La Alhambra de Granada: literatura y belleza
Desde su edificación hasta nuestros días, el famoso palacio ha inspirado a pintores, músicos y poetas. En este caso, recorreremos sus salas y jardines de la mano de la literatura, desde los versos tallados sobre sus muros hasta poetas contemporáneos como Federico García Lorca, pasando por el romanticismo y por la famosísima obra de Washington Irving. TEXTO Y FOTOS: Sofía Guardiola
La Alhambra –cuyo nombre significa castillo bermejo, por el color que toman sus torres al atardecer–, complejo monumental granadino compuesto de diversos palacios, jardines y alcazabas ha inspirado durante siglos a poetas, artistas, músicos y escritores. En especial los palacios nazaríes, con sus imponentes interiores abarrotados de azulejos esmaltados, muros esculpidos con escrupuloso detalle, albercas y suntuosa vegetación han protagonizado multitud de obras literarias, a través de las cuales se puede recorrer el lugar casi estancia por estancia.
El hecho de que fuese aquí donde Al-Andalus resistió durante más tiempo, para acabar sucumbiendo a las tropas de los Reyes Católicos le da cierto aire melancólico, trágico. Al recorrer su interior, es inevitable pensar en el esplendor perdido del reino nazarí y en la emblemática frase que se dice que Aixa –madre de Boabdil– le dedicó a su hijo en medio de la rabia y el despecho por los territorios que acababan de serle arrebatados:
Llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre.»
A esto se le suma el carácter mítico que acompaña a todo lugar relacionado de algún modo con los Reyes Católicos, acentuada en este caso no solo por lo simbólico de la conquista de Granada, sino porque los propios monarcas y su hija Juana descansan a poca distancia de La Alhambra, en la catedral; mientras que su nieto Carlos I está presente en el conjunto con un palacio renacentista diseñado por Pedro Machuca. Situado en un extremo del Patio de los Arrayanes, es una obra única en el contexto español, y permitió al monarca habitar el recinto de La Alhambra (como ya lo habían hecho Isabel y Fernando de forma ocasional, ocupando algunas de sus estancias).
Todo este pasado casi mítico, así como la belleza de su emplazamiento –en la Colina de la Sabika, último vestigio de Sierra Nevada situado entre el Albaicín y el Sacromonte– y la atmósfera que se respira en toda la ciudad andaluza despertaron siglos después el interés de aquella época en la que el palacio fue hogar de grandes emires y monarcas. Viajeros de todos los rincones del mundo, especialmente los artistas románticos, dirigieron su mirada hacia todo aquello que les resultaba exuberante, exótico.
Con el paso del tiempo, el interés por La Fortaleza Roja no decayó. De hecho hay multitud de poemas recientes dedicados a ella. Hacemos un recorrido literario por algunas de esas etapas, a través de narraciones y poemas que hablan de aquellos rincones que han presenciado, desde lo alto de su colina, alzamientos y caídas de reinos, guerras, nacimientos de grandes artistas, muertes crueles e injustas o la transformación de la ciudad que descansa bajo sus pies.
Algunos de los textos más longevos que hacen referencia a La Alhambra se encuentran, curiosamente, tallados en la decoración caligráfica que cubre sus muros. Estos versos, además de tratar temas religiosos, describen las salas donde que se encuentran, explicando incluso la utilidad de muchas de ellas y el sentido de ciertas soluciones arquitectónicas.
Un ejemplo de ello es el poema de Ibn Zamrak (1333-1393) situado sobre una de las tacas –hornacinas que se situaban a ambos lados de un arco o una puerta, y que se utilizaban para situar en su interior vasijas con agua– del pórtico norte del Generalife:
Taca en la puerta del salón más feliz
para servir a Su Alteza en el mirador.
¡Por Dios, qué bella es alzada
a la diestra del rey incomparable!
Cuando en ella aparecen los vasos de agua,
son como doncellas subidas a lo alto.
Regocíjate con Ismail, por quien
Dios te ha honrado y hecho feliz.
¡Subsista por él el Islam con fortaleza
tan poderosa, que sea la defensa del trono!
En esta breve composición ya se hace referencia al agua, uno de los elementos protagonistas de La Alhambra, como es habitual en los palacios y jardines musulmanes. Son numerosas las fuentes y albercas, los chorros que se elevan en el aire creando parábolas perfectas y juegos de destellos que crea la luz al reflejarse en su superficie. Otro de poemas de Zamrak describe con lirismo una de estas ilusiones creadas por el agua, concretamente en la fuente del Patio de los Leones:
Plata fundida corre entre las perlas,
a las que semeja belleza alba y pura.
En apariencia, agua y mármol parecen confundirse,
sin que sepamos cuál de ambos se desliza.
¿No ves cómo el agua se derrama en la taza,
pero sus caños la esconden enseguida?
Es un amante cuyos párpados rebosan de lágrimas,
lágrimas que esconde por miedo a un delator.»
Hoy en día, este patio es uno de los más admirados y fotografiados por los visitantes. Pero, tal y como podemos leer en Los cuentos de la Alhambra del romántico neoyorquino Washington Irvin (1783-1859) ya era una de las salas predilectas de quienes la descubrían en el siglo XVIII.
Ninguna parte del edificio da una idea más completa de su belleza como este patio, ya que ninguna ha sufrido menos los estragos del tiempo. En el centro se encuentra la famosa fuente, cantada en historias y romances. Su taza de alabastro derrama todavía sus gotas de diamantes, y los doce leones que la sostienen -que dan nombre al patio- aún arrojan sus cristalinos caños de agua como en los días de Boabdil.»
Irvin fue el artista que más detalladamente describió el lugar, en una obra en la que este es tan importante o más que el resto de personajes que aparecen. En algunos pasajes, de hecho, el norteamericano describe no solo la decoración o los usos de las distintas salas, sino incluso sus dimensiones.
Por supuesto, Irvin no fue el único romántico que dedicó palabras a La Alhambra. Los seguidores de este movimiento artístico que viajaron a nuestro país quedaron especialmente cautivados por Andalucía, tierra que consideraban auténtica, mágica y casi salvaje, sumamente exótica, especialmente por la interpretación que hacían de algunas de sus tradiciones, como la Semana Santa o el flamenco.
Hans Christian Andersen, por ejemplo, viajó a la ciudad y dejó por escrito sus impresiones, así como Chateubriand, considerado el primer autor romántico francés. Este dedicó numerosas frases a La Alhambra, aludiendo a menudo a su belleza, también a su atmósfera mágica, casi mística, motivada por su pasado y su emplazamiento geográfico:
Debería ver usted la Alhambra y Granada. Es como una obra de Hadas; es magia, gloria y amor, no se parece a nada conocido.»
Un siglo después, el también francés Alejandro Dumas dedicó muchas de sus letras al palacio, plasmándolo en una ocasión de forma casi idéntica a su paisano romántico:
La Alhambra es una obra de hadas, que no se cansa uno de examinar.»
Las referencias literarias siguen aludiendo al carácter mágico del lugar, que lo hace perfecto para inspirar a los poetas. Ya ocurría en el Siglo de Oro, cuando Lope de Vega escribía:
No sé si llamé cielo a esta tierra que piso, si esto de abajo es el paraíso ¿Qué será la Alhambra, cielo?»
No podemos dejar de hablar de Federico García Lorca, el granadino más internacional y uno de los poetas más destacados del siglo XX, capaz de captar en apenas unos versos los matices de la atmósfera casi sobrenatural de La Alhambra:
Granada es apta para el sueño y el ensueño, por todas partes limita con lo inefable… Granada será siempre más plástica que filosófica, más lírica que dramática.»
Fue precisamente gracias a Federico García Lorca y a un viaje a Granada cuyo principal motivo era encontrarse con el poeta que Juan Ramón Jimenez conoció La Alhambra. Quedó tan cautivado por ella como los reyes que quisieron dormir en sus estancias tras conquistar la ciudad y los románticos que la convirtieron en protagonista de sus cuentos. Por ello, tras su visita, escribió estos versos con los que terminamos el recorrido, pues en tan solo unas palabras encierran la melancolía de Boabdil perdiendo el reino, la magia que le atribuyó Chateubriand e incluso, en cierto modo, una oscura profecía, pues Lorca, el poeta gracias al cual conoció la ciudad, acabaría siendo asesinado en su propia tierra poco tiempo después:
Luego iremos todos los otoños a Granada a morirnos un poco…»