Alechinsky y sus poemas de tinta en la Fundación Boghossian
La obra de este artista belga se debe observar con los ojos de quien lee uno de esos poemas japoneses llamados haiku. Las estrictas 17 sílabas son sustituidas por los bordes del lienzo, pero la creatividad del pensamiento y la fluidez del gesto perviven. Pierre Alechinsky convierte el dibujo en narración, los caracteres japoneses en cuadros de tinta y el arte tradicional oriental en pintura moderna.
El pincel de este artista no se ha conformado con explorar las dimensiones de un lienzo, sino que ha superado sus bordes y se ha desplazado por diferentes territorios, tanto geográficos como estilísticos. De ahí el nombre de la exposición Pinceau Voyageur (que se traduce como Pincel viajero), en alusión a la constante movilidad y exploración que ha marcado la vida del artista belga Pierre Alechinsky.
En esta ocasión, el viaje comienza en las salas de la Fundación Boghossian, aunque el espectador pronto se trasladará a 1947, fecha en la que el autor comienza a pintar. Dos años después, pasará a formar parte del grupo CoBrA (acrónimo de Copenhague, Bruselas y Ámsterdam), un movimiento artístico que nace en París como reacción contra la rigidez de la abstracción geométrica de la época.
Me acababa de llamar la atención una revista japonesa de caligrafía, Bokubi. Estaba tirada, abierta por las páginas correctas, entre cajas de tinta, trapos de tarlatana y planchas de cobre sobre una mesa del Atelier 17”, Pierre Alechinsky.
El grupo –integrado por Ager Jorn, Karel Appel o Christian Dotremont, entre otros– se disolvería en 1951, pero un par de años antes, Alechinsky recalaría en la capital francesa, donde comenzaron los primeros coqueteos con el arte oriental. Experimentó con nuevas técnicas de grabado en el Atelier 17, el estudio del británico Stanley William Hayter, e intercambió correspondencia con el calígrafo Shiryu Morita, de Kyoto.
De esta década cabe mencionar también una visita de dos meses a Japón, en la que rodó el cortometraje Calligraphie japonaise, que se puede ver en la sala de proyección de la Fundación Boghossian como parte de la muestra.
A través del estudio comparativo de varias caligrafías, el litógrafo belga establece varios paralelismos entre la escritura tradicional japonesa y los pintores modernos.
Esta película es, además, testimonio de ese descubrimiento en su propia técnica. Porque Alechinsky había quedado fascinado por la fluidez de los gestos orientales, razón por la cual adoptó materiales más rápidos y flexibles. Fue así como el papel, la tinta y el pincel se convirtieron en sus herramientas por excelencia.
Ya sea en blanco y negro o a color, el pincel del artista imita los trazos de la escritura china. Convierte así el dibujo en narración y la imagen en una especie de ideograma. De esta forma, sus obras se pueden leer como un haiku: el espacio delimitado por el lienzo obliga al creador a contraer el pensamiento y el gesto, pero su mano traza las líneas con la misma creatividad y fluidez de quien se sabe enfrente de las posibilidades de todo un lenguaje.
Lo cierto es que la exposición no solo presenta obras de Alechinsky, sino también otras suyas creadas en colaboración con el poeta egipcio Joyce Mansour, el autor israelí Amos Kenan y el ensayista libanés Salah Stétié, entre otros. Una de las piezas más destacadas es Clavecín (1986), concebida junto al poeta y pintor checo Jirí Kolár, que se exhibe en la gran sala.
El recorrido de la muestra es una oda a la amistad y a la libertad de experimentación que, a través de lienzos, tintas, aguafuertes, lava esmaltada, litografías o libros de porcelana, presenta las diferentes técnicas y medios que el artista ha explorado a lo largo de su carrera.
Pinceau voyageur comprende un centenar de obras y numerosos documentos de archivo reunidos en los últimos 70 años, que se dan cita en las salas de la Villa Empain. Nerea Méndez Pérez