El Arte Degenerado que sedujo al barón Thyssen
Paloma Alarcó reconstruye por primera vez la colección original de expresionistas alemanes que Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza atesoró con fruición a partir de los años 60 –actualmente dispersa entre el museo que lleva su nombre, sus hijos y Carmen Cervera– para plantear un recorrido que fija su mirada en las aventuras y desventuras de las 80 obras expuestas. Con esta exposición arrancan las celebraciones por el primer aniversario del nacimiento de su fundador.
Cuenta Roman Norbert Ketterer, que la noche que subastó Joven pareja de Emil Nolde en el Stuttgarter Kunstkabinett, “Fiona, la tercera mujer del barón Hans Heinrich Thyssen, miraba fijamente hacia mi atril y pujó y pujó hasta que consiguió la pieza”. Era el 3 de mayo de 1961 y Heini se estrenaba en la compra de arte moderno con esta acuarela, que escaló desde unos iniciales 14.000 marcos alemanes hasta los 39.000 que finalmente pagó.
Aquella caída de martillo supuso también un golpe de timón del barón en el coleccionismo de la saga Thyssen, que hasta ese momento se había caracterizado por la compra de maestros antiguos. Heredero de Villa Favorita y de las enseñanzas de su padre –“el arte acaba con el siglo XVIII”–, se rebeló contra este en cuanto descubrió el magnetismo del expresionismo alemán. “Sus obras producen descargas eléctricas”, dijo el coleccionista en una ocasión.
Aquella pieza y otras nueve pinturas adquiridas en esa misma subasta de 1961 fueron el origen de la colección de arte moderno del barón, que atesoró de forma compulsiva obras de Ernst L. Kirchner, James Ensor, Franz Marc o August Macke, entre otros. Ahora la acuarela de Nolde se convierte en epicentro de la exposición Expresionismo alemán en la colección del barón Thyssen-Bornemisza, con la que el museo que lleva su nombre quiere iniciar las celebraciones por el primer aniversario del nacimiento de su fundador (13 de abril de 2021).
Paloma Alarcó, comisaria de la muestra, ha conseguido reunir 80 pinturas, 18 de ellas inéditas prestadas por Francesca y Alexander Thyssen para la ocasión. A ellas se suman las 44 procedentes de fondos propios –aunque no todas se exponen habitualmente– y otras 18 de la colección de Carmen Thyssen. Juntas ilustran por vez primera cómo se formó ese conjunto expresionista, además de contar las aventuras y desventuras de cada una de las piezas.
Ese detalle revela una de las novedades de la exposición, que huye de la visión típica del expresionismo alemán habitualmente estudiado por grupos como Die Brüke (1905) o Der Blaue Reiter (1911), para proponer un recorrido más centrado en las propias pinturas: desde su proceso de creación en el taller, hasta que se exhiben o salen a subasta, sin olvidar su fortuna crítica que, en este caso, es una historia de ascensión, denigración y resurrección (no olvidemos el estigma de Arte Degenerado que los nazis pusieron a muchas de ellas).
El primer apartado nos sitúa en el taller de pintores como Kirchner –autor favorito del barón– o Heckel, donde la pincelada gestual y empastada se apodera del lienzo con absoluta libertad. Continúa al aire libre, con las escenas de Pechstein, Nolde y Schmidt-Rottluff, además de la difusión de manifiestos y críticas en la revista The Sturm dirigida por Herwarth Walden.
La Guerra Mundial lleva consigo obras más radicales como Metrópolis, donde George Grosz arremete contra la alienación humana en una ciudad plagada de hombres errantes y anónimos. Entonces cobra fuerza la fortuna crítica del movimiento, el segundo apartado de la muestra, especialmente esa caza de brujas a la que se vio sometido el expresionismo alemán durante el nazismo.
Aquí se exhiben algunas de las pinturas que fueron apartadas de los museos donde colgaban por resultar “degeneradas”, como la mencionada Metrópolis que fue confiscada de la Kunsthalle de Mannheim y tachada de “herramienta de propaganda marxista contra el servicio militar”.
«El hecho de que estos artistas hayan sido oprimidos por el régimen nacionalsocialista y su arte etiquetado oficialmente como degenerado fue para mí un aliciente adicional para coleccionarlos», barón Thyssen.
Un tercer capítulo está centrado en la rehabilitación de estas pinturas gracias, en parte, a figuras como Ketterer, el dealer que más obras modernas vendió al barón. Además de la famosa acuarela de Nolde, destaca Fränzi ante una silla tallada de Kirchner, obra que colgaba del dormitorio de la hija del marchante hasta que el coleccionista la adquirió. «Cuando me enteré de que el cuadro se había vendido me pasé varios días llorando», cuenta Ingeborg Ketterer.
La última sección muestra el programa de internacionalización de estas pinturas, que se mostraron en diferentes capitales europeas bajo el título de Maestros modernos de la colección Thysen-Bornemisza. Una itinerancia que resultó fundamental para recuperar a muchos de estos autores caídos en desgracia tras la guerra.
Según explica Alarcó, “esta exposición es el resultado de un trabajo de investigación tras bucear en los archivos y buscar huellas de todas las obras. Además, le hemos querido dar un trasfondo histórico, político y contextual».
Una labor en la que también han colaborado Juan Ángel López Manzanares y Leticia de Cos, quienes viajaron hasta Duisburg para estudiar in situ el archivo Thyssen Krupp. Exposición, pues, cargada de datos por descubrir, sin olvidar la “fiesta para los ojos” que supone toda obra expresionista.
Expresionismo alemán en la colección del barón Thyssen-Bornemisza cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid y podrá visitarse a partir de hoy en el Museo Thyssen, tras haber sido inaugurada por el Ministro de Cultura Juan Manuel Rodríguez Uribes ayer por la tarde. Estará abierta hasta el 14 de marzo de 2021. Sol G. Moreno
«Las obras expresionistas producen descargas eléctricas”, barón Thyssen. Y sobre la acuarela de Nolde: «Me llamó inmediatamente la atención su audaz gama de colores y la atmósfera tan particular que emanaba”.