¿Puede el amor a la naturaleza salvar el planeta?
La exposición Terrafilia, celebrada en el Museo Thyssen-Bornemisza en colaboración con el TBA21, pretende reconectar al ser humano con la naturaleza de una forma ética y política, con un centenar de obras realizadas durante los últimos cinco siglos.
Es evidente, y creo que estamos todos de acuerdo, en afirmar que estamos viviendo tiempos convulsos y violentos: recrudecimiento de conflictos armados, polarización política, retroceso o puesta en duda de derechos para colectivos históricamente oprimidos, deportaciones, crisis climática… Ante todo esto, la reacción más común suele ser de desesperanza, de agotamiento, de desconexión incluso. Son comunes decisiones como no ver las noticias, porque resulta abrumador estar conectado de forma continua con todo lo que está pasando; sentir que no se puede hacer nada, que la situación va a seguir yendo a peor.
Pero, ¿y si el amor y el arte pudieran cambiar esto? ¿Y si, en cierta medida, se pudiese ayudar al planeta desde la admiración por la naturaleza?
Esa es la propuesta que plantea Terrafilia, la exposición del Thyssen-Bornemisza en colaboración con el TBA21 en la que se expone un centenar de obras, de artistas como Jan Brueghel, Max Ernst, Kandinsky y Moreau, y que podrá visitarse en el museo madrileño hasta el próximo 24 de septiembre.
La muestra recorre cinco siglos por la colección del museo madrileño, aportando el TBA21 la mayoría de piezas más actuales, enfocándose en obras relacionadas con el medio natural, la fauna, la flora, el entorno mismo o incluso las criaturas invisibles o paranormales que habitan la Tierra en el folklore y las leyendas.
Es el ejemplo de los híbridos descritas en todas las mitologías. En ellas, las barreras que separan lo animal de lo humano se desdibujan por completo, tal y como muestran los lienzos de Dalí o de Elyla que pueden verse en la muestra, proponiendo así nuevas formas de entender la naturaleza, como si formara parte de nosotros (puesto que así es, en muchos sentidos).
Terrafilia habla de un amor a la naturaleza que no es posesivo, pero tampoco edulcorado, sino político y ético, cuyo fin último debe ser proteger y salvar a su receptor. Para ello, las obras expuestas deben cumplir la función de reconectar al hombre actual, a menudo alienado en la ciudad, con el entorno natural, ya sea de forma más simbólica o directamente práctica, mediante la contemplación de la belleza plasmada en las piezas.
Organizada de forma temática, la muestra se compone de seis secciones: cosmogramas, los mundos simbióticos, el arte de los sueños, la mirada racional, las relaciones extractivas y de unión con la Tierra, el tiempo de los mitos y la reparación espiritual o los mundos míticos inspirados por los océanos. En todas ellas se busca, además, ofrecer una visión amplia que no se reduzca a la realidad de Occidente, abordando nuevas formas de relacionarse con el planeta de manera más horizontal, ya sea mediante los sueños, la ciencia o la espiritualidad.
De este modo, se plantea también cómo han afectado la expansión, el colonialismo y la explotación de recursos para conducir al planeta a la situación actual, en la que los polos se derriten y la temperatura media del globo se eleva año tras año (entre muchos otros problemas).
En este sentido cabe mencionar, por ejemplo, a los artistas del siglo XIX como Albert Bierstadt y Thomas Cole, centrados en representar naturalezas intactas y prístinas mientras vivían una realidad en la que sus contemporáneos arrasaban con los espacios así para extraer de ellos el mayor beneficio económico posible, por supuesto sin plantear siquiera las consecuencias.
Hoy en día, por suerte, contamos con la posibilidad de escuchar no solo al opresor, que históricamente ha sido quien dominaba el discurso y, por tanto, de quien han trascendido las ideas, sino también a quien ha sufrido ese tipo de violencias. Para ello, la muestra expone a artistas contemporáneos como Dineo Seshee Bopape, Rashid Johnson y Daniel Otero Torres.
Estos abordan las consecuencias de la expansión colonial, que seguimos arrastrando hoy en día no solo a nivel ecológico, sino también social, como muestran en sus piezas que hablan de memoria, de la situación de diversos pueblos indígenas o de sus acciones de resistencia.
Por último, y retomando el inicio de este artículo —esa parálisis ante los horrores del mundo actual—, quizá esta exposición, además de hacernos reflexionar sobre la relación con nuestro planeta, nos ofrezca también un bálsamo necesario para lidiar con la situación.
Mostrando la obra de Natalia Goncharova o Yves Tanguy, entre otros, nos pretende señalar cómo se pueden crear obras orgánicas que aluden a la vida incluso en medio de tiempos oscuros, convulsos y conflictivos, ofreciendo así un sosiego necesario, conseguido mediante la imitación y la inspiración de las formas presentes en la naturaleza.
¿Quizá consigamos hacer nosotros lo mismo? ¿Quizá cierta evasión a través de la belleza, sumada a la reflexión sobre cómo nos relacionamos con la Tierra, puedan servir mucho más de lo que creen nuestros sistemas nerviosos agotados por la incertidumbre y el conflicto? Sofía Guardiola