El holograma de Degas no es el futuro, es un anuncio
Christie’s celebra el jueves que viene, 12 de mayo, la venta de 12 obras procedentes de la exclusiva colección de Anne H. Bass en su sede de Nueva York. Esta docena de piezas se compone de tres Monet, otros tantos Degas, dos Rothkos, un par de Balthus, un Morris Louis y un Hammershøi. En total están valorados entre 231 y 324 millones de euros.
Se trata de una venta excepcional por la calidad de las obras, por su procedencia y por el hecho, que no se pasa por alto en la descripción de la licitación, de que todas adornaban el apartamento de su propietaria en Manhattan. Una pizca de voyerismo nunca hizo daño a una venta.
Entre las más destacadas se encuentran Sin título (Tonos de rojo) de Mark Rothko –57 a 76 millones de euros–, El Parlamento, atardecer de Claude Monet –47 a 57 millones de euros–, y Bailarina de catorce años de Edgar Degas (19 a 28 millones de euros).
Sin embargo, la noticia que aparecía hace unos días en The Art Newspaper era que, supuestamente debido a la escalada en los precios de los combustibles y los embotellamientos de los puertos cargueros internacionales, Christie’s ha recurrido a una tecnología holográfica para exponer la Bailarina de Degas en dos de sus sedes (San Francisco y Hong Kong).
Esas giras mundiales son habituales cuando se trata de las piezas de mayor importancia que ofrece la casa de subastas, que normalmente organiza exposiciones en Nueva York, Londres y Hong Kong. En bastantes ocasiones esas obras son luego ofrecidas en venta privada en lugar de públicamente. Ni que decir tiene que, si Christie’s hace bien su trabajo, esas transacciones deberían ser las más rentables a lo largo del año.
Supongamos por un momento que esto es así (e ignoremos las críticas abiertas en lo que se refiere al maquillaje de los resultados mediante guarantees, acuerdos previos a las licitaciones que fijan un mínimo por el cual la casa de subastas se compromete a su venta).
La tecnología celebrada en esta gira virtual es un monitor producido por Proto –y comercializado por 65.000 dólares la unidad–, una empresa con sede en Los Ángeles, que permite percibir una cierta tridimensionalidad en la imagen proyectada. Aunque los fabricantes se refieren a este efecto como “holograma” –y es posible que técnicamente sea el término correcto– tiene poco que ver con la idea preconcebida del público general sobre esta tecnología futurista. Es decir: no construye un objeto tridimensional que podamos rodear sino que hay un rango de desplazamiento limitado antes de que la perspectiva de la imagen se distorsione y nos saque de la ilusión.
En principio, no hay nada malo en esta limitación, y tendría muy poco sentido una crítica fundada en una idea solo existente en la ciencia ficción. No obstante, en el caso del Degas Christie’s está utilizando esta tecnología con el claro discurso de la sustitución completa del original, de lo real (al menos para su compra por una cifra millonaria), a causa de la convulsa situación mundial.
Hace dos o tres años, la discusión se habría centrado en la competición entre el valor de lo tangible frente a lo online, pero en 2022 muchos ya han superado este debate: en el mercado lo digital es, en un enorme número de casos, más que suficiente. El que sea muy probable que el comprador de Bailarina –que pagará 20, 30 o los millones que sean– no la haya visto en directo, solo es el golpe de efecto más reciente.
Pero alguien debió pensar que el público es especialmente cándido al crear la narrativa de que lo holográfico es la única salida frente a las sanciones al petróleo ruso y un transporte marítimo que aún no se ha normalizado desde el comienzo de la pandemia.
La historia del Degas es un anuncio, pero no de la obra. La empresa fabricante de la pantalla sin duda está mirando fijamente a los museos y los préstamos para exposiciones temporales, además de a la posibilidad de que una reproducción holográfica se convierta en un apetitoso añadido a los NFT (quizá también cuando estos se relacionan con obras en colecciones públicas).
Pretender convencernos de que los costes de transportar una escultura de poco más de un metro –sin la base– eran tan excesivos, incluso ahora, que no compensaban una venta por ocho cifras, sí es un argumento de ciencia ficción. Pensar, en cambio, en los beneficios por una campaña publicitaria dirigida a los clientes más exclusivos a nivel mundial, sería más acertado.
Esta no es sino la última en una serie de acciones promocionales de la pantalla –y no se puede ignorar que estas líneas se suman a ellas, aunque reticentemente– que en la diversificación de su público objetivo ya contó hace un mes con la presentadora Ellen DeGeneres (cuyo programa tiene una audiencia de más de millón y medio de espectadores en Estados Unidos).
En definitiva, Christie’s ha convertido un Degas en un soporte de publicidad. Este es un movimiento que recuerda a la subasta en la que se vendió el Retrato de joven sosteniendo un medallón de Botticelli en Sotheby’s. Aquella vez la casa cerró un acuerdo con Bulgari para que las subastadoras llevasen collares y pendientes de la marca de joyería. Product placement en un evento exclusivo retransmitido en directo y en el que durante las pujas por un paisaje de Salomon van Ruysdael el subastador mencionó “el fabuloso collar en el cuello de Margi”. El collar en cuestión, llamado Rosso Caravaggio, es muy probable que se vendiese por más de los 478.000 dólares pagados por el Ruysdael.
En estos escenarios el arte es una excusa, más aún cuando se trata de una obra como la Bailarina que no requiere ninguna estrategia para su adjudicación. Una tendencia que parece al alza, especialmente cuando nos adentramos en la digitalización y la tokenización. Héctor San José.