Cuando el color tomó las riendas
La exposición de la Fundación Juan March aborda cómo, en el arte abstracto, esta faceta de la pintura dejó de estar supeditada a la línea y el dibujo para convertirse en la verdadera protagonista. En ella hay obras de grandes nombres del siglo XX como Yves Klein y Lucio Fontana, también artistas actuales como Olafur Eliasson.
El color es, indudablemente, una de las características principales en una obra de arte. Sabemos que tuvo mucho más protagonismo del que creemos, por ejemplo, en las obras de la Antigüedad, aunque este no haya llegado a nosotros.
Es el caso de los griegos, que policromaban al completo los edificios y las esculturas que pueden contemplarse ahora con el mármol blanco desnudo. También del interior de muchas iglesias góticas, cuyas capillas estarían mucho más decoradas con pinturas al fresco que no se han conservado.
Sin embargo, mientras la pintura fue figurativa, el color no era un elemento protagonista por sí mismo, sino que estaba supeditado a la línea y el color. Servía, por ejemplo, para moldear volúmenes y generar contrastes de luces y sombras.
Sabemos que era un elemento fundamental para los artistas –algunos, paradójicamente, llegaron a enfermar, envenenados por los metales pesados como el plomo que contenían los pigmentos–, pero no gozaba de autonomía.
Sin embargo, esto cambiará con la llegada de las vanguardias, debido a que el arte se va a ir apartando poco a poco de la representación fidedigna de la realidad. Ya no va a ser necesario pintar lo que se ve, entre otros motivos, porque la fotografía ya es capaz de hacer eso; así que los artistas empiezan a explorar, y el color se convierte en uno de sus principales elementos de experimentación.
Entonces es el momento en que este se libera tanto de la forma como de la línea, y puede convertirse en protagonista del lienzo. De eso trata, precisamente, Lo tienes que ver. La autonomía del color en el arte abstracto, la exposición colectiva de la Fundación Juan March, que podrá contemplarse en su sede madrileña hasta el 8 de junio.
El recorrido abarca desde los primeros experimentos abstractos del siglo XX hasta piezas actuales en las que el color brilla con luz propia, liberado de la tiranía del dibujo. La variedad de disciplinas es amplia, desde la pintura y la escultura a la cerámica, pasando por textiles, instalaciones o libros de artistas.
Uno de los grandes protagonistas de la muestra es Yves Klein, que convirtió una tonalidad específica de azul –ahora, de hecho, recibe su nombre– en principal foco de su trabajo. Suyas son las dos grandes obras que se pueden contemplar en una de las salas: Pluie bleue suspendida del techo y, bajo esta, Pigment Pur, una suerte de piscina de pigmento azulado.
El rosa, por su parte, aparece representado de la mano de Lucio Fontana y su Concetto Spaziale, mientras que el amarillo está presente con una obra de David Batchelor. Otros artistas como el madrileño David Magán o el islandés Olafur Eliasson no se decantan por ninguna tonalidad concreta, simplemente exploran la relación entre el color y la luz.
La muestra en la Fundación Juan March se completa además con otros dos espacios: uno con diagramas y círculos cromáticos de los siglos XVIII y XIX, que aborda temas como la óptica, los pigmentos, la física del color, los tintes naturales o sintéticos… Además de las implicaciones filosóficas y culturales del color. El segundo espacio –Coloramas– es una experiencia expansiva sobre el color que complementa el recorrido visual de la exposición. Sofía Guardiola