Cuando la literatura no alcanza y la fotografía se queda corta
Cortázar, Chirbes, Juan Rulfo o Patti Smith son conocidos en todo el mundo por su carrera de escritores. Sin embargo, sus ejercicios artísticos no se quedan ahí, pues todos ellos son también fotógrafos. Ahora que se acerca el Día Mundial de la Fotografía, repasamos algunos casos de autores que cultivaron ambas disciplinas.
El fotógrafo Lewis Hine dijo en una ocasión: “Si pudiera decirlo con palabras, no iría a todos lados cargando con mi cámara”. De esto se deduce que, para muchos fotógrafos, su disciplina es un método para contar historias. Quizá haya más de un artista que, como Hine, no recurrirían a la cámara si creyesen que cuentan con el don de la palabra. Sin embargo, puede que la cuestión sea más complicada que eso, al menos para otros artistas. Hay narrativas más afines a la palabra y otras a la imagen; además se comunican y aprecian distintos matices en cada uno de los dos lenguajes.
En su libro El uso de la foto, la autora francesa Annie Ernaux afirma que la fotografía tiene algo de inmediato y de real, que no posee la literatura. Escribir es, al menos para ella, un proceso más reflexivo. Mientras se escribe sobre un instante concreto este se escapa. En cambio si se utiliza la cámara, puede inmortalizarse lo que uno quiera de forma instantánea.
Quizá por eso hay tantos escritores famosos que son, además, fotógrafos: porque necesitan una forma más pausada y reflexiva para contar algunas de sus historias, mientras que otras requieren de una captura inmediata antes de que el momento se desvanezca.
Probablemente el perfil más conocido de escritor fotógrafo sea el de Juan Rulfo. Este capturó el México rural, obteniendo como resultado unas imágenes que tienen mucho de onírico, y que a menudo se han relacionado con su literatura, plagada de presencias fantasmales, con límites difusos entre la realidad y la ficción. Sin embargo, el propio Rulfo explicó que para él ambos eran procesos muy distintos, y que el mundo cotidiano que le inspiraba para sus fotografías no le era útil a la hora de escribir:
«La realidad no me dice nada literariamente, aunque pueda decírmelo fotográficamente. Admiro a los que pueden escribir acerca de lo que oyen y ven directamente, yo no puedo penetrar la realidad, es misteriosa”.
Parece, por tanto, que el artista mexicano podría estar de acuerdo con Hine: quizá si pudiese plasmar la realidad mediante el uso de la palabra, no hubiese necesitado fotografiarla.
Otros escritores que se dedicaron a esta disciplina, como Allen Ginsberg, no percibieron esa división entre sus dos labores, sino que trabajaron en ambas desde el mismo punto de vista.
El padre de la Generación Beat es conocido por su largo poema Aullido, considerado el mejor retrato de la juventud americana de su tiempo. En paralelo con su producción literaria, Ginsberg inmortalizaba a quienes le rodeaban con una cámara que compró por tan solo 13 dólares sin demasiadas pretensiones.
De hecho, son suyos algunos de los retratos más naturales y desenfadados que se conocen del autor Jack Kerouac. Igual que había hecho con sus versos, capturó con sus fotografías a la generación de escritores Beat y los “momentos sagrados”, como él los denominaba, que todos compartieron. En muchas ocasiones, Ginsberg tomaba Polaroids y escribía profusamente en el borde blanco, describiendo el momento en el que habían sido tomadas. En otras ocasiones, inventaba relatos a partir de fotografías que él mismo había hecho, fundiendo así palabra e imagen para contar una historia.
De un modo similar, la cantante y escritora Patti Smith ha hecho siempre fotografías íntimas de su entorno, primero con una Polaroid y después con su teléfono móvil, dando como resultado un cuerpo de trabajo que es el retrato de una generación (la que vino inmediatamente después de los Beat). Este es también el tema central de su libro autobiográfico Éramos unos niños, por lo que imagen y palabra vuelve a tomar una misma dirección en el trabajo de Smith.
CHIRBES Y SU EXPOSICIÓN EN CARTAGENA. Por supuesto, en España tenemos igualmente ejemplos de escritores fotógrafos. Precisamente uno de ellos, Rafael Chirbes tiene una exposición que puede verse en la Sala Domus del Pórtico. Aunque es más conocido como literato, tomó fotografías de sus viajes por las costas del Mediterráneo durante tres décadas.
Una cincuentena de esas imágenes –inéditas hasta el momento– pueden verse en Cartagena hasta el 1 de septiembre. Se trata de una serie de fotografías que tomó mientras escribía Mediterráneos, libro que consigna los artículos escritos durante sus viajes por la costa levantina europea y africana, al tiempo que hace referencia a estas instantáneas y a su labor como fotógrafo.
Igual que ocurre con la narrativa en esta obra, sus imágenes buscan ofrecer una perspectiva completa de la realidad mediterránea y, aunque en un primer momento no fuesen concebidas para publicarse, ahora completan su trabajo y lo enriquecen.
Hay una última categoría donde estas dos disciplinas se funden más aún, si cabe: la de escritores que escribieron obras de ficción sobre fotografía. Es el caso de Lewis Carrol, autor de Alicia en el País de las Maravillas, que en su época llegó a ser más conocido como gran retratista que como escritor.
Entre sus cuentos se encuentra A Photoprapher’s Day Out, que narra una historia de amor. El protagonista es un hombre que se cuela en una propiedad privada para tomar una fotografía perfecta, que hará que su amada se enamore de él. Sin embargo, finalmente es atacado por los propietarios de la finca, que le sorprenden en medio de la faena y los negativos acaban destruidos en el enfrentamiento.
Julio Cortazar, también escritor aficionado a la cámara, escribió por su parte La baba del diablo, historia en la que juega con la dualidad del mundo dentro y fuera de una fotografía, con ese carácter que le confiere cierto aire de misterio por la fidelidad con la que reproduce, como un espejo, lo que pueden ver nuestros ojos.
La palabra y la imagen son, en definitiva, dos disciplinas profundamente relacionadas –el cine, de hecho, es claro ejemplo de ello–, así como dos herramientas fundamentales para contar historias. En algunos casos –como el de Ernaux o Rulfo– llegan a lugares distintos. En otros casos ambas se complementan, como sucede con Ginsberg, Smith y Chirbes, formando un todo que quedaría incompleto si solo contásemos con la instantánea o con la palabra. Sofía Guardiola