EL INSUMERGIBLE TITANIC
Una exposición sobre su naufragio con los objetos e historias conmovedoras de sus pasajeros
Pese a que han transcurrido 103 años desde que el Titanic se hundiera en aguas del Atlántico Norte, su historia sigue llamando la atención y… emocionando. Había zarpado desde Belfast rumbo a Southampton en donde recogería pasaje para dirigirse a Nueva York, pasando antes por Cherburgo y Queenstone, en Irlanda. Era el viaje inaugural. Su construcción había costado algo más de tres años de trabajos y era “el buque de los sueños”, o así lo llamaban. No era para menos. Tenía de todo para una travesía feliz: restaurantes, cafetería, salones-comedor, gimnasio, piscina, baños turcos, salas de lectura y escritura, otra para el revelado de fotos, peluquería… y, por supuesto, una maquinaria e instrumentos de navegación perfectos. Sus constructores- Harland and Wolf- le habían dotado de 2 motores de triple expansión, cada uno de un peso de 990 toneladas, más una turbina de baja presión, 3 hélices y una central de 4 palas; dos anclas de proa y 4 chimeneas de las cuales una solo servía para ventilar la cocina y la sala de máquinas; 29 calderas con un total de 159 hornos en las que se quemaban a diario 620 toneladas de carbón y un sistema de seguridad considerado impecable, excedía incluso a las exigidas por la legislación… Los botes salvavidas tenían una capacidad para 1.178 personas. Había 3.560 chalecos salvavidas y 48 salvavidas. Pues todo esto se fue a pique en muy pocas horas -era el 15 de abril de 1912- junto a la vida de 1.495 personas. Solo se salvaron 712. Se cuenta que hubieran podido hacerlo 450 más si se hubieran utilizado todos los botes, pero el miedo a que ante la avalancha de pasajeros se hundieran, desaconsejó hacerlo.
Sobre el Titanic se ha escrito y hablado mucho. Su tragedia inspiró la película de James Cameron que consiguió un gran éxito de taquilla. Aunque el historiador y comisario de la muestra, Claes- Göran Wetterholm, afirma que es la mejor que se ha rodado, todo lo que cuenta es falso. Ahora, esos 103 años después, en el vestíbulo del Centro Fernán Gómez de Colón, la figurilla de un chiquillo vendedor de periódicos de la época –hecha de cartón piedra o madera– sale al paso del visitante con un ejemplar de The New York Times, en cuya primera página, a toda plana y en 3 líneas, se da la noticia del hundimiento. Ya, dentro del edificio, la historia completa.
Detrás de cada una de las piezas que se han logrado reunir –200 repartidas en los 1.500 metros de exposición– hay historias enternecedoras y emocionantes, de tanto valor humano que importan más que los objetos en sí. Mientras contemplamos la fotografía de un matrimonio mayor –Isidor e Ida Strauss– nos enteramos de que dejaron su sitio en el bote salvavidas a una pareja joven; en una vitrina está el anillo de la pasajera Gerda Lindell, que quedó dentro de la lancha al desprenderse su cuerpo congelado del borde al que se agarró, sostenida por el marido, que había logrado subir a ella. La pareja española de Victor y María Josefa Peñasco habían elegido para su viaje de luna de miel el Titanic, en contra de la voluntad de la madre del novio que les había insistido en ir a París. Para tranquilizarla, encargaron al mayordomo de Víctor que enviara a diario desde esta ciudad, como si fueran ellos, unas postales que le entregaron escritas. Él murió, ella se salvó. Kate Phillips, de 19 años, se enamoró perdidamente del dueño de la tienda de dulces donde trabajaba, 20 años mayor que ella. Nada mejor que fugarse y poner tierra de por medio. Aunque él murió, ella dio a luz a una niña poco después: Ellen. Madre e hija sonríen en una de las fotografías que se exponen. No falta la verdadera joya que inspiró a Cameron para crear otra semejante –corazón del mar– que figurara en su película. Es un zafiro, aunque de tamaño más pequeño.
Hay muchas más cosas, como el camisón blanco de encajes de la pasajera de primera clase Carolin Bystron; tarjetas de embarque, barajas, herramientas, catalejos, la lista de los pasajeros rescatada casi milagrosamente y en la que se han invertido muchos meses de cuidados para secarla por completo; fotografías del capitán del barco Smith, de la tripulación y los pasajeros; las botas de una niña que sobrevivió junto a su madre y que al morir las donó; la cubertería de plata, la vajilla, los relojes parados a la hora de la catástrofe… La ambientación es perfecta. Se han recreado pasillos y camarotes de primera y tercera clase cuyos billetes, por cierto, no eran nada baratos: 60.000 euros de hoy. De esto se deduce que no había pobres en el Titanic, además de que nadie podía emigrar a los Estados Unidos si no se tenían medios para vivir.
Un consejo: no se marche, visitante, sin posar antes su mano en la superficie de un iceberg creado especialmente para el momento. Impresionante. Su baja temperatura solo permitía vivir en sus aguas 20 minutos. También se presenta la maqueta con los restos del buque que yace a 4.000 metros de profundidad en el Atlántico Norte.
Titanic. The exhibition llega a Madrid después de pasar por varias capitales. Se calcula que la han visitado 2 millones de personas y estará abierta hasta el 6 de marzo de 2016. María Pura Ramos