve pinturas que conforman la serie escenifican en configuraciones cambiantes el elenco contemporáneo de los dos Estados alemanes; en ellas, en tanto que persona fronteriza, Immendorff ocupa la posición de mediador.
En los primeros años 80, Immendorff siguió preocupándose por la división de Alemania. En la siguiente sala, el cuadro Naht (Sutura,1981) encarna emblemáticamente la cicatriz que recorría la frontera para separar a los dos estados alemanes durante la Guerra Fría. Sin embargo, ya más avanzada la década, sorprende que el proceso de reunificación culminado con la apertura del Muro de Berlín en 1989 no encontrara ninguna expresión concreta en sus obras de la época.
Hay una sala de la exposición en la que se observa cómo Immendorff rebajó su carga ideológica y su estilo plástico se tornó más libre. En esa serie de cuadros visionarios, llevó la historia contemporánea al escenario de un teatro ficticio compartido por alemanes occidentales y orientales, sin poder imaginarse que, diez años después, la realidad cumpliría sus premoniciones. Al superar el conflicto entre ciertos rasgos de su práctica artística, Immendorff tomó definitivamente la decisión de dejar atrás su triple vida de activista político, profesor y pintor, y dedicarse exclusivamente al arte. Autorretrato, obra de 1980 ejemplifica este proceso de despliegue de la identidad artística.
El grupo de obras Café de Flore (1987-1992), tiene una marcada fuerza expresiva y por la multiplicidad de capas narrativas. El parisino Café de Flore era conocido en los años 60 por ser el punto de reunión de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Hay quizá un homenaje en ese modo de representar a otros colegas artistas, comisarios de exposiciones, escritores, galeristas y coleccionistas, y en el centro de dichas piezas, el artista desempeña varios roles. Las configuraciones de los cuadros que integran este conjunto recaen en las grandes figuras de las vanguardias del siglo XX, en particular en Marcel Duchamp, así como en los expresionistas y surrealistas.
A finales de los años 80, el teatro sustituyó al café como telón de fondo de los exuberantes personajes de Immendorff como en La imagen debe asumir la función de la patata,1988, con el propio artista lavando platos, donde plantea que el arte es un alimento tan relevante como la comida. En la década de los 90 ya jugaba un papel destacado en el arte contemporáneo internacional y mostró interés por figuras marginadas de la literatura, como el personaje romántico de Tom Rakewell, de William Hogarth, o el de Peer Gynt, creado por Henrik Ibsen. Gynt era un personaje muy querido para Immendorff al ser un buscador como él.
En Gyntiana (1992-93) el tema principal iba -como él mismo señaló- “mucho más allá de la historia de Peer Gynt”. Immendorff escogió el Café de Flore como su emplazamiento y se retrató vestido de geisha, junto a un repertorio de autores de la literatura mundial, como Arthur Rimbaud, Bertolt Brecht o de nuevo Ibsen, porque se sentía identificado con todos ellos, pero también con mujeres como Gertrude Stein, una figura a la que admiraba.
En los últimos años de su vida, tras el diagnóstico de una esclerosis lateral amiotrófica con las limitaciones que eso suponía, seguía manteniendo el concepto pictórico pero con la técnica del collage y con una temática centrada en sí mismo: Último autorretrato I – El cuadro llama, 1998, que retoma la composición anterior de Cuadro con paciencia, realizado seis años antes.
La última parte de la retrospectiva revela otras referencias temáticas como el “mono pintor”, inspirado en la obra del artista francés Jean-Baptiste Siméon Chardin (1699-1779), que reflexiona sobre la capacidad imitativa del primate pero que no es creativo. La discapacidad física le condicionó aunque fue capaz de delegar la ejecución de su ideas visuales. Sus ayudantes ejecutaron los temas relacionados con la fugacidad y alterabilidad que centraron su nueva línea plástica. Julián H. Miranda