Las amistades que dieron lugar al expresionismo alemán
La exposición que la Tate Modern dedicada a este movimiento artístico explora las relaciones entre sus distintos miembros, haciendo hincapié en cómo la nueva estética fue surgiendo alrededor de la pareja formada por Vasili Kandinsky y Gabriele Münter.
En el manifiesto del grupo El jinete azul [Der Blaue Reiter] podía leerse que «la obra en su conjunto, llamada arte, no conoce fronteras ni naciones, solo humanidad». Por ello, tanto en su almanaque de 1912 –editado por Vasili Kandinsky y Franz Marc– como en las dos exposiciones colectivas que organizaron, reunían a multitud de artistas de Europa y Estados Unidos que, en realidad, no tenían más relación entre sí que la de querer plasmar sus experiencias personales e ideas espirituales innovando con el uso de la forma y, sobre todo, del color.
Eran un grupo de artistas vagamente afiliados entre sí que perduró muy poco en el tiempo, pues se disolvió en 1914 con el estallido de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, fue esta búsqueda de crear «una unión de varios países para servir a un propósito» la que acabó dando lugar al expresionismo alemán.
Ahora, la Tate Modern explora estos lazos de unión en la muestra Expresionistas: Kandinsky, Münter y el Jinete Azul, que podrá visitarse hasta el próximo 20 de octubre. Para ello, subraya las amistades que surgieron entre algunos de sus miembros y la voluntad del grupo de fortalecer esas conexiones personales, haciendo así del arte un elemento de unión, algo universal.
El recorrido propone una gran cantidad de obras, muchas de las cuales no se habían visto en Reino Unido hasta ahora. A los lienzos prestados por la Lenbachhaus de Múnich, que cuenta con la colección más importante de arte expresionista alemán, se suman otros provenientes de colecciones tanto públicas como privadas. Los autores van desde los grandes nombres del movimiento –Kandinsky, Münter o Marc– hasta los que han permanecido en un segundo plano, como Wladimir Burliuk o Maria Franck-Marc.
Además de subrayar el carácter multicultural del movimiento, el recorrido da también importancia a su variedad disciplinar y a su faceta de exploración (tanto formal como temática).
Así, se abordan las incursiones de los expresionistas en cuestiones como la sexualidad ambigua y andrógina –representada por el retrato que Marianne Werefkin hace del bailarín Alexander Sacharoff–, la forma de pintar de los niños –fundamental en la obra de Franz Marc, pero también en la de su mujer– o el camino hacia la abstracción (emprendido, sobre todo, por Kandinsky).
La exposición se articula fundamentalmente a partir de la pareja central del movimiento, compuesta por este último y por Münter. Primero se muestran las obras fruto de la red creativa de artistas que formaron a su alrededor en Múnich, y después pueden verse los cambios que se produjeron en el movimiento cuando ambos abandonaron la gran urbe por el núcleo rural de Murnau.
Para terminar, los comisaros dedican una última sección a reflejar la voluntad de los artistas de El jinete azul por conservar su legado. Por eso se muestran algunos de sus textos y manifiestos. También se aborda el hecho de que algunas de las obras del grupo se perdieron –o estuvieron a punto de hacerlo– cuando el nazismo quiso deshacerse de ellas por considerarlas arte degenerado. Por suerte, que exista este último apartado –y, en general, esta exposición–, demuestra el fracaso del partido nacionalsocialista de borrar de la historia a estos autores. Por el contrario, deja constancia del triunfo de estos últimos por crear un arte universal, más allá de las fronteras, que sobreviviese al paso del tiempo. Sofía Guardiola