Degraín, la investigación de su singularidad en el Bellas Artes de Valencia
La exposición de Muñoz Degraín, titulada El paisaje de los sueños, explora los puntos diferenciadores que hicieron a este artista valenciano consagrarse como uno de los paisajistas más excepcionales del periodo de entre siglos. De esta manera, se ha realizado la primera gran investigación de las peculiaridades de la obra de este creador conmemorando el centenario de su fallecimiento. La muestra en el Museo de Bellas de Artes de Valencia permanecerá abierta hasta el 13 de octubre.
Antonio Muñoz Degraín fue un rara avis dentro del ecosistema artístico que se dio en Valencia a finales del siglo XIX y a principios del XX. En ese período, donde Joaquín Sorolla fue el astro que eclipsó a todos los demás, la figura de Degraín es una de las únicas que se entiende sin necesidad del resto. Su peculiaridad a la hora de crear paisajes, junto con su fulgor cromático y el uso tan personal de la luz hacen que su arte sea tan peculiar dentro de la pintura valenciana, a la vez que le convierten en una figura modernista y exquisita dentro del simbolismo en el paisajismo español.
Debido a su singularidad, algo que también traspasó a su carácter, porque fue un alumno muy irregular en su período de formación académica; no obtuvo ayudas institucionales hasta su madurez, con lo que hasta una avanzada edad no pudo viajar para visitar y absorber conocimiento fuera de la geografía española.
Al principio de su carrera se dedicó a las temáticas que todos los demás hacían, para así tratar de ganarse el favor de las instituciones y competir en los certámenes nacionales, donde la pintura histórica era la más premiada.
Tras no conseguirlo y comenzar a experimentar se marcha de Valencia y pone rumbo a Málaga, donde nacerá su hijo, formará una familia y llegará a su madurez artística, dando rienda suelta a su visión y talento. Allí aglutinará discípulos y adeptos y la figura como pintor, al ser un enclave más pequeño que Valencia, sí que obtuvo relevancia, hasta tal punto que se convirtió en maestro paisajístico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Al ser una referencia dentro de este ámbito hará que se traslade a la capital.
En esta época obtuvo las ayudas que le permitieron viajar a Roma y sobre todo a Tierra Santa, la cual fue un tema recurrente e importante dentro de su pintura. En esas obras aportaba su mirada tan peculiar a los paisajes de Oriente, rebosantes de historia y de mitos. Después de todo ello, siendo ya un pintor muy viajado, acabó siendo director de la academia, una posición de privilegio en la época.
Por otro lado, fue un personaje con un gran afán de impulsar las instituciones museísticas y de dejar su legado en ellas. En 1904 el pintor realizó una donación de más de 50 lienzos al Bellas Artes de Valencia. Asimismo realizó donaciones al Museo de Málaga y a la Biblioteca Nacional. Estas donaciones son el grueso de las obras que conforman esta exposición, que además ha contado con el préstamos de seis piezas por parte del Museo del Prado.
Este recorrido se divide en seis partes y en él se pone el acento en lo peculiar, al centrarse en los temas que ayudan a explorar el arte de este pintor valenciano, que no fue comprendido y si criticado por personalidades como Dalí o Unamuno. la muestra supone un acercamiento para entender la pintura de Degraín desde sus ojos y permite que comencemos a comprender sus diferencias, sus peculiaridades y sus rarezas.
El paseo por las salas, con las paredes pintadas de morado, nos van introduciendo en el fulgor cromático del pintor con el que proporcionaba ese ambiente lunar a sus paisajes. Además, se han instalado proyectores en las salas que plasman detalles de algunos lienzos seleccionados haciendo más accesibles para el público la comprensión de estas piezas tan singulares.
Por último, también hay que destacar una obra que no lleva la rubrica de Antonio Muñoz Degraín en la exhibición que permanecerá abierta al público hasta el 13 de octubre. Marina, lienzo pintado por Flora López Castrillo, discípula y compañera del pintor valenciano que tenía la capacidad de pintar de la misma forma que él y cuyo trabajo, debido a que en muchas ocasiones pintaban a cuatro manos, se funde con el de su maestro.
También resalta la pintura titulada Safo, en esta obra observamos ese cromatismo violáceo característico de las pinturas del artista, que define esa atmósfera nocturna y plateada de la noche y de la figura de la ‘Décima musa’, una pieza maestra dentro del catálogo.
Por otro lado, los lienzos que conforman el estudio de sus pinturas narrativas, donde pone imagen a pasajes de la obra magna de Cervantes y de algunos mitos y fábulas, son realmente cautivadores y nos explican su visión personal de esas creaciones literarias. En el caso de las representaciones del Quijote, Degraín intenta expresar con imágenes las páginas narradas y esos momentos que él quiso resaltar y que realmente fueron muy importantes para él, hasta tal punto de habiendo realizado ocho lienzos dentro de esta temática, creó otros 12 que quiso dejar a la Biblioteca Nacional.
En definitiva la exposición es un punto de partida tremendamente interesante para adentrarse en la figura de Antonio Muñoz Degraín y para desligarla de la de Flora López Castrillo. El conjunto de más de medio centenar de obras seleccionadas por los comisarios Pablo González Tornel- director del Museo de Bellas Artes de Valencia- y Ester Alba Pagán permiten introducirnos en los ambientes que creó el pintor valenciano y suponen un gozo estético para los visitantes. El esfuerzo de los dos comisarios hace posible que podamos valorar mucho mejor la aportación de este pintor romántico fuera de época que, con el paso del tiempo, se ha erguido como uno de los paisajistas más importante de nuestro país. Roberto Ponce López