El día que Tamara de Lempicka conoció a Alfonso XIII
El Palacio Gaviria inaugura una amplia retrospectiva sobre la artista polaca y contextualiza sus cerca de 80 obras expuestas con diverso mobiliario, objetos decorativos y piezas Art Decó. Además, presenta un retrato inédito del Alfonso XIII que le hizo cuando este vivía en el exilio.
Por fin lo ha encontrado. Gioia Mori ha descubierto el Retrato de Alfonso XIII (1934) que Tamara de Lempicka pintó durante el exilio del monarca Borbón. Es una figura inacabada cuyos ojos miran al infinito, pero el bigote ligeramente abocetado basta para identificarle. La artista lo dejó inconcluso, a pesar de que el rey posó en varias ocasiones para ella en Salsomaggiore (Italia).
«¡Nunca había pintado a un modelo más charlatán!», escribió entonces la propia Lempicka a uno de sus amigos en una misiva manuscrita. Más tarde, el 1 de marzo de 1941 –justo un día después de la muerte de Alfonso XIII– hablaba en los periódicos de su relación con el monarca español. Ambos coincidieron en la ciudad italiana, famosa por sus spas y balnearios; ella había sufrido una crisis y acudió a Salsomaggiore para buscar alivio en los tratamientos termales.
Esta historia que vincula a la artista con nuestro monarca podía ser perfectamente verosímil, pues se codeó con aristócratas como el barón Kuffner –su segundo esposo– o el príncipe Eristoff (a quien también retrató). Sin embargo, la habilidad de este personaje glamuroso y amante de la fiesta para imaginar mitos y leyendas a su alrededor fue tan grande, que la estudiosa de su obra dudaba de que fuese realmente verdad. La desaparición de la dichosa tablita con la efigie del rey tampoco ayudaba.
Siete décadas después el retrato finalmente ha aparecido en una colección particular parisina, concretamente en la de Jean Claude Dewolf. Por eso Gioia Mori se siente satisfecha de haberlo encontrado y haber podido corroborar así la versión de la pintora. Dicha obra será, sin duda, uno de los mayores atractivos de la muestra que desde mañana puede verse en el Palacio Gaviria.
Tamara de Lempicka. La reina del Art Decó recala ahora en Madrid, tras su paso por Milán, París, Turín y Verona; una retrospectiva que consta de 183 piezas, cerca de 80 autógrafas, con las que se quiere poner en valor la producción de la reina indiscutible del arte decorativo, a quien la comisaria ha dedicado más de una década de estudio.
“Entre cientos de pinturas, reconocerías las mías”, afirmaba la propia artista. Quizá tuviese razón. En sus retratos de sofisticadas mujeres de la alta burguesía parisina de los años 20 aúna como ningún otro autor la grandiosidad casi escultórica de la pintura del Quattrocento con un cubismo algo tímido. Sus personajes, llenos de sex appeal y glamour, parecen no caber en el lienzo.
Ella misma confesó que “su objetivo no era copiar, sino crear un estilo nuevo, con colores luminosos y brillantes”. Así fue como creó decenas de retratos de formas rotundas, motivos geométricos y tonos llamativos. Sin embargo, y aunque su idea no fuese copiar, lo cierto es que no puede evitar el influjo de maestros clásicos como Botticelli o Bernini, como se puede apreciar en una de las salas de la muestra titulada con acierto «El manual de Historia del Arte». No en vano, descubrió su vocación en Italia, durante un viaje que hizo en 1911 con su abuela. Esa admiración por los clásicos, combinado con su interés por todo aquello que tiene relación con la modernidad: fotografía, cine o moda, son los rasgos que mejor el arte de Lempicka; precisamente los mismos que encarnan también el espíritu del Art Decó.
Un par de detalles biográficos bastan para hacerse una idea de cómo fue la vida de Tamara. Nacida en el seno de una familia polaca acaudalada, se casó a los 18 años con un abogado que pronto fue encarcelado por los bolcheviques. Huyó de la Revolución Rusa y de la Guerra Mundial; vivió en Varsovia, París, Nueva York y México; triunfó como pintora de la aristocracia en Europa hasta que tuvo que huir de los nazis, entonces volvió a buscar el éxito en Estados Unidos. Fue bisexual, tuvo dos maridos y, a su muerte, pidió que sus cenizas se echasen al volcán Popocatépetl.
Pero el icono en el que se ha convertido no debería eclipsar su calidad como pintora. Porque si su nombre perdura como figura esencial del Art Decó es gracias a su esfuerzo –trabajaba entre 16 y 18 horas diarias– y a su capacidad para empezar de cero cada vez que emigraba a un nuevo país. La reina del exceso y el lujo podrá visitarse en el Palacio Gaviria hasta el 24 de febrero de 2019. Sol G. Moreno