Shahrezade y las noches árabes de Hanoos en el Botánico
La Sala Invernadero de los Bonsáis acoge una exposición íntima y preciosa sobre el artista iraquí afincado en España Hanoos Hanoos que podrá visitarse hasta el 10 de marzo. TEXTO: Jorge Latorre
La casa de los bonsáis del Real Jardín Botánico de Madrid acoge una exposición íntima y preciosa que conviene no perderse, aturdidos por la inabarcable oferta de muestras que acontecen en la capital. Es una monográfica que destila la esencia de muchos años de creación del autor de series memorables de pintura y grabado como Hilos de luz, El tercer sueño, Babel o Canciones a Ishtar. Esta última serie, aquí expuesta con el título Shahrezade y las noches árabes (poesía pintada), es como un oasis ajardinado en medio del desierto urbano.
El tema de Las mil y una noches se presta a soñar con jardines exóticos e invita a la evasión que garantiza este recorrido al centro del laberinto entre árboles y fuentes. Lo que encontramos allí verdaderamente paga con creces el esfuerzo del viaje al mundo interior del artista y su contexto biográfico.
Hanoos Hanoos nació en Kufa (Irak), esa ciudad bañada por el Eúfrates que fue residencia de muchos califas y capital del mundo islámico antes de que se instalaran en Bagdad. Estudió Bellas Artes en su país natal; viajó a Madrid en 1981 para hacer el doctorado y quedarse como profesor, ya como ciudadano español.
Ha sido testigo doliente de la guerra de Irak, a la que ha dedicado un enorme políptico expresionista que algún crítico ha comparado con el Guernica. Pero su arte es, sobre todo, un lugar de encuentro en el descanso y la terapia, tanto para el artista como para los que lo contemplamos.
Salvo en la mencionada excepción del políptico, que es abstracto, la obra de Hanoos germina entre la iconoclastia musulmana y la admiración por nuestra iconodulia occidental. Él justifica así esas felices contradicciones: “Platón decía que si copias una imagen tal como es, estás haciendo una copia de una copia, por lo tanto, se alejará de su verdad. Jamás pinté imágenes fotográficamente. Soy iconoclasta, me he dado cuenta al estudiar a Platón. Escribí un pequeño ensayo que se titula Desde el Éufrates, la imagen como destino en el que sostengo la tesis de que la prohibición de la figura humana en el arte islámico no proviene exclusivamente de un tema religioso, sino del conocimiento de las ideas de Platón”.
Siempre en dos dimensiones, evitando el modelado, la figura se limita a ofrecernos cánones de actitudes, ya sea en reposo o en movimiento, en los que prima el ritmo y la composición plana. Aunque parecen collage, el color domina la estructura, según una geometría propia del arte islámico y la secuencia de Fibonacci, a la que se añade un dibujo tenue y seguro que recuerda al esquematismo caligráfico (aunque cuente historias muy reales).
En esta serie, sus recuerdos biográficos se mezclan con los relatos narrados por Shahrezade. Si se ha leído el libro Las mil y una noches, el disfrute es mayor, pero no es preciso conocer esos cuentos orientales para vivir su experiencia poética a través de la obra de Hanoos.
Como ocurre en la pintura de Chagall –otro colorista creador de imágenes vividas y soñadas–, podemos participar de la emoción sin necesidad de dominar el código interpretativo. De hecho, esta exposición y la que se celebra en Mapfre Recoletos sobre el artista bielorruso-judío tienen algo en común, y es un milagro que se estén celebrando al mismo tiempo, en este preciso momento histórico.
Así podemos comprobar cómo las conexiones cordiales que establece el arte por el arte, tan denostado en las vanguardias, pueden superar los muros levantados por las ideologías y fanatismos políticos o religiosos.