EL EXPRESIONISMO ABSTRACTO INVADE EL GUGGENHEIM DE BILBAO
Tras pasar por la Royal Academy of Arts (Londres), el Museo Guggenheim de Bilbao acoge una importante representación de Expresionismo Abstracto. Alrededor de 130 obras de artistas como Rothko, Pollock, De Kooning, Motherwell o Clyfford Still se podrán ver dispersas por las salas del museo a partir del próximo 3 de febrero.
Estos pintores supusieron una auténtica revolución cultural. Todo comenzó en Nueva York, durante la década de los 40, los años del free jazz y la poesía de la generación beat, con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo. Un grupo de artistas rompió con las convenciones establecidas, dando lugar a un movimiento que nace de una experiencia vital común. No obstante, no se puede hablar de un estilo homogéneo, más bien es poliédrico y complejo, pues cada uno tiene su propia vertiente.
A diferencia del Cubismo y el Surrealismo que le precedieron, el Expresionismo Abstracto escapa de toda fórmula establecida y supone una celebración de la diversidad y la libertad individual a la hora de expresarse. Entre todos buscaban lo experimental. Dramatismo, existencialismo, expresión, e impulsividad creadora son las cuatro palabras que definirían la tendencia a rasgos generales.
A pesar de que cada representante tiene su propia manera de entender el estilo, todos comparten una serie de características básicas. Obviando que todas las obras tienen “el mismo alma”, en el plano formal la mayoría presentan una escala colosal, donde se busca intensificar esa expresión acompañada de la espontaneidad típica de los trazos. Este rasgo genera un carácter contemplativo en el espectador queda envuelto por las sensaciones que transmiten esos inmensos campos de color o esos brochazos nerviosos o agresivos. Como bien decía Pollock: “La pintura abstracta es abstracta. Se enfrenta a ti”.
La muestra comprende obras tanto de pintura como de dibujos, esculturas y fotografías. Provienen de colecciones públicas y privadas de todo el mundo. El recorrido comienza en la sala 205 con una selección que narra los primeros años del movimiento, marcados por las guerras mundiales y la Gran Depresión. Algo perfectamente reconocido en la serie de Jackson Pollock Paneles sin título A–D (1934–38), en la arquitectura representada por Mark Rothko en Interior (1936), o en la obra de Philip Guston El porche (1946–47). En esta sección no faltan los arquetipos, las formas primitivas o los mitos. Asimismo este apartado introductorio enfatiza la importancia de Arshile Gorky como uno de los primeros en esta tendencia. Destacan sus pinturas Agua del molino de las flores (1944), El límite, Los oradores y Lo inalcanzable (1945).
La siguiente sala se dedica a uno de los más conocidos: Willem de Kooning. Dominaba el gesto como reflejo de una emoción violenta, que pivotaba entre la abstracción y la figuración, creando efectos pictóricos explosivos y rebeldes. Tras una temprana obsesión por el erotismo femenino, pasó a explorar otra dimensión. Así, la obra de 1949 Zot (que significa “chiflado” en neerlandés) oculta un dramatismo condensado en el que la figura y otros detalles se confunden entre sí. De la misma época es Abstracción (1949–50), con un importante simbolismo religioso que impregna la iconografía de este artista. Otra de sus características indiscutibles es su constante representación de la mujer a lo grotesco, veremos por ejemplo Mujer como paisaje ( 1965–66). En la misma estancia también se cubre la obra del famoso Franz Kline, que a menudo creaba sus pinturas a partir de dibujos, trabajaba de noche y utilizaba pinturas comerciales diluidas y brocha gorda, como en Sin título, de 1952, una de sus obras más célebres.
La sala 207 tendrá como único protagonista al más trágico de todos, el más sublime según algunos, el más emocional, al que se le reconoce al instante: sí, hablamos de Rothko. Sus rectángulos flotantes siguen hipnotizando a cualquier espectador y han dado pie a múltiples interpretaciones, pero el mismo artista ya nos daba alguna pista cuando dijo en una ocasión: “El que llora ante una de mis pinturas significa que la ha entendido”. en esta muestra destaca su gran “pared de luz” Sin título, de 1952–53.
Muy de cerca en relevancia le sigue quien ocupa la sala 209: Jackson Pollock, el que salpicaba el lienzo en el suelo creando laberintos al ritmo que seguía su cuerpo y sugieren tanto una especie de escritura mental como un desahogo muscular. El artista describía estas extraordinarias tracerías como “energía y movimiento hechos visibles, recuerdos detenidos en el espacio”. Con el gigantesco mural que pintó para la residencia de la coleccionista y mecenas Peggy Guggenheim en 1943 marcó un hito en la historia del primer Expresionismo Abstracto.
En sus últimas fases los expresionistas abstractos, fieles a su individualismo, caminaron en distintas direcciones. Algunos artistas abrazan la oscuridad, como Motherwell en la obra En la caverna de Platón, n.º 1(1972). La obra de Tworkov En reposo II (1970), inmersa en una profunda meditación, constituye un complemento del desenlace visual de su amigo Rothko. Por otro lado también hubo un camino por territorios más luminosos, donde tuvieron relevancia autores como William Baziotes o Guston.
No nos olvidamos de Clyfford Still y sus composiciones de verticalidad predominante en la sala 208, donde también le acompaña David Smith con sus esculturas de metal soldado.
La sección de fotografía demuestra la relación de muchos expresionistas abstractos con esta disciplina. La mayoría tenía relaciones amistosas con fotógrafos que luego les dedicaron fotografías en acción como es el caso de Pollock o Clyfford.
La presentación en Bilbao ha sido posible gracias al generoso patrocinio de la Fundación BBVA y a la colaboración de la Terra Foundation for American Art.
Abierta hasta el 4 de junio. Ana Robledano Soldevilla.