El ‘felicísimo viaje’ del retrato de Felipe II a Madrid
Han pasado ocho meses de la inauguración de la Galería de las Colecciones Reales y la institución sigue estrechando lazos con otros museos para buscar sinergias. Porque la idea es convertirlo en “un museo vivo” y que las piezas vayan rotando; no solo por las salas del edificio madrileño, sino por el resto de centros repartidos por la geografía española.
Esa es la filosofía que ha llevado a poner en marcha el programa de la Obra Invitada, con la que espera compartir, a la vez que recibir, importantes piezas maestras. La iniciativa se ha presentado esta mañana con un testigo de excepción: Retrato de Felipe II pintado por Antonio Moro entre 1549 y 1550.
Esta tabla, procedente del Museo de Bellas Artes de Bilbao, es la pieza con la que da comienzo el programa de préstamos especiales. No se podía haber seleccionado una obra mejor, porque representa a uno de los monarcas que más hizo por engrosar las colecciones reales; cuyos tesoros se exhiben, en parte, en la Galería.
El invitado de honor se aloja temporalmente en la primera planta del nuevo museo, precisamente en la zona donde da comienzo el ámbito de Felipe II, dentro de la sala de los Austrias. Se quedará allí durante un año, rodeado de tapices y armaduras, hasta que regrese a su hogar, en marzo de 2025.
Lo cierto es que el retrato recién llegado a Madrid no es uno cualquiera. Fue pintado por Antonio Moro cuando el personaje contaba apenas 22 años. Ocurrió entre 1549 y 1550, era la primera vez que el príncipe salía de la península y conocía las dependencias de su futuro imperio en Flandes. Un periplo que Juan Cristóbal Calvete de Estrella catalogó como “el felicísimo viaje” y donde el hijo de Carlos V se formó en el gusto flamenco y el coleccionismo.
Cuentan las crónicas que el propio Felipe entregó a Conrad Schot –del taller de Moro– “anillos, cadenas, joyas y ropas de valor cuando el maestro pintaba al príncipe de España”. No era para menos. Lo había elegido para inmortalizar no solo su efigie, sino también su imagen de buen gobierno y príncipe del Renacimiento. “Es una de las primeras imágenes filipinas y, más que un retrato político, es un retrato áulico”, explica Miguel Zugaza, director del Bellas Artes de Bilbao. En la tabla, Moro se recrea en detalles como la empuñadura de la espada, el talabarte, el Toison de Oro y la vestimenta.
No en vano el pintor de Utrecht contribuyó de manera decisiva a establecer el modelo de retrato cortesano junto con Tiziano, a quien el monarca prefirió para que representase desnudos, como en las Poesías (no así su padre, que sí se decantó por el italiano para que le inmortalizase, y de qué manera, en la batalla de Mühlberg).
La pintura llegó a España en 1992 procedente de la Colección Spencer –padre de Diana de Gales– y fue adquirida por algo más de 100 millones de pesetas –el equivalente a un millón de euros– por el museo bilbaíno por expreso deseo de Jorge Barandiarán, gracias a la intermediación de Caylus. La misma galería había ayudado al exdirector a conseguir un par de años antes el retrato de Juana de Austria pintado por Sánchez Coello y la tabla de Moro vino a completar la sala de retratos que el entonces responsable del museo tenía en mente.
Ahora la pintura ha viajado hasta Madrid como invitada de honor y primer préstamo excepcional para la Galería. Esta, a su vez, ha cedido a la entidad vasca algunas de sus piezas de lujo de la armería de Eugui.
“Felipe II ha vuelto a su casa; sigue ese felicísimo viaje y ha parado en la corte”, comentó Leticia Ruiz, directora de la Galería de las Colecciones Reales, quien destacó el papel del monarca como responsable de fijar los tapices, armaduras y demás tesoros de la corona como seña de identidad del imperio español. Sol G. Moreno