Weegee, un mirón con talento fotográfico en Mapfre
La fundación presenta una exposición que reúne las dos caras del conocido fotógrafo ucraniano, desde sus imágenes del crimen que asediaba Nueva York en las décadas de 1930-1940 hasta la caricaturización del glamour en Hollywood. De la misma forma que Arthur H. Fellig peinaba los callejones de la ciudad con la precisión de un forense, el centro cultural madrileño construye una muestra que recorre todos los recovecos de su vida.
Nueva York, años 30. En el interior de su coche, Arthur H. Fellig escucha la radio sintonizada con la frecuencia de la policía. Espera el aviso de un asesinato, un accidente automovilístico o cualquier suceso en general. En el maletero guarda una cámara extra, los casquillos de las bombillas de flash, una máquina de escribir, botas de bombero, cajas de cigarros, unas lonchas de salami, película de infrarrojos para disparar en la oscuridad, un recambio de ropa interior, uniformes, disfraces y zapatos y calcetines de repuesto.
Podría tratarse del comienzo de una novela negra, pero es un fragmento de la cotidianidad nocturna de Weegee, apodo con el que se dio a conocer el ucraniano Arthur Fellig. Un alias que pretendía ser la versión fonética de la palabra “ouija”, debido a la asombrosa e inexplicable habilidad del fotógrafo para aparecer –incluso antes que la policía– en la escena del crimen (o del accidente).
El autor se las ingeniaba para alumbrar con el flash de su cámara los oscuros callejones neoyorquinos y el rostro de los delincuentes, pero también para pillar in fraganti a todo el star system de Hollywood. Esta dualidad es el tema central de Weegee. Autopsia del espectáculo, la exposición que acoge la Fundación Mapfre hasta el próximo 5 de enero de 2025.
En un principio, puede parecer que ambos corpus de trabajo son incompatibles estilísticamente, pero tienen una coherencia temática: revelar cómo era la sociedad del espectáculo que se estaba desarrollando por aquellos años en Estados Unidos. Porque desde el levantamiento de un cadáver hasta las celebridades, todo era espectáculo a los ojos de la cámara.
El fotógrafo entendió enseguida esa idea y se adelantó a una modalidad visual de crítica de la sociedad de la espectacularización. Una cuestión que décadas después abordarían también Andy Warhol en su serie Death and Disaster o Susan Sontag en su ensayo Ante el dolor de los demás, por ejemplo.
Por eso, incluía con frecuencia a espectadores en sus imágenes; ojos fisgones que escrutaban la oscuridad en busca del morbo. “Me aparté lo suficiente para captar todo lo que sucedía: los detectives examinando perplejos el cadáver, la gente mirando desde la escalera de incendios…”. El propio Weegee cuenta en sus memorias que mirar a la muerte, en muchas ocasiones, se parecía a una escena de teatro.
Esta idea queda brillantemente retratada en Entradas de anfiteatro para un asesinato, donde plantea el lugar del crimen como un espacio escenográfico y muestra el modo en que la sociedad estadounidense convierte cualquier suceso en espectáculo.
Paradójicamente, el autor sentía especial interés por el elemento humano y cómo este interactuaba con las catástrofes. Así, tras años documentando la crónica de sucesos, Weegee comenzó a fotografiar a los testigos presenciales. “Los curiosos (…) siempre con prisas, pero siempre encontrando tiempo para pararse a mirar”, solía decir.
La primera vez que retrató a los transeúntes como sujetos principales de la escena fue en Su primer asesinato, una fotografía en la que captura hábilmente las diferentes reacciones de una multitud que presencia el homicidio de Peter Mancuso a plena luz del día. Entre ellos, niños que ríen, lloran, miran con incredulidad o dirigen su mirada hacia la cámara.
En 1947, cansado de capturar la visceralidad de los crímenes, el encanto de Hollywood atrajo al fotógrafo a la costa oeste. Mientras estuvo allí, trabajó como consultor técnico en películas e interpretó pequeños papeles, hasta que Stanley Kubrick le reclutó como fotógrafo fijo durante el rodaje de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú.
Solo la muerte, aquella que tantas veces había mirado a los ojos y fotografiado, le impidió trabajar. Weegee falleció en 1968, pero sus fotografías siguen siendo una crónica viva del Nueva York post-felices años veinte. Se describe a sí mismo como un “fotógrafo médium”, capaz de adivinar dónde y cuándo se iba a producir un suceso. Bien por ser un mirón con talento fotográfico o bien un vidente con apodo pegadizo, vislumbró mejor que nadie la transformación de la sociedad estadounidense. Nerea Méndez Pérez